El modelo que podemos perder

Todos saben que el 2022 la economía del Perú no crecerá como debería hacerlo porque la inversión privada no se expandirá como en las últimas tres décadas. Los economistas proyectan que el aporte privado crecerá cero o se desplomará hasta en diez puntos, en el preciso momento en que casi todos los precios de los minerales se disparan hacia arriba.

En síntesis, el Perú crecerá menos de 3% del PBI cuando podría superar el 6%. La lentificación de la economía no permitirá reducir la pobreza. Lo más probable es que este flagelo social se mantendrá igual o aumentará. La mediocridad económica intensificará el nivel de la crisis política y la polaridad que pretenden desarrollar los sectores colectivistas.

Ante la falta de empleos y el aumento de la pobreza, la crisis política e institucional se agravará alrededor de qué relato se impone para explicar el fracaso del gobierno de Castillo. El Ejecutivo sostendrá que la causa de los males está en el modelo, en la conspiración empresarial y en la negativa del Congreso a aceptar un referéndum para instalar una asamblea constituyente. Los sectores republicanos y democráticos, obviamente, sostendrán que el fracaso se explica por los anuncios de la asamblea constituyente y la instalación de un Gobierno claramente en contra de las inversiones, sobre todo las mineras.

Si la economía va mal, entonces, la política y el enfrentamiento adquirirán niveles superiores de tensión. Al margen de los análisis, lo realmente dramático es que el Perú como sociedad está perdiendo una oportunidad inmejorable de reducir la pobreza y expandir el bienestar en la sociedad. A veces las oportunidades se recuperan en décadas, en generaciones.

Por ejemplo, el país tiene una cartera de inversiones mineras de más de US$ 62,000 millones que, ante el nuevo ciclo a favor de los precios de los minerales, deberían estar en movimiento. Es decir, deberíamos estar peleando para atraer nuevas inversiones con Australia, Canadá y Chile, países con los que competimos en captar capitales. Algo así no sucederá por los anuncios de la constituyente, las nacionalizaciones, el cierre unilateral de cuatro minas en el sur de Ayacucho y la renuncia a ejercer la autoridad en el corredor minero del sur.

Seguimos produciendo solo 2.5 millones de toneladas métricas de cobre (TMC) cuando se podría sobrepasar los 3.5 millones de TMC sin hacer demasiado esfuerzo. Si el precio de la libra del cobre sigue subiendo, ¿quién se responsabilizará por la oportunidad perdida?

Algo parecido empieza a suceder con las agroexportaciones. El país se ha convertido en una potencia mundial agroexportadora cultivando y transformando apenas 250,000 hectáreas —la mayoría ganadas al desierto—, no obstante que toda la tierra dedicada a la agricultura abarca más de 4.5 millones de hectáreas. El milagro agroexportador peruano —que en dos décadas ha multiplicado los envíos al exterior de US$ 850 millones a más de US$ 7,500 millones—, se ha desarrollado en el 5% de las tierras dedicadas a la agricultura.

Sin embargo, la izquierda boicotea el proyecto Majes Siguas II que permitiría incorporar cerca de 40,000 hectáreas a las agroexportaciones en la costa sur del país. Planteada las cosas así, el sueño de incorporar 400,000 nuevas hectáreas sobre la base de siete proyectos hídricos aparece cada vez más lejano. Con esa cantidad de tierra dedicada a las agroexportaciones, el Perú estaría cerca del desarrollo y de la industrialización.

Sin embargo, el modelo agoniza porque desde el Estado se gobierna con anuncios en contra de la Constitución y las leyes que regulan y protegen las inversiones y el mercado. 

Los partidos democráticos a veces parecen considerar que se pueden salvar las libertades sin defender con energía el modelo de economía de mercado. Grave error.