Hugo Neira

El carácter de Bolognesi

Su valor obstinado, eficaz e indesmayable nos asombra

El carácter de Bolognesi
Hugo Neira
23 de junio del 2025


Existe cierta lógica en el recuerdo colectivo. No recordamos, por ejemplo, a Bolognesi sino anciano. La imagen que nos es querida, hasta el punto de acongojarnos, es la del coronel de sienes plateadas caído en tierra, a punto de ser derribado por un culatazo, disparando un revólver con el brazo extendido, rodeado de uniformes de cazadores chilenos, tal y como Lepiani lo concibió en un cuadro célebre con el cual la historia del Perú nos dio las primeras lecciones de amargo rubor en los bancos de la escuela. Es este combatiente —agonista del Perú sorprendido y doliente del 80—, el que se impone sobre nuestra retina y sentimiento. Los otros, el artillero, el comerciante, el amigo de Castilla, o el hombre de confianza de Pezet, no ocupan la misma dimensión que el protagonista de los sucesos, cargados de sentido histórico, de Arica. Y es como si el carácter de Bolognesi, incluido dentro de esa familia de temperamentos que no admiten sino la vida de los extremos límites, precisaba de una posibilidad desesperada y tensa, en donde los demás hubieran zozobrado o desertado, para dejarse ver por entero. 

Es hombre de una sola sentenciosa respuesta al destino, de un solo gesto con el que bocetea para siempre su figura. No persigue la gloria, deja que ella venga. No es, pues, un político, como Piérola, obstinado conspirador o como Castilla, merodeador incansable del poder. Simétrico, arrogante, en su huella vital no hay grandes cisuras ni elevaciones. No se parece, pues, a Grau, salvo en la grandeza de alma y en la reposada calma con que esperó lo inevitable. Es inseparable de su fibra, en cambio, la impavidez frente a los hechos y la capacidad para, previendo incluso el desenlace, continuar con acucia animando y mandando, hasta el perecimiento. Descuella, por eso, por virtudes muy poco peruanas, entre las que se distinguen el amor por el orden, el acatamiento a la jerarquía y sus designios, la equidad en el mando, la disciplina emprendedora y el arte para guiar, regir, conducir con eficacia y tesón. Cierta simetría moral, que lo caracteriza, armoniza la innata cortesía del soldado que trató con todo respeto al parlamentario enemigo y el gesto magnánimo del jefe que sabe consultar a sus subalternos antes de atribuirse y por completo el destino final de estos hombres y de la plaza. 

Son sus rasgos relevantes los que hoy tocan el corazón de los peruanos: la sosegada grandeza de su sacrificio, la entereza moral de persistir, la enhiesta voluntad dispuesta a realizar y porfiar, la ausencia de temor, desasosiego o traición, la capacidad de encarar los hechos como una fibra capaz de los mayores esfuerzos y los peores desenlaces. Inherente a Bolognesi es ese valor obstinado, eficaz e indesmayable que nos asombra porque era como una energía a la que los años no habían vuelto decrépita. Acostumbrados a la apoteosis de héroe juvenil, el espacioso y probado valor de este anciano nos enseña que son las coyunturas históricas y los temperamentos con un vigor sin sobresaltos los que crean héroes, y no los años. Su humor, tan distinto al de otros personajes de nuestra Historia se avalora más si se juzga que es disidente en este gesto, en medio de la turbación y apatía de sus contemporáneos. Hecho para gestionar, establecer, crear, emprender, supo morir como un reto al desperdigado esfuerzo bélico peruano del que fue testigo y víctima. Pues fueron nuestros errores y discordias, más que la carga de la infantería chilena, los que ajusticiaron, esa mañana del 7 de junio, a Bolognesi en un Morro batido por el viento y las olas impasibles. 

 

De nuevo a las armas y Tarapacá 

¿Cuál era la situación de Francisco Bolognesi cuando la declaratoria de guerra de Chile al Perú y el llamado a las armas? No era cómoda su posición pues se le consideraba retirado. Ha de reclamar. Y en nombre de sus servicios y la ausencia de militares con experiencia Bolognesi, pese a su edad, es admitido y nombrado ayudante de la Tercera División que al mando del Coronel Ríos se hallaba en el alto del Molle. Se embarca en el Callao y le acompañan hasta el muelle, su hermano, don Mariano, su hijo Federico y el teniente Coronel, Pedro Gastelú. El país acude, pues, a sus reservas de energía y coraje, y para el voluntario hay un lugar en el esfuerzo desesperado por detener una invasión planeada cuidadosamente por una de las oligarquías (la chilena) más lúcidas y ambiciosas del continente. 

Pero no podía pasar Bolognesi desapercibido y pronto Buendía le entrega la Tercera División, formadas por los batallones 2 de Ayacucho y Guardias de Arequipa. Con ellos parte a Tarapacá. Víctima de una fiebre, resiste a pesar de su menguada salud, nueve horas de duro combate y los oficiales, entre ellos Roque Sáenz Peña —que ahí comienza a conocer el temple del que va a ser pronto su jefe— le ven escalar el Cerro de Dolores, embriagado por la promesa del triunfo para las armas peruanas. Luego, el propio General Montero, le entrega la plaza de Arica a la cual llega a la cabeza de su regimiento, de 1600 hombres. “El viejo luchador” dice Sáenz Peña, “actúa siempre dentro de los preceptos establecidos” y en la nueva plaza comienza una titánica labor para dotarla de una defensa y un ataque que satisfaga las urgencias de la guerra. 

Tarapacá es, pues, el último acto de Bolognesi antes de encerrarse en la tumba que es Arica. De aquí en adelante sólo lo veremos jaqueado por la adversidad, cada vez más solo, a medida que el desastre de las operaciones del ejército aliado (Bolivia y Perú) llegue a la culminación catastrófica del Alto de la Alianza que sella el destino de Arica como plaza aislada, sitiada, sin esperanza para los hombres que defendieron el pabellón y los derechos territoriales del Perú. Esa ciudad abierta a un mar en el que se dejaba sentir ya la ausencia de Grau y del Huáscar. Cuando Bolognesi va a Arica, prácticamente no tenemos marina y ha comenzado, por lo tanto, la ofensiva chilena, que no se detendrá sino hasta la captura de Lima y la capitulación del Perú. 

Extraído del ensayo “Francisco Bolognesi”, por Hugo Neira Samanez,  publicado en Lima en 1987, y reeditado en Biblioteca Hombres del Perú, colección dirigida por Hernán Alva Orlandini, Fondo Editorial PCUP & Editorial Universitaria, pp. 559-594, Lima, 2003.

Hugo Neira
23 de junio del 2025

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