Hugo Neira

La crisis de identidad como el mal del siglo XX (I)

Paréntesis epistemológico (escrito en 1979)

La crisis de identidad como el mal del siglo XX (I)
Hugo Neira
31 de marzo del 2025


Se sabe que la antropología recoge por lo menos un centenar de definiciones de
cultura. ¿Habrá tantas identidades colectivas como culturas? Y más aún, por la vía de las dobles, triples, lealtades. La dificultad de definición aludida viene directamente del hecho de que se señalan fenómenos que engloban un grupo (raza, lengua, comunidad), a civilizaciones (identidad musulmana, budista), a entidades políticas, Estados en formación o con aspiraciones a una formación histórica específica (vascos, celtas, portorriqueños) o en pérdida de legitimidad (Estado español, Estado francés).  

Por otra parte, las crisis de identidad se sitúan en diversas gradientes del mundo actual. En las sociedades en vías de desarrollo (identidad latinoamericana, egipcia, argelina) en los países industriales (en sus micronacionalidades, corsos, croatas). Y, con los movimientos de la contracultura, principalmente en los Estados Unidos, pero no sólo en ellos, ante un estilo de vida. Situados en la gradiente postindustrial. La noción proviene de las ciencias sociales. De un lado, de la psicología, como pasaje. Por lo general, de la adolescencia a la madurez. Del otro, de la antropología, en donde se la asume como exploración de la diferencia.

Alguien se define en relación a alguien. A un grupo o movimiento. La identidad es aspiración a coincidir con el propio ser. Alcanza a casi todos. Pues, no lo olvidemos — hemos dedicado al tema la primera parte de este trabajo— la homogeneidad es omnipresente. Por lo tanto, la reacción es la búsqueda, en sociedades tradicionales o industriales, de códigos de arraigo.

Admitamos la primera definición, psicológica, rito de pasaje. Y bien, existen, también,  malas identificaciones, cuando un sujeto no interioriza el aspecto de la otra persona —o de una civilización o Estado— al que debe imitar por simpatía y transformarse en él. Si el paradigma social dominante resulta que es el hombre occidental, el Estado centralizador, el adulto machista, se comprende que el refugio en la identidad africana, vasca o la cultura contracultural de los jóvenes respectivamente, sea una respuesta reaccional. "A-culturización", quiere decir pasaje a-otra-civilización. Pero ¿qué ocurre si no se quiere ser aquello que no despierta simpatía alguna? Las identidades colectivas de la crisis lo son por su negatividad. Como rechazo del "otro". Aquí pueden colocarse todos los pares esquizoides en los que se divide el mundo contemporáneo, unos frente a otros: occidentales / tercermundistas, burguesías dominantes / culturas dominadas, adulto / joven, hombre / mujer, normales / locos, cultivados /no cultivados, patrones / asalariados, urbanos / campesinos, integrados / marginales ...

Estas dicotomías pueden llegar a ser interminables. La crisis de la identidad dice menos de los que en ella se revelan, pues según la escuela de Adorno éstos serían los sanos, los que han descubierto la Verdoppelung, la reproducción del esquema de producción en el trabajo igual al ocio, al punto que los momentos de descanso —ver televisión, hacer deportes, tomar vacaciones— son también, bajo una presión social enorme, trabajo. El lema adorniano insiste en la "sucesión automática de operaciones estandarizadas". Los roles dominantes (por lo menos, hasta antes de la crisis "dentro" y "fuera" de Occidente) es decir, del sujeto adulto-padre de familia, marido-productor-heterosexual, el normal (no psicológicamente, sino desde un punto de vista social, de rendimiento) demandaría un esfuerzo de adaptación agotador puesto que ser un individuo admisible, implicaría "un esfuerzo dispensado al cumplimiento de su propia individualización".  Parece que millones de personas se han fatigado del juego. La crisis de identidad, en las naciones industriales —pero no solo allí puesto que el modelo de la civilización capitalista tiene la tentación de la planetarización— resulta de la ruptura de cualquiera de alguno de estos actos en que los hombres se producen a sí mismos en relación con los otros, con gestos de imitación y repetición. Si se rompe por algún punto el continuo, aparecerá lo que se llama la crisis de valores, la misma crisis de identidad, pero en el lenguaje trascendente (y amenazante, policial) de la legitimidad dominante. Pero unos se han fatigado de ser padres, y entonces tenemos crisis de natalidad. Otros, de callar sus pulsaciones más genuinas, y he aquí la crisis de comportamientos: multiplicación de homosexuales, lesbianas, transexuales. Los de más allá, confiesan que vivir sin ocupación estable no les quita el sueño, y se instala la crisis de la "moral del esfuerzo", y así sucesivamente. (Moral con la que se construyó la actual civilización industrial).

¿Cómo podrían por otra parte, las minorías dominantes de las jóvenes naciones, lo que Samir Amin llamaría con placer, las burguesías de Estado (directorios revolucionarios sudamericanos, élites dirigentes africanas de formación anglófona y francófona), identificarse con las "imago paternales" de un Occidente en crisis? Fanon hablaba del Edipo colonial. La cuestión se complica si el "padre" al que hay que matar simbólicamente es débil. El retorno a la madre —la Madre África, la Mamapacha de los indigenistas peruanos y bolivianos — es la consecuencia funesta. No puede haber "duelo" porque el padre cultural no lo merece. No hay pasaje. Hay fijación. [Continúa la próxima quincena]

 

Viene del libro colectivo: Perú: Identidad nacional, Ediciones CEDEP, Lima 1975

H. Neira: "La guerra de las identidades. Reflexiones en torno a identidad nacional, utopía y proyectos de sociedad", pp. 469-511. Reeditado en Del pensar mestizo, Herética, Lima, 2006, pp. 361-366.

Hugo Neira
31 de marzo del 2025

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