Hugo Neira

Qué hemos hecho de mal

Perdimos las oportunidades de modernizar el país

Qué hemos hecho de mal
Hugo Neira
13 de junio del 2021


No soy de aquellos que les cuesta escribir un
paper, pero a veces, sí. Me pregunto —y sin duda el amable lector— qué hemos hecho de mal para llegar a la situación actual. Al desconcierto ciudadano, crisis de la credibilidad, voto del pueblo como sanción, el desencuentro de gobiernos y sociedad, y un clima de discordia entre peruanos mismos. Al escribir esta nota, me siento cercano a los astrónomos. Ellos ven estrellas lejanas y galaxias, pero también estallidos inesperados, astros que se vuelven agujeros negros, o sea, no saben en qué cosa se vuelven. 

Algo parecido nos ocurre con nuestro futuro. Cuando era un estudiante universitario me fascinaba el Big Bang, había un orden en el cosmos. Pero ahora no es sino una teoría como otras sobre la creación del universo. Hoy, lo que dicen los potentes telescopios es que el universo sigue expandiéndose, pero en un caos permanente. La casualidad, lo inesperado, es lo que reina. Un simple meteorito hace 66 millones de años, acabó con la vida de los dinosaurios, y según los expertos, con el 75% de la vida en el planeta. Qué más da que una colectividad bastante heterogénea a la que llamamos Perú, pierda su identidad, su Soberanía de Estado porque sería amalgamada a un proyecto continental. Fuimos a un proceso electoral pero no nos consultaron sobre si queríamos formar parte de un proyecto de la Coordinadora Continental Bolivariana. Esta posibilidad no es algo que proviene de la imaginación de algún novelista. Es algo real, y a gente muy inteligente y hábil le debemos el lío de las actas electorales que casualmente han sido manipuladas en los lugares —Lima y el norte— donde la rival tenía más electores. Ya se verá en qué termina todo esto. Pero el mal ya está hecho. No habrá vencedor alguno. Es la victoria de la antipolítica. Y la continuidad de la descomposición de nuestra sociedad. 

Con calma y melancolía (o sea, tristeza activa), estando en el extranjero, me preguntaba si esto es algo que nos había ocurrido en otras etapas de nuestra historia. Además de sociólogo soy historiador, y me parecía que esto también ha pasado anteriormente. Y entonces, acudí a una fuente. Un libro de un intelectual peruano escrito en 1956, y que de vuelta al Perú, resume el país de ese momento y parte de su historia. (No diré quién es, por eso de nuestros prejuicios ideológicos.) Y pregunto al viajero: ¿Hubo en el pasado esa costumbre de votar contra el otro? Sin mentir, me dice: «un sector político del Perú proclamó en 1879 al 1880, «primero los chilenos que Piérola» (p. 109) Y de ahí proviene la costumbre de votar no por fulano sino contra fulano.

El autor, digamos Juan Esquina, cuenta que en 1928, había vuelto al Perú, y no estaba del lado de Leguía, y «un amigo y socio mío, un anciano de mucho prestigio social, porque yo no quería escribir en su diario, le dice 'este Juan Esquina' es enemigo nuestro». «No suyo, sino todo un grupo social». Antagonismo, enemistad, «mi actitud —dice Juan— no pasaba de una crítica razonante, sin pasión». Juan había estado de paso por Chile, «pongo por caso, un conservador trata, con cordialidad, a un radical o un socialista y hasta un comunista». Pero en la Lima de esos años —dice Juan— «los pierolistas detestaban a los civilistas». «No concebimos la oposición sino como enemistad» (p. 108). Esas conductas han sido nuestra nefasta herencia. En costeños o andinos. Cholos o blancos. Yo solo veo peruanos. 

Pasando a otro tema, «nuestros partidos se constituyeron por circunstancias frágiles» (p. 111). Estamos, en este caso, en las del siglo XIX al XX . Claro que se refiere al Partido Civil, que era el partido de apartar el militarismo del poder, y ellos, algo de plutocracia agraria republicana. Y se improvisó otro grupo civil que buscó pueblo, el Partido Demócrata. Y luego, Leguía, el aprismo, el partido de Sánchez Cerro. Luego del periodo democrático y las dictaduras, no se dice qué son, no dicen si son conservadores o reformistas, liberales, rara vez socialistas o comunistas, por lo general máscaras simpaticonas, Somos Perú, Juntos Por el Perú, Frente Amplio. Es un signo. De los noventa a nuestros días, hay una crisis de los partidos políticos, tanto los partidos tradicionales —como el aprismo— como los demás. Al punto que Carlos Meléndez lo llama al presente sistema en crisis, el «periodo post-partidario». Esa crisis ocurre en otros países, inclusive en sociedades avanzadas, surgen los populismos. El caso del Perú podría explicarlo, pero sería un análisis que necesita más espacio. 

