A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
La rebelión de las masas se llama el libro más famoso de José Ortega y Gasset, publicado en los años treinta del siglo pasado, en el que describe cómo la industrialización de la sociedad y la aglomeración en las ciudades había producido “el hombre masa” que reemplazaba al ciudadano y las minorías. Ortega y Gasset pronosticaba que “la muchedumbre” se iba a imponer sobre las débiles instituciones europeas. No se equivocó. Allí están el fascismo, el nazismo, la creación de la ex Unión Soviética, y la multiplicación de los cementerios con millones de muertos.
Luego de la caída del Muro del Berlín y el colapso del colectivismo comunista, la idea de la rebelión de las masas parecía lejana. Incluso algunos hablaron del fin de la historia. Gravísimo error. Los estallidos sociales durante la Primavera árabe los recientes en Hong Kong y París, y las impresionantes irrupciones sociales en Ecuador, Chile, Bolivia y Venezuela nos señalan que las masas rebeladas están de vuelta. Y ellas desafían a los sistemas republicanos y a las economías de mercado, levantando algunas banderas de la Guerra Fría.
En Occidente y en los países emergentes las izquierdas argumentan que la rebelión de las masas se desencadena contra “el modelo neoliberal”. Sin precisar qué significa este modelo, en realidad, las izquierdas con énfasis más o menos, abogan por el imperio del Estado y relegan el papel de los mercados y la inversión privada en la consecución de este momento único en la historia de la humanidad. ¿A qué nos referimos? Hoy la población mundial es de 7,400 millones de personas, pero solo el 10% puede calificarse debajo de la extrema pobreza. Es decir, que no puede sumar las calorías mínimas para sobrevivir.
Este momento único de la humanidad, más allá de las campañas de las izquierdas, tiene que ver con una globalización que –pese a avances y retrocesos– ha consolidado el libre comercio y el protagonismo de la inversión privada. Hoy cualquier habitante de clase media de un país emergente vive mejor que cualquier monarca del siglo XIII, debido a los avances en salud y servicios.
Sin embargo, ¿por qué las masas se rebelan aquí y allá? El planeta afronta una nueva revolución industrial, la IV Revolución Industrial, la revolución de lo digital. Y como todos sabemos, a lo largo de la historia del capitalismo las revoluciones industriales producen aceleradamente desigualdad, porque algunos se enganchan a ellas, mientras otros no tienen posibilidades de hacerlo . La desigualdad se ha disparado en Occidente a niveles impensados. Innovadores como Mark Zuckerberg logran acumular fortunas superiores a las de las mayores petroleras del planeta y a las de muchos estados emergentes. Los trabajadores tradicionales sin educación no se empobrecen, pero ven cómo la desigualdad se dispara.
Lo mismo sucede en América Latina. Hay sectores de la economía y la sociedad globalizados en la IV Revolución Industrial, mientras existen grupos postergados y excluidos. Incluso, algunos en pobreza de siglos pasados.
La historia nos demuestra que el gran problema de las revoluciones industriales es que producen convulsiones sociales si las élites no reforman sus estados y servicios para crear igualdad de oportunidades para todos, ya sea en derechos y educación. Cuando las élites ignoran ese peligro que conlleva toda revolución industrial, aparecen las propuestas colectivistas como respuestas a la desigualdad, más allá de que la experiencia nos demuestre que son el camino directo a la tragedia y la pobreza. Finalmente, Marx escribió El Capital en contra de la primera revolución industrial.
Hoy las izquierdas latinoamericanas nos venden el sueño de que es posible un estado de bienestar en la región sin siquiera haber enfrentado nuestra primera revolución industrial. Europa discute la viabilidad del Estado de bienestar con cuatro revoluciones industriales sobre la espalda. Pretender un Estado de bienestar sin revolución industrial es como intentar construir un edificio sin pilares.
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