Raúl Mendoza Cánepa
Una u otra revolución
Se vislumbra un mayor vacío institucional

Décadas atrás, ante el “fracaso” de los gobiernos civiles, no pocas manos tocaban las puertas de los cuarteles. Por mucho menos de lo que sucede hoy, saltaba un general, leía una proclama y asunto “arreglado”.
El Perú vive uno de los tiempos más turbulentos de su historia. Odebrecht ha destruido la política, nos ha robado la moral al punto de experimentar como tantas veces lo que es “dejarnos tocar”. Pese a la elección de un nuevo Congreso, la mitad de los peruanos no se siente representada y, de seguro, les daría igual que el Congreso no existiera. La gente no cree en nadie ni en nada, y las empresas pueden hacer mea culpa de cara a una vida nueva que nadie está dispuesta a bendecir.
Las reformas políticas, a decir verdad, cuando no sirven para nada, sirven para la demagogia. El derecho constitucional vació su contenido y se ha reelaborado a través de una sucesión de interpretaciones extrañas que reventaría la cabeza de mis viejos maestros. En medio de una migración descontrolada, de una empleabilidad inestable, de una economía que desde hace años va en retro, de una inestabilidad institucional que espanta y de una delincuencia que arrasa las calles, lo que se vislumbra es un mayor vacío institucional. Mejor no pensar en una emergencia sanitaria. Sí, aquí en un país que nunca está preparado para nada, uno en el que estornudar, escupir lluvias sobre otros o carecer de reglas de urbanidad es lo común.
El vacío genera horror, la gente siente lo que es el descontrol o no tener un referente de largo plazo, y consiente cualquier cosa para sentirse segura: desde una dictadura “ordenadora” hasta el Ejército en las calles disparándole a los roba celulares, desde sumarios hasta “paredones pedagógico-patrióticos”. La democracia disfuncional puede tornar en anarquía, pero también en turba, tiranía y sangre.
Desde luego que los cuarteles ya no abren sus puertas cuando les tocan; “arréglenselas como puedan”, dicen los generales. Y está bien, porque solo el Estado de derecho y la independencia de poderes aseguran que mañana no te toquen un pelo por opinar o te lleven a rastras como a Josef K. en El Proceso, “por alguna razón que se desconoce” (Kafka). Cierto es también, que el escenario así pintado no favorece a los candidatos débiles o de carácter por verse; en el 2021, el carácter será un arma política, pues así es la crisis. Se ignora si Antauro será liberado o si Urresti romperá las murallas de Lima; pero el caos, la orfandad y la ira solo engendran paternalismos fuertes y no siempre benevolentes. El “carácter” es otra cosa, no es tener la metralla, sino la solución desde el seso y el coraje para alcanzarla.
Frente a la crisis solo queda el retiro total de los que ya tuvieron la oportunidad. El “váyanse todos” antecede en la política al renacimiento. Que sean las personas decentes, democráticas, eficientes, inteligentes y sensatas las que encabecen el trato hacia la nueva política. Sí, “nueva”, sin renovadas etiquetas ni retoques nimios. Figurativamente, como el viejo González Prada en boca de su intérprete: “Los ‘jóvenes’ a la obra… los ‘viejos’ a la tumba”.
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