Hugo Neira

Elogio a Mario Vargas Llosa

Discurso en la ceremonia de entrega del cargo de doctor “honoris causa” a MVLL en la Universidad Francesa del Pacífico (Tahití), en enero del 2002

Elogio a Mario Vargas Llosa
Hugo Neira
28 de abril del 2025


Algunas palabras de agradecimiento. A Mario Vargas Llosa, a su esposa Patricia y familia, a sus amigos, por venir de tan lejos y estar aquí con nosotros. Luego, a cada uno de vosotros por acompañarnos en esta fiesta de la literatura, la cultura y la libertad creadora. En fin, a las autoridades de mi universidad por haberme confiado esta tarea, este honor. No obstante, confieso que esta tarea vertiginosa me dio inicialmente algún temor. Para decirlo rápidamente, con una fórmula que deslicé en una entrevista para la radio y que ha tenido eco favorable en la prensa de Tahití, no se resume a un autor que en vida figura en la
Encyclopædia Universalis, pero, pensándolo bien, justamente, sí.

Me han convocado para hacer el elogio de Mario Vargas Llosa intelectual. Decir que naciste en Arequipa, Perú, que hiciste estudios en San Marcos, y que, en Barcelona, muy joven, tus premios te abrieron las puertas de las casas editoras españolas, es decir cuánto de tu destino te lo debes a ti mismo, pero debemos intentar ir un poco más lejos. Parodiando una célebre frase de Simone de Beauvoir, diré lo siguiente. No se nace Vargas Llosa, se vuelve, es autorrealización. En efecto, ¿cómo se construye un papel tan especial a la vez literario y público como el tuyo? ¿Cómo se llega a ser ciudadano sin mácula del Perú, de la América Latina, del mundo? ¿Cuánto de la lección de los grandes intelectuales franceses, como Malraux, Sartre y Camus, que tú admiras, a los que con frecuencia citas y recuerdas, ha venido a encarnarse en tu particular aventura humana, y ello, en el convulso mundo de la América Latina, ese mundo que un amigo común, el mexicano Octavio Paz, ha llamado por su mezcla de pasión y razón, de tragedia y rebeldía, el “extremo Occidente”? El intelectual engagé (comprometido).

Lo que inflamó la esperanza de toda una generación fue la revolución cubana, pero no como la repetición de un comunismo burocrático sino de una rebelión casi diría libertaria, sin duda una quimera, una ilusión, pero algo que fuera más lejos que la inercia del sistema soviético. Cuando llegue la hora de hacer una expedición en el territorio de la alta intelligentsia (para retomar el término de Patrick Rotman en su estudio sobre los intelectuales franceses) se verá que nuestro intelectual engagé, salvo los comunistas de estricta observancia, fue otra cosa. Sea como fuera, Mario fue uno de los primeros en despertar del monstruoso error. Fue con ocasión del proceso político a un escritor disidente, a un poeta, Padilla, el caso Padilla, 1970. Una carnavalesca repetición de los procesos de Moscú de los años treinta. Quiero decirlo con intensidad en esta parte del elogio. Cuando la esperanza de la revolución cubana se vuelve un despotismo tropical, entonces, la ruptura de Mario Vargas Llosa prepara el gran divorcio de la izquierda intelectual de la América Latina con la URSS. Y esto, veinte años antes de la caída del muro de Berlín. Tú has sido un precursor. Un adelantado.

Sin embargo, muchos se preguntan, en los innumerables coloquios sobre Vargas Llosa novelista y hombre público, si hay una gran diferencia entre las actitudes del joven Mario y el escritor consagrado de nuestros días. Es una cuestión delicada, pero debo abordarla, con la brevedad propia de este acto. Es cierto que el filósofo Jean-François Lyotard, en La condición postmoderna ha hablado del agotamiento de los metarrelatos, de las utopías y promesas. Lo que implica una crisis del papel del intelectual universal. Ahora bien, hay una tendencia en la crítica actual a considerar que quien deja de ser un intelectual radical de izquierda se vuelve, forzosamente, un conservador. Eso es una manera de pensar binaria, reductora. Por mi parte, veo en tus compromisos de hombre público dos etapas y ambas por igual radicales. En tus primeras novelas ya eras un rebelde, al denunciar una sociedad enferma, una sociedad de rígidas convenciones y diferencias de clase y de raza, tras de la cual no hay sino vacío y caos (Conversaciones en La Catedral). Generaciones de peruanos y latinoamericanos han sentido en el ciclo de tus novelas la revelación atroz de la realidad social. En tu postura actual, tu palabra reúne política y ética, de una cierta manera hace pensar a los moralistas franceses del siglo XVIII, pero con una temible actualidad. Es el despotismo de la corrupción lo que te preocupa, la perversión de las elites financieras y sociales. Quieres mercado y empresarios pero no corruptos. Es un proyecto sensato de Estado de Derecho por el que luchas, de pronto también es una utopía, puesto que parte de esas sociedades habituadas a la injusticia rechaza la modernidad de la ley para todos. Pero antes como ahora, sigues siendo un rebelde, es decir, alguien que no acepta la realidad monstruosa del mundo. El desencanto de las antiguas “causas” no ha constituido en tu caso un motivo de retraimiento fuera del espacio público. Es preciso que en este elogio esté clara tu disponibilidad por las grandes “causas” aunque, claro esté, no sean las mismas. ¿Por qué, sin embargo, la necesidad de ocupar el poder mismo, es decir, por qué tu candidatura a la presidencia en 1990? Estamos hablando de intelectuales en la escena de la América Latina. Allá, el intelectual construye una suerte de moral de la urgencia. Pienso en el argentino Sábato ante el tema de los crímenes de Estado, los desaparecidos. Pienso en el mexicano Octavio Paz en contra de la perpetuidad en el Estado de una burocracia partidaria. Pues bien, en 1990, ante la deriva populista del Perú hacia el caos y el auge terrorista de Sendero Luminoso, la opinión pública llama al escritor a sobrepasar la moral de la urgencia por un deber de substitución. El intelectual en la América Latina, contrariando la definición clásica de Raymond Aron a quien sin embargo escuché en las aulas de la Sorbona, no sólo corrige o critica a la clase dirigente sino que, a veces, en casos extremos, tiende a sustituirla, porque esta clase, en nuestro peruano caso, hélàs, no existe.

En el Perú de hoy, donde para hacerte escuchar no necesitas ser presidente, y aunque el país prefiera a veces tiranos sonrientes (y Fujimori sonreía todo el tiempo), tú vas para decir cosas tremendas, gusten o no gusten. Por ejemplo, sin orden democrático, ni soñar con el progreso. Esta exigencia metapolítica, filosófica, moral, te convierte en un “exitator peruvianis.” La juventud te escucha, los corruptos te temen, eres accesible a los mass media, y muchos jóvenes escritores te deben, a veces, una carrera, y siempre, consejos (Cartas a un joven novelista). En suma, eres un Admirable Removedor de conciencias (Éveilleur). Doble destino, de escritor y de intelectual, has construido tu vida en torno a la libertad y la creación, y todo ello, en circunstancias extremas. Coraje intelectual he dicho. Debo añadir, calma, tranquilamente, coraje físico. Tú has hecho campaña presidencial en 1990, por pueblos dispersos del Perú y en el momento en que Sendero andaba por ahí, antes de la captura de su líder. Para concluir e intentar definir qué es lo que eres, voy a utilizar un oxímoron, es decir, una figura de retórica que reúne términos antagónicos. Eres un gran europeo peruano. Al honrarte, en esta ocasión, esta universidad y la República Francesa se honran a sí mismas.

Hugo Neira
28 de abril del 2025

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