Berit Knudsen
Trump, Al-Sharaa, una alianza peligrosa
No busca moralizar Oriente Medio, sino maximizar ventajas
Donald Trump sorprendió al mundo acercándose a Ahmed al-Sharaa, líder de facto sirio y excomandante de Al Qaeda. Mensaje político confuso: Washington, víctima del 11 de septiembre, promotor de la “guerra contra el terrorismo” recibe con honores al presidente que formó parte de Al Qaeda, que derribó a Bashar al-Assad en once días, tras 24 años de tiranía. Los encuentros en Arabia Saudita y Washington despertaron cuestionamientos: ¿por qué apostar por alguien con esa biografía?
La historia en Oriente Medio vincula al presidente sirio con oscuros episodios. Se unió a Al Qaeda en 2003, combatió en la revolución siria contra el dictador Assad, en 2012 fundó el Frente al-Nusra, rama local de Al Qaeda, consolidó un bastión en Idlib negándose a fusionarse con el Estado Islámico que intentó absorberlo. En 2016 rompió con Al Qaeda y dirigió Hayat Tahrir al-Sham (HTS) hasta 2025. Al Qaeda, organización terrorista global, lucha contra gobiernos musulmanes apóstatas, eliminando la presencia occidental en territorios islámicos. HTS representa al islamismo militarizado para la gobernanza territorial, no un califato transnacional. Derrocar la tiranía respaldada por Rusia e Irán y convertirse en presidente, fue un terremoto político.
Siria, uno de los países más pobres de Oriente Medio con bajos índices de desarrollo, es una pieza geoestratégica para la seguridad del Levante. Conecta el Golfo Pérsico con el Mediterráneo, ruta de Irán para abastecer a Hezbolá en el Líbano, amortiguador entre Turquía y el mundo árabe, importante frontera para Israel y territorio que conecta Rusia con el Mediterráneo y África. Pero allí donde un Estado se derrumba, otros actores intentan ocuparlo.
Arabia Saudita quiere reintegrar a Siria al eje árabe suní, debilitando a Irán; Turquía negocia la cuestión kurda; Irán y Hezbolá ven al desertor que entregará información a Washington; Israel percibe menor presencia iraní en sus fronteras; Egipto defiende la supervivencia árabe y Rusia acepta un líder incómodo, preservando sus bases militares en Latakia y Tartús. Siria, incluso devastada, ordena o desordena la región.
Trump no ve un escenario donde promover democracia o derechos humanos, ve un espacio para frenar a adversarios estratégicos: bloquear la expansión iraní, debilitar el corredor entre Teherán y Hezbolá, limitar la presencia rusa, contener la autonomía turca, evitar el resurgimiento del ISIS y limitar la expansión china en infraestructura y puertos. Al-Sharaa no es un aliado moral, es un aliado útil. Controla territorios, conoce las insurgencias desde adentro, puede desactivarlas y negociar con redes tribales, familiares y religiosas que definen la política siria.
La utilidad surge de sus conocimientos. Ninguna inteligencia occidental, CIA, MI6, ni el Mossad, entienden el ecosistema yihadista como Al-Sharaa. Sabe cómo se financian las células, cómo circula el dinero con la hawala, contrabando entre Turquía, Irak y Siria, cómo reclutar jóvenes, qué imanes evitan la radicalización o la aceleran, quién responde por honor tribal u oportunismo; señales desapercibidas para analistas occidentales. Conoce el léxico insurgente, fracturas entre facciones, resentimientos, alianzas pragmáticas y líneas rojas que no pueden cruzarse. Para Washington, ese “nodo” produce inteligencia, contiene amenazas, estabilidad que no puede imponer con tropas o diplomacia.
Pero el riesgo es evidente. El fenómeno del proxy blowback: grupos armados o actores irregulares apoyados durante una crisis, adquieren poder, pudiendo volverse contra sus patrocinadores. Ocurrió con los muyahidines afganos, Hezbollah, Hamas, milicias iraquíes y redes paramilitares. Un actor armado convertido en Estado adquiere autonomía, controla recursos, instituciones y legitimidad local, haciendo difícil saber qué dirección tomará. Para el Pentágono “es mejor un exinsurgente en el poder que una insurgencia fuera de control”, lógica que Trump lleva al límite.
La pregunta es si Al-Sharaa romperá con su pasado, reconfigurando su ideología para gobernar un país fragmentado, imposible de ordenar sin pactos locales. Más que olvidar su historia, ¿será capaz de imponerse como líder estatal, no como comandante insurgente? La estabilidad dependerá del equilibrio entre militares, clanes, minorías y actores externos influyentes.
La alianza no busca moralizar Oriente Medio, sino maximizar ventajas. La interrogante es si un ex insurgente con biografía yihadista puede sostener un Estado sin reproducir la lógica de guerra que lo llevó al poder, y si Estados Unidos podrá manejar a un aliado que conoce las sombras del sistema. Siria, país pobre pero estratégico, definirá si las potencias ponen orden en una región que no tolera experimentos extranjeros.
















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