Luis Hernández Patiño
USAID y la lucha entre los progresistas
Los progresistas actúan y piensan de acuerdo con las órdenes del que les pague
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La cantidad de dólares que la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) ha estado repartiendo, durante años, a nivel global, explica en una forma bien concreta el fragor de la lucha que suele producirse entre los progresistas de las clases medias y los sectores acomodados de la sociedad. En efecto, hoy ya no hace falta devanarse los sesos, ni se requiere algún tipo de consultoría de corte esotérica, para llegar a entender el motivo por el cual esos progresistas no pueden hacer otra cosa más que pasarse la vida enfrentándose. Si se sienten incitados a luchar entre sí mismos es por su voraz apetito por los dólares, que ya no les van a seguir cayendo luego de lo que ha sucedido con USAID.
La lucha entre los progresistas se da en todo momento y a todo nivel. Nada raro sería que esta se inicie en el seno de sus sectas, en sus cofradías o en sus clubs de amigos. Mientras unos progresistas cobran bien, otros andarían buscando la oportunidad de reemplazar a los privilegiados para cobrar como ellos. La cosa es ir escalando y capturar los provocativos puestos de mando, en la cúpula del poder. Para eso, los progresistas aspirantes apelan a la sensibilidad tanto individualista, así como social colectivista, que no falta entre los ingenuos seguidores emocionales, consumidores de la industria de la estupidización, la cual hoy ha cobrado una trascendencia cibernética.
Los progresistas son capaces de hipotecar su identidad, y más, si ese es el precio que deben pagar con tal de llegar al logro de su más caro objetivo: monopolizar la posibilidad de llenarse los bolsillos y alcanzar niveles de vida a los que jamás llegarían, si estos se pusieran a trabajar como lo hacen esos obreros, o esas mujeres, a quienes tanto dicen defender. Y vaya que sí las defienden, pero de la boca para afuera, porque todo cambia una vez que los progres llegan a convertirse en los nuevos ejecutivos de esta o aquella ONG, o cuando llegan a ser ministros de algún gobierno de color rojo. Cuando eso ocurre, la pregunta es: ¿Cómo les va a los compañeritos que les sirvieron de carne de cañón emocional durante su lucha? En este punto, me pongo a pensar en los sectores más vulnerados de nuestra población.
Ante lo que hoy se conoce, el intento de explicar la lucha que se da entre los progresistas a partir del egoísmo personal resulta un tanto inocente y queda entonces descartado, porque resultaría un tanto reduccionista. Es cierto que el egoísmo se encuentra muy arraigado entre los progresistas, pero este representa solo una parte de un tema que, en sí, es más profundo y complejo. Al respecto, no perdamos de vista la influencia y los efectos generados por el papel económico que juegan los grupos que tienen como proyecto el someter y dominar a la mayoría de miembros de nuestra sociedad.
De otra parte, la lucha entre los progresistas tampoco puede explicarse solo por la defensa y promoción de esta o aquella corriente ideológica. Tengamos presente el tremendo desengaño que algunos ingenuos bienintencionados experimentan, luego de haber defendido en una forma súper apasionada tal o cual postura, frente al papel del mercado o del estado. Al final, los ingenuos terminan por darse cuenta que los “líderes” del pensamiento al que tanto culto le rendían se abrazan a una franquicia ideológica, pero no por gusto, pues estos nunca dan puntada sin nudo. Los ideales de justicia social, equidad, sororidad, con los que los progres logran cautivar a más de un cándido, social demócrata, social “cristiano”, liber progre, ya para nada cuentan. Y en todo caso, por representar un estorbo, tales ideales son enviados al tacho del olvido.
En la práctica, los progresistas han demostrado y demuestran que están dispuestos a actuar y pensar de acuerdo con las órdenes del que mejor les pague. En lo más recóndito de su ser, el lema de estos parece ser: “Abajo el capitalismo. ¡Pero arriba el capital!”. Después de todo, los progresistas se alquilan y tal parecería que consiguen ganar bien.
De acuerdo con la experiencia, para los progresistas la cosa es bien simple y concreta: billetito manda. ¡Ya no cabe duda de eso! Para muestra basta un botón: cuando el negocio fue promover el antifujimorismo, allí se presentaron los progresistas para ofrecer sus servicios narrativos. Pero recordemos también que, unos añitos antes, estos se habían derretido por el “chino”. ¿Acaso no fueron los progres los que promovieron el voto por él en el año 90? Y si mañana el negocio fuese dejar de lado a las feministas para ensalzar a los hombres fuertes, de pelo natural en pecho, “Vengan los dólares que los progresistas son expertos en consagrar la narrativa que a los patrones globalistas les interesa imponer.
Luego de lo ocurrido con USAID, que dicho sea de paso no es la única fuente de “cooperación”, queda bien claro lo siguiente: las luchas entre los progresistas no son por amor al chancho, sino a los chicharrones. Entonces, y a juzgar por lo evidente, tiendo a pensar que no es tan fácil encontrar a alguien más monetarista que los progresistas. En este punto, me gustaría hacer un comentario sobre los progres socialistas. ¿Por qué? Pues porque estos últimos critican y critican al Fondo Monetario Internacional, pero hay que ver como babean ante la posibilidad de llenarse de monedas y de más monedas. Por eso, en principio, se mueren por llegar al estado y poner a funcionar la maquinita, aunque eso genere la inflación que por largo tiempo gran parte de miembros de la sociedad hispanoamericana ha tenido que soportar.
En lo que al Perú se refiere, no permitamos que los progresistas sigan haciendo de nuestro Estado su fuente de enriquecimiento. No dejemos que nuestras instituciones estatales pasen a llenar el vacío de los progresistas ahora viudos, viudas y viudes de USAID. Nuestros impuestos no pueden servir para financiar los privilegios, ni las facilidades, ni los antojitos, ni la abundancia de unos cuantos supuestamente iluminados, que viven de lo lindo, que se la pasan comiendo y viajando, a expensas de las grandes necesidades que en los hechos las masas populares hasta hoy enfrentan sin poderlas resolver.
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