Diríamos, sin embargo, paradójicamente ha habido un crecimiento del PBI del 2001 hasta 2021. Pero creo que no es solo un problema socioeconómico sino geopolítico. Las distancias entre Lima y las provincias, clases medias emergentes y a la vez precarias, los que no se salvan de la pobreza, pero sobre todo, la corrupción. Las mafias que envuelven presidentes, ministros, gobernadores, funcionarios, abogados, periodistas, gobernantes de regiones. Entonces, el peruano duda del peruano. El triunfo del otro es sospechable. Si alguien tiene éxito, «es que debe haber robado». En Perú se vive a la defensiva. Y esto que cuento a continuación es real. Conozco a un amigo, alto funcionario, que me cuenta que un presidente cuyo nombre prefiero callar le propuso ser ministro. La respuesta fue, al llegar a casa, decirle a su mujer que hiciera las maletas, y se fueron al extranjero. Tenía razón, el que tomaron como reemplazo, tras el desfalco y latrocinio, todavía lo busca Interpol.

Volvamos al tema de «frágiles». Eso está clarito. Los partidos políticos según la ley, hasta hace poco requerían 705 mil firmas de adherentes para inscribirse (4% del padrón electoral), pero esa exigencia ha sido modificada a un 0,1% (24 mil). Esto fue en julio del 2019. Y lo de frágil es que uno de ellos, Perú Libre, se inscribe con 25'296 adherentes, y es el partido que encabeza los sufragios en la primera vuelta (18,9%) y en la segunda (muy limitado en sendos casos). Fuerza Popular, en el segundo plano, solo logró el 13,4% de los sufragios. Es evidente que ambos contrincantes no tuvieron mucho tiempo para esa campaña electoral. De ahí acaso la ausencia de personeros, sobre todo en las aldeas peruanas (los Andes, señores) y los contrincantes de Keiko, bien organizados y que llegaron temprano, hicieron lo que les dio la gana. Pase lo que pase, se ha destruido la confianza y enferma la legitimidad.

Vayamos a otro tema, nada menos la cuestión indígena. ¿Mejoramos durante la República? Juan, el amigo que conoce nuestra historia, nos dice: «El Virreinato había sido más piadoso con el indio». La Independencia fue para los criollos. Los esclavos negros continuaron hasta Ramón Castilla, que los libera. Pero los indios siguieron viviendo no solo en plena servidumbre, el siglo «republicano» —no me hablen de que fue fraternal para los indígenas—, ¡fue el peor! Paradoja peruana, bajo el dominio de la administración de los peninsulares, estaban protegidos, eran los que pagaban los tributos y la mano de obra para el trabajo en las minas. Ellos, en cambio, retenían sus tierras, y así, tres siglos. Pero cuando el Perú se vuelve republicano, desaparece la nobleza india. (Aquella de donde surgió Túpac Amaru II) ¿Una República? El «todo somos iguales» no fue tendencia. 

Perú en el XIX seguía siendo una sociedad de castas. Los ricos criollos se lanzaron sobre los terrenos comunales y jamás perdieron un litigio ante los indígenas campesinos. Hubo una suerte de colonialismo interno en los dos siglos después de la Independencia. Hasta la mitad del siglo XX, lo agrario era gamonales arriba, y abajo, indígenas aparceros o arrendires. El latifundio republicano era la continuidad de la encomienda virreinal. Y todo eso se detiene en junio de 1969. Le llaman Reforma Agraria. En realidad fue un cambio laboral. El latifundio peruano fue una forma precapitalista, feudal, lo sabemos, aunque todavía a una parte nada pequeña les parece normal que los campesinos (indio, ¿clase o etnia?) trabajaran sin salarios. Pese a la Independencia todavía no somos nación. Por eso Mario Vargas Llosa en un artículo reciente publicado en La República, dice «la forja de la nación». Está claro, si algo es forja, herrería, fragua, quiere decir que se está haciendo. Pero porque somos un país rico con muchos pobres.

En efecto, ¿por qué somos un país rico en su naturaleza y no salimos de la pobreza? Quizá porque no hemos tenido otra forma de trabajar. El escritor que acompaña estas líneas recuerda lo que se hizo con el guano de las islas en 1842. «El guano lo habían usado los incas para sus tierras». «El excremento que dejaban las aves marinas, 'el guanay' si lo hubiesen tomado como abono, pudimos lograr una agricultura peruana, pero eso no floreció nunca. El Estado prefirió el guano como producto de exportación, que sirvió para las rentas fiscales desniveladas» (p. 129). Si las islas guaneras hubiesen sido de Canadá o de China, hubiera sido distinto. La agricultura se habría convertido en una riqueza que permitirá la venta internacional de un país productor de alimentos. 

