Hugo Neira

La crisis de identidad como el mal del siglo XX (II)

Final de: “Paréntesis epistemológico” (escrito en 1979)

La crisis de identidad como el mal del siglo XX (II)
Hugo Neira
14 de abril del 2025


La identidad, entonces, puede ser una trampa colectiva. La permanencia en la eterna y conflictiva adolescencia. La prolongación de la edad irrazonable de los pueblos. La necesidad de jefes y guías carismáticos, a los que, no olvidarlo, se ama y se odia, simultáneamente. Cien Flores. “
Pi Lin pi Kong”. Banda de los Cuatro. Hoy “Padre de Pueblos”, mañana “Execrable Enemigo Público Número Uno”. La historia reciente de la descolonización del Tercer Mundo está llena de estos casos obsesivos.

Cultivo de lo diferente. Ciertamente. ¿Cabe preguntarse si hay algo en común entre todos estos movimientos? Quizá el rechazo de la instrumentalidad, de la social engineering. El uso de vías laterales de entendimiento, pues lo vertical cohesiona pero mata lo original, lo que hace de cada uno lo que es.

Y la necesidad de ser autónomos. Imaginemos que pudiera reunirse a un rockero de los barrios bajos de Londres, a un nacionalista vasco, a un homosexual militante de Ámsterdam, a un chicano californiano y a un indio aymara del altiplano andino. Si se les preguntara qué tendrían de común, responderían que nada. Salvo el deseo de permanecer idénticos a sí mismos. Lo que les unifica son sus diferencias. Unos están en contra de la sociedad industrial que les explota, otros por oposición a las normas de conductas imperantes, aquél ante la industria de la cultura (el rockero), otro, contra el abandono de la cultura india por la cultura nacional (el aymara). En sus antis. Discuten fragmentadamente la misma sociedad. Pero en niveles de realidad distintos, económicos, culturales, políticos.

La necesidad de autonomías culturales —sociales, sexuales, “nacionales”— no empuja, pues, el campo de la libertad, sino el de las libertades. A diferencia de aquella, éstas son concretas, y múltiples. Sus espacios de expresión enriquecen el mundo mientras simultáneamente la producción de bienes culturales masivos intenta recuperar lo diferente. De esta dialéctica recuperación/escándalo está hecho el mundo en que vivimos. Y continuará. Pero estas revueltas de lo heterogéneo quizá son la gran revolución, que esperábamos. Salvo que no es una Revolución con mayúsculas, sino varias. Malraux, finalmente, tenía razón cuando, ante la crisis de Mayo, dijo: “esta es una crisis de civilización”. Debería haber dicho: también una crisis de civilización. Puesto que la complejidad del tema proviene de la diversa vejez histórica de lo cuestionado. 

Me explico. Cuando se discute, en nombre del socialismo, por ejemplo, el monopolio de los medios de producción sociales y su actual apropiación privada, se enfrenta a una realidad que, bajo su actual “forma industrial”, sólo remonta a dos siglos. Cuando se apunta al corazón del Estado, como el disparo de las Brigadas Rojas italianas a Aldo Moro, cuando se discute la validez del principio del monopolio de la fuerza por el Estado, se está discutiendo una formación histórica milenaria. Estas revoluciones, socialistas y anarquistas, pueden ir acompañadas todavía de una tercera contestación aún más profunda, porque cuestiona una tradición más arraigada. Cuando los jóvenes de la contracultura, que también pueden ser partidarios de las otras revoluciones que llamaríamos del corto tiempo —caída de un gobierno, de una forma de producción— atacan el trazado actual de la urbe, la familia monogámica, la primacía del adulto sobre el niño, del macho sobre la hembra, la división de la sexualidad en sólo dos sexos, se está cuestionando un tipo de sociedad que ha venido operando desde la revolución del Neolítico. Hace diez mil años.

El arcaísmo de las formas históricas es un hecho, de la misma manera que no es lo mismo un perro que un mamut. Sorprenden en nuestro tiempo la simultaneidad de “las crisis”. Hay un deterioro de la hegemonía burguesa en varios Estados modernos del capitalismo avanzado que son, como lo señala Huntington, “cada vez más ingobernables”. Lo que le lleva a recomendar, para Estados Unidos inclusive, “democracias limitadas”. Se puede fácilmente imaginar la polvareda que estas afirmaciones, que anticipan educados totalitarismos, han levantado. Pero muy lejos de dar la razón a Huntington, lo cierto es que la democracia liberal es cada vez menos operativa. A esta crisis, añádase otras, de la sociedad industrial, del modelo de acumulación, de la civilización urbana, del principio patriarcal. Y, por lo tanto, la multiplicación de las contestaciones. Todo ocurre casi al mismo tiempo y con los mismos actores. La crisis de identidad habita en cada caso. En la convergencia de formas históricas en declive y en otras en nacimiento, de incertidumbres, de transiciones de un estado de cosas a otro, de desequilibrios individuales y colectivos, y en lo general, de dobles lealtades. Por eso, sin agotar el tema ni mucho menos, conviene desde ahora señalar su amplitud: la crisis de identidad es el mal del siglo.

Es el fin del siglo. Es el futuro que se ha anticipado. Es la necesidad de seguir viviendo dentro de unas ciudades, unas estructuras económicas, unas relaciones sociales como las que nos impelen a formar familias para no quedarnos solos, y al mismo tiempo, la conciencia, secreta o lúcida según cada quien, de que todo esto, más tarde o temprano, desaparecerá. Y que vivimos dentro de un cadáver histórico. Roma siguió de pie durante siglos. Pero ya había dejado de ser históricamente vigente. El credo socialista no nos resuelve del todo esta amenaza tanática, en especial en su versión estatal-industrializante. Si el socialismo es la continuidad del capitalismo, entonces, es la continuidad de la muerte.

Viene del libro colectivo: Perú: Identidad nacional, Ediciones CEDEP, Lima 1979. 
H. Neira: "La guerra de las identidades. Reflexiones en torno a identidad nacional, utopía y proyectos de sociedad", pp. 469-511. Reeditado en Del pensar mestizo, Herética, Lima, 2006, pp. 361-366.

Hugo Neira
14 de abril del 2025

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