Raúl Mendoza Cánepa
Sagasti y la comunicación
Gobernar no es comunicar, es decidir

No estoy de acuerdo con la frase de un inteligente amigo politólogo, en las páginas de un diario, que atribuyen excesiva gravedad al modo de comunicar del presidente:
Esta vez sí veo a un Gobierno que tiene un gran problema de comunicación, lo que ayuda a explicar su mal momento. (…)Estamos en un momento en el que se necesitan dos cosas con urgencia en términos de comunicación. La primera, instrucciones claras, sean estas amables o duras, pero claras. Hay que saber transmitir con campañas simples lo que debemos hacer en estos momentos difíciles que vienen (…) Pero además es necesario contar con mensajes que apelen a la empatía, solidaridad (…).
A decir verdad, nunca en el Perú la comunicación ha sido efectiva para que el comportamiento social siga una pauta. Importa poco si el gobernante se expresa con dureza, a gritos, amablemente, con coordinación, claramente o apela a los sentimientos de la gente. El grueso de la población no escucha los mensajes o se los pasa por encima; como se pasa por encima a la ley, porque somos una sociedad anómica. En sus largas charlas, el ex presidente Vizcarra explicaba cómo cuidarnos, pero la gente no es empática ni solidaria. Solo hay un mecanismo de control social: la efectiva autoridad.
No se gobierna en una guerra con mensajes. Interesa qué normas se dictan y cómo se logra hacerlas cumplir. Borren de su diccionario dos palabras que no son claves: empatía y solidaridad. En China, desde la escuela se forma en la convicción que la conducta individual afecta a todos, y que una disrupción malsana del comportamiento armónico “hace temblar el edificio social”. Aquí la empatía y la solidaridad las hallarán en las estaciones de bomberos, en el ralo y noble voluntariado y en los conventos.
En una república importa la virtud pública, aquel conjunto de normas internalizadas desde la escuela que nos refiere la importancia de vivir en comunidad. Así como hay la “cosa pública” (res publica), de todos, hay la responsabilidad individual para con el ciudadano que es mi par republicano. En el Perú ese es un déficit del bicentenario.
Por tal, el presidente Sagasti debe esforzarse en lo que le atañe: las vacunas; el trabajo remoto obligatorio para descongestionar oficinas públicas y privadas, calles, paraderos y buses; relativizar el toque de queda o forzar a que las oficinas no extiendan la jornada al límite (genera congestión desde la víspera de la hora y sirve tan poco como la restricción vehicular de los autos privados). ¿Hay inspecciones policiales dentro del transporte público? Los jóvenes fiestean, ¿hay un sistema de alerta comunitario? De otro lado, el aforo reducido no funciona si es que no hay una metodología científica desde el Estado y si no se acompaña de una infraestructura de prevención del contagio en el espacio público (ventilación cruzada).
¿Invocación presidencial a la empatía ciudadana? Nadie se pone la mascarilla para proteger al otro. Aunque lo reclame el Papa, cada uno da preferencia a su comodidad aunque esta sea socialmente perniciosa. Solo se la pondrán si son castigados por exponer a otros al contagio (aún no hay un sistema de vigilancia). Si todos usáramos adecuadamente la mascarilla y evitáramos las aglomeraciones, el virus no tendría movilidad ni transmisibilidad. Así de fácil, pero no es un tema de invocación. Gobernar no es comunicar (bien, mal, más o menos), es decidir bien y ejecutar mejor, y finalmente sancionar. Vizcarra comunicaba, pero no cambió la conducta de la gente. Tampoco es que decidiera bien, miren las cifras.
Lo importante es el aporte de ideas. La suerte de esta transición (como la del que asuma en julio) será la suerte de todos.
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