Eduardo Zapata
Voto de confianza a la burla
La presentación del premier Bellido en el Congreso

Desde el lamentable espectáculo que diese un grupo de políticos viajando a Washington D.C. para denunciar el fraude electoral, solo hemos visto incoherentes esfuerzos de la oposición frente a un gobierno deplorable.
Ya Washington precisamente se había apresurado en reconocer al régimen y se sabía de antemano que los organismos internacionales a los que se pretendía tocar la puerta están infectados de gente no proclive a demandas democráticas; menos si Washington ya se pronunció sobre ellas. Pero de allí a otorgarle ´confianza´ a una burla resulta demasiada ingenuidad por parte de algunos; y groseros intereses no manifiestos de otros supuestos opositores.
Ya en días previos a la presentación del Gabinete ante el Congreso, habíamos visto desfilar por Palacio congresistas que –supuestamente– iban a exigir remoción de algunos ministros a cambio de la confianza ¡Hasta los que decían que con los terroristas no se pacta! Desfilaron también otros que lo hicieron para ratificar su obsecuencia ante el temor de sus propias conciencias y pérdida de intereses. Hubo hasta quien conversó para ´conocer´ al enemigo para ver si era posible intentar cambiar su ya sabido pétreo posicionamiento.
En el ínterin, habían paseado esos personajes sus desgastados rostros en la televisión presentándose como adalides de la democracia. En el fondo, un gran favor al Gobierno. En ese mismo ínterin, el señor Castillo había hecho que sus ministros reconociesen a su propio sindicato magisterial y abriesen las puertas de la Base Naval a los personajes allí recluidos. Exigencias expresas del Movadef, léase Sendero Luminoso.
Con estos antecedentes, el astuto señor Bellido se presentó ante la llamada ´representación nacional´. El hombre que cambia vestimenta, sombrerito y hasta modo de hablar humilde por terno y tinte de cabello rojizo –muy de moda– realmente aprovechó el momento para burlarse de todos y lanzar una serie de signos inequívocos de que hablaba tediosas tonterías genéricas para el Parlamento, a la par que emitía signos precisos para la población en general. Signos de burla y aun desprecio hacia los allí presentes y de empatía con los que constituían su público objetivo.
En la ópera lo burlesco no es propiamente un género. Se trata de una suerte de entremés donde se suele glorificar lo políticamente incorrecto y a la vez degradar lo socialmente aceptado. Es una suerte de hiato risible de la narrativa central de la ópera. Pues bien. El señor Bellido convirtió toda su presentación en un arte burlesco: todos los antecedentes y arreglos hechos se lo permitían.
Mientras aún algunos discuten quién es el bueno y quién es el malo en este Gobierno, quienes lo ejercen saben perfectamente lo que quieren. Al punto de haber convertido en personaje de su burlesque a unos ministros que más bien, y de manera ostensible, pertenecen –en su gran mayoría– a la lumpen política.
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