La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Entre el salto al desarrollo o la involución al pasado
Ha culminando el proceso electoral, en el que dos fuerzas pro mercado se desangraron, de manera inesperada, y desataron una polarización que ha dejado heridas que deben cicatrizar. Y deben cicatrizar porque el Perú está en una fase de desarrollo en la que —al igual que las elecciones peruanas— todo puede suceder. Nos referimos a la condición de país de ingresos medios, una etapa de crecimiento económico en el que todo puede volver atrás si no se implementan las reformas que posibiliten el salto al desarrollo.
Bloqueado el crecimiento por ausencia de reformas comienza la involución, tal como sucede en Venezuela, Argentina y Brasil. El Banco Mundial ha establecido que solo trece de los 101 países de ingreso medio en la década de los sesenta alcanzó el desarrollo; entre ellos, Corea y Singapur. El Perú, pues, afronta una disyuntiva crucial.
Para explicar este fenómeno, y simplificando las cosas, una sociedad de ingreso medio es la que ha crecido y ha reducido la pobreza considerablemente. Una sociedad en la que no se pueden pagar salarios tan bajos como en los países de ingreso bajo, pero tampoco se puede competir con las naciones desarrolladas, por la escasa diversificación y complejidad de la economía. El Perú, con un ingreso per cápita por encima de los 11,000 dólares por paridad de poder adquisitivo (PPA), es una típica sociedad de ingreso medio.
En las elecciones del 2006, del 2011 y del 2016 (PPK pasó al balotaje por un pelo), de una y otra manera, el Perú afrontó este dilema. Continuar con la desregulación de mercados y el libre comercio o involucionar a fórmulas estatistas. El Perú ha persistido en el camino de la democracia y el mercado por temor a la fórmula antisistema, pero el mensaje está claro: si las cosas no cambian, tarde o temprano, llegará la hora radical. Allí reside la enorme trascendencia de un entendimiento entre el pepekausismo y el fujimorismo, dos propuestas claras de orientación promercado.
Hemos salvado el modelo institucional, económico y social, pero hasta hoy no se han ejecutado las reformas de segunda generación. Seguimos padeciendo uno de los estados más burocráticos de América Latina, que rinde culto al trámite y al burócrata. Un Estado bloqueado por una regionalización irreal, que no tiene nada que ver con la descentralización de la economía. Un Estado que no es capaz de proveer seguridad, justicia, buena educación y buena salud. Un Estado que, por todas las razones mencionadas, no llega a los Andes ni a las llanuras amazónicas.
Es evidente que sin reformas el Perú no puede seguir creciendo a tasas altas, para seguir reduciendo pobreza como antes. La crisis de la economía mundial y la caída de los commodities imposibilitan que siga funcionando el piloto automático. La lentificación de la economía creará escenarios de impaciencia que favorecerán la resurrección del mensaje estatista y populista de izquierda. Si eso sucede la caída en la “trampa de ingreso medio” nos embarcará hacia el pasado.
En los próximos cinco años, por lo tanto, no se juega el futuro del fujimorismo ni del pepekausismo. Se juega el futuro del Perú como una sociedad con plenas libertades políticas y económicas, se juega la posibilidad de empezar a arañar el desarrollo. Los movimientos y partidos políticos históricos son los que colocan el centro de su accionar político en los grandes dilemas históricos de una sociedad, antes que en las estrategias impulsadas por los cronogramas electorales.
COMENTARIOS