Eduardo Zapata
No una, sino varias ventanas
Los retos de educar a la generación millennial

A propósito de una nota anterior –donde hablábamos de la deserción en aula– hicimos una aproximación al concepto de aburrimiento del estudiante. Hablábamos de la educación virtual. Hablábamos de los millennials y su competencia para trabajar en la computadora con varias ´ventanas´ abiertas a la vez.
Y entonces –decíamos– cómo no se iba a aburrir este estudiante ante una propuesta escolar tradicional, donde el profesor era la única ´ventana´ de la información. Donde –a pesar de que con buena intención podía acudir a las llamadas ayudas audiovisuales– él seguía siendo el centro unidireccional de la clase. El ´dictador´ de siempre.
Señalábamos entonces que las tecnologías de la información instalan en nuestros plásticos cerebros softwares determinados. Es decir, modos de producir/consumir significado y hacer sentido. Y cómo la tecnología electronal nos había abierto varias ventanas simultáneas allí donde antes primaba la sucesividad.
¿Cómo no iba a aburrirse el estudiante ante una clase del ´dictador´ que monopolizaba el conocimiento y se constituía en la única ventana que obligaba al alumno a seguir pasos que él podía ´ver´ en una sola mirada y donde se encontraba excluido del proceso de enseñanza-aprendizaje?
Lo hemos constatado estos días. A pesar de la improvisación y del efecto sorpresivo que tuvo para los padres ver a sus hijos frente a la computadora –en vez de ´alistarse a ir al colegio´– estos mismos padres han comenzado a ver que sus hijos –particularmente ante las ‘clases’ bien producidas y creativas, en medio de la improvisación– se ´pegaban´ a sus artilugios electronales. Llámense computadoras o los mismísