Hugo Neira

Peor que politiquería, costumbrismo

El país en que «quedamos en que veremos» (François Bourricaud)

Peor que politiquería, costumbrismo
Hugo Neira
10 de julio del 2017

El país en que «quedamos en que veremos» (François Bourricaud)

¿Cuál es ese país?, se dirá el amable lector. Cuál va a ser, sino aquel en que usted y yo vivimos. En que la leche es leche y no lo es. En donde la policía le pone fin a los crímenes de Los Charlys’, mientras otros “policías robaban droga a narcos para negociarla con las mafias del Callao” (La República, 08/07/17). “En qué quedamos, por fin, / me quieres o no me quieres/”. La ideología dominante son Los Tecolines. “Si estás cansada de mí, / más vale que no lo niegues”. Bolerazo.

Lo del indulto o no, es tema que será interminable. He vivido en otros países, conozco otros pueblos y naciones, todavía los franceses polemizan si Bonaparte tuvo que ser emperador o quedarse en primer cónsul. O si Franco produjo o no el desarrollo, aunque dictatorial, de España, y cosas por el estilo. El enjuiciamiento histórico sobre el gobierno de Alberto Fujimori no es para nuestro tiempo. No hay voluntad de un criterio neutral. Lo hará, en el futuro, algún scholar norteamericano. Por ahora, es el peor de los temas, divide a los peruanos. Y vuelve a Lima bizantina. Nos recuerda el desencanto de César Vallejo: “...ahora en que me asfixia Bizancio”. Eso era Lima en los años veinte. Esto es un siglo más tarde, la Lima politiquera de hoy.

Estoy hasta la coronilla del tema del indulto a Alberto Fujimori, y no soy el único. En este país con una economía detenida, donde se han perdido unos 100,000 puestos de trabajo en el sector formal, en una situación en que el caos y la juerga se combinan, hay temas más graves. Sin embargo, ahora ya no es indulto, sino «perdón médico». El presidente no ha dicho ni sí ni no. Ha hablado. Pero para no decir ni sí ni no.

Ante este escenario de idas y venidas, alguien como Raúl Tola se echa a razonar y se pregunta por qué el empecinamiento por mantener vigente este debate (La República, ibid.) Creo que eso merece no una sino dos respuestas. La primera, en efecto, parece una estrategia política. El presidente lleva al fujimorismo a un juego peligroso, a oponerse todo el tiempo. Vuelve entonces a la oposición parlamentaria los malos de la película. La corriente antifujimorista estará encantada. Pero hay un problema, en ese juego también pierde PPK. Lo que corre en medios y en las conversaciones es que ni uno ni el otro gobiernan. Por el contrario, cuando su gabinete ha actuado, y con rapidez y energía, en el norte inundado por los huaicos, la aprobación al Ejecutivo subió varios puntos. El país quiere decisiones.

Ahora bien, y con riesgo de transformar estas líneas no solo en un análisis político sino en una crónica costumbrista, tengo que invocar otro componente. No todo es política, sino también malas costumbres. Comportamientos. Hay una manía limeña que viene del siglo XIX. Y la describe con ironía Manuel Ascencio Segura. «Democrático electivo / […] Temporal, responsable, alternativo / […] De este calificar pomposo y vano / Que el Gobierno de intriga o fuerza emana / Y hace después lo que le da la gana». ¿Modernos? ¿A dos pasos de la OCDE? Algunos rasgos de hábitos sociales que describieron los escritores costumbristas, hace más de un siglo, el espíritu remolón y engreído de los encumbrados, no son novedades, sino un permanente estereotipo. Tenerte en ascuas. De ahí los corillos periodísticos, el sainete del indulto, una teatralidad del pasado. Y nada saludable para los tiempos que corren.

Este artículo se inicia con una cita, la de François Bourricaud. El investigador francés que escribió un libro excepcional y que vivió entre nosotros y conocía nuestras mañas y vicios. Presidente de la Sociedad Internacional de Sociología cuando acababa de graduarme doctor en Ciencias Sociales en París, me invita a almorzar. Y me hace esta pregunta, a quemarropa.

—Y ahora Neira, ¿qué piensa usted hacer?

Bourricaud sabía que tenía relaciones académicas con España y México (y todavía no pensaba en presentarme a los concursos en Francia). Y la verdad es que le dije que volvía al Perú, cosa que hice. Su comentario, no puedo olvidarlo. «De modo que vuelve al país en que “quedamos en que veremos”».

 

La mala costumbre de mecer. Lo usamos en todo momento, cuanto te invitan a una cena, a un negocio, a lo que fuere. Las secretarias se pasan la vida llamando por teléfono «para confirmar». No es costumbre ni en Buenos Aires, París, Madrid o Nueva York. En Lima, por quítame estas pajas, en vez de decir «lo siento, no puedo», lo que hacemos es mecer. ¡Qué difícil debe ser hacer negocios en el Perú! Todo se diluye, de las inversiones privadas a los asuntos públicos, en el «quedamos en que veremos».

El disimulo. Dejemos eso para delincuentes que cambian hasta el nombre de las cosas: «Tengo 60 pollos [60 kilos de droga]. Tengo la merca caleta [escondida]». (LR, ibid.)

La mecida, qué diablos, truco para otros menesteres. No para la primera autoridad del Perú que debe hablar solo para decir cosas definitivas.

 

Posdata: próxima columna, terremoto en el Apra.
 

Hugo Neira

Hugo Neira
10 de julio del 2017

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