Berit Knudsen

Trump rodea a Maduro en el Caribe

La fragilidad de un régimen aislado que sobrevive con redes ilícitas

Trump rodea a Maduro en el Caribe
Berit Knudsen
28 de agosto del 2025

 

La confrontación entre Estados Unidos y Venezuela coloca al Caribe en el centro de las tensiones internacionales. No es una guerra abierta ni una invasión inmediata, es un cerco calculado que Donald Trump ha levantado para estrangular las finanzas del chavismo. Frente a las maniobras, Nicolás Maduro responde con despliegues simbólicos, discursos de resistencia y un recurso desgastado: la movilización de milicianos.

Washington declaró como organizaciones terroristas al Cartel de los Soles y al Tren de Aragua, elevó la recompensa por Maduro a US$ 50 millones y lanzó una operación naval con destructores Aegis, un crucero lanzamisiles, un submarino de propulsión nuclear y 4,000 marines en el Caribe. Estos buques, capaces de rastrear centenares de objetivos paralelamente, operan en red con submarinos, satélites y aviones espía para detectar y neutralizar embarcaciones sospechosas. Oficialmente es un esfuerzo antidrogas, pero la magnitud del despliegue revela intenciones ambiciosas: cortar rutas del narcotráfico, principal fuente de ingresos ilícitos del régimen, demostrando que Estados Unidos sigue siendo la potencia hegemónica hemisférica.

La reacción venezolana oscila entre la retórica y la improvisación. Maduro anunció la movilización de 4,5 millones de reservistas, cifra imposible en la práctica, ordenó patrullajes costeros y fronterizos; pero liberó presos políticos y aceptó intercambios de prisioneros con Washington, señal que delata la necesidad de aliviar la presión internacional. La represión contra la oposición continúa y la narrativa de “defensa de la soberanía” busca cohesión en medio del aislamiento diplomático.

La historia ayuda a entender la coyuntura. En 1989 Estados Unidos invadió Panamá para capturar a Manuel Noriega, dictador acusado de narcotráfico. La operación duró dos semanas, costó la vida de centenares de panameños y dejó al régimen militar en ruinas. De 2003-2011, la caída de Saddam Hussein en Irak demostró que una intervención militar puede derrocar a un dictador, pero abrió una espiral de caos y guerra civil. Venezuela no es Panamá, por su tamaño y alianzas; y tampoco Irak, porque la Casa Blanca no busca gastar billones en otra ocupación. El plan de Trump no es desembarcar en Caracas, sino dejar al chavismo sin recursos, obligándolo a rendirse.

A nivel internacional, Cuba, Rusia, China e Irán, apoyan diplomáticamente a Maduro, sin poder contrarrestar en el terreno la presencia militar estadounidense en el Caribe. Países vecinos como Guyana y Trinidad y Tobago se alinean con Washington, mientras Francia envió un buque de refuerzo a la Guayana Francesa. Brasil mantiene una ambigüedad calculada: Lula respalda políticamente a Maduro, pero el narcotráfico limita su margen. En el tablero, Venezuela aparece rodeada.

Las repercusiones posibles son diversas. Si el bloqueo naval reduce los flujos de droga, el régimen perderá un importante sostén financiero que aumentará la tensión interna. El riesgo de un choque accidental entre buques o aviones no puede descartarse, lo que detonaría una escalada. En paralelo, la presión económica y militar puede generar nuevas olas migratorias que afectarían a Colombia, Brasil y los países del Caribe.

El Caribe proyecta tanto las ambiciones imperiales de Washington como la fragilidad de un régimen aislado que sobrevive con redes ilícitas. Trump no busca repetir un Irak en la región, pero tal vez sí reeditar la lógica de Panamá: demostrar, con la fuerza de Estados Unidos, quién permanece y quién cae en su patio trasero. El desenlace es incierto, pero los fantasmas del pasado advierten que la línea entre la presión calculada y el estallido de guerra es delgada.

Berit Knudsen
28 de agosto del 2025

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