¿Qué sospechamos? El camino más fácil, evitar el trabajo o la inversión riesgosa. La flojera de una clase dominante en la que el ocioso ocupaba el tiempo. Un ejemplo: Lima, la capital, tenía hasta el fin del XIX una serie de fundos agrícolas en su contorno, de lo que se llama «de panllevar». La sombra del amigo que nos acompaña en esta escritura dice: «En materia de subsistencias, el Perú se abastecía a sí mismo en considerable proporción hasta 1916. La codicia por las grandes utilidades que empezó a rendir el algodón, eliminó de facto grandes plantaciones de panllevar. Y Lima se vio rodeada de campos blancos, en vez de los verdes que la circundaban» (p. 143).

Hay otras conductas, eso que interesa a psicólogos y antropólogos, acaso más que la economía. Porque en épocas distintas, en circunstancias diversas, se repiten ciertas actitudes. La historia (del Perú) tiene una invisible tendencia al «ritorno all'antico» (p. 98). Nos referimos a un curioso fenómeno. Se ama y a la vez se aborrece a fondo a uno que otro político con ideas y un paquete de reformas. 

El primer caso es alguien que encarna el siglo XIX, la guerra de caudillos, los militarismos, se llama Nicolás de Piérola. Nuestro amigo nos dice sobre su vida: «A este le birlaron todas las elecciones en que, queriendo participar, lo obligaron a ponerse de lado.» No lo invento, está en la página 116. ¿Cuál era su pecado? «El mestizo y el mulato, el pueblo oscuro, centenares de gente que estaba lista para ofrecer su vida, en la montonera».

El segundo, sin duda alguna, Haya de la Torre. La lealtad le acompaña más allá de la muerte. De 1931 hasta 1980, encarnaba el pueblo de trabajadores, de sindicatos, de empleados pobres, de profesionales en camino a ser clase media, y obviamente, perdimos otro siglo, el XX. Hubiéramos tenido una modalidad de socialdemocracia, de aquellas de Suecia, Dinamarca, economía de mercado y Estado social. Por algo, para mí su mejor libro Mensaje de la Europa nórdica. Para qué digo esto si en el Perú se lee poco o nada.

El tercer caso es Keiko Fujimori. No son los montoneros de Piérola ni las clases modestas del aprismo sino unas masas de clase media emergidas en los últimos decenios a las que disparatadamente le ponen una etiqueta de derecha. Son más bien profesionales, empresarios nuevos, más bien liberales y ningún elemento con las izquierdas. ¿Qué tienen en común? Casi nada. Salvo que sorprendieron, fueron un brote de modernidad, y la mentalidad conservadora de nuestro país, no los incluyó, cosa que se hizo en otras sociedades, sino que fueron el chivo expiatorio de cada etapa histórica. La invisible regla peruana es la exclusión. Piérola, Haya de la Torre y apristas, la máquina del desprecio se inventa cucos, y en país todavía adolescente, se lo creen. 

En fin, responderé la pregunta del inicio de este texto. ¿Qué mal hicimos? La inmovilidad. Se perdió la ocasión de modernizar el país con las grandes reformas que no se han hecho. Hubo una ocasión, después de Velasco. Luego, después de la derrota de Sendero Luminoso. Y ahora, están soñando en volver al pasado «normal» que duró hasta el 2016. Solo ahora, se dan cuenta que había campesinos olvidados, y es el caso de Pedro Castillo que los representa. (Lo que no me convence es tener por encima a Venezuela y la Coordinadora Continental Bolivariana). Perú, sociedad de clases más o menos modernas, a sus élites políticas les han sido invisibles los que no tienen ni agua, ni trabajo ni estudios. No se dieron cuenta de un hecho demográfico, los campesinos son hoy alfabetos. Nos dormimos. El exceso de optimismo, mitos, como «Dios es peruano». No solo hay «demócratas precarios» (Dargent) sino las instituciones y esa cultura criolla que elude la realidad, porque en el Perú «los problemas se resuelven solos» (Una frase del presidente Manuel Prado). Lo dice todo, la dejadez criolla en el Estado, los negocios, los estudios…

En fin, liberales o marxistas, tendrán que aprender la tolerancia. Habrá rivalidad, ¿y qué? Lo contrario es el despotismo y el pensamiento único. Ahora bien, quien sea el inquilino de Palacio tendrá la mitad del país al frente. No es una desgracia que existan fuerzas políticas distintas y opositoras. Los peruanos por lo general admiran a los Estados Unidos. Pero se hacen los que no saben que si progresaron, es porque tuvieron siempre republicanos y demócratas. Somos hasta el momento una sociedad de libertades públicas —votos, marchas— pero no somos todavía una sociedad democrática. El gran problema del peruano no es solo el empleo, la salud o la educación, sino el «otro».

Posdata. El lunes próximo diré quién es el autor del libro cuyas páginas he citado. No es Pablo Macera, pero alguien de igual de atrevido.

Hugo Neira
13 de junio del 2021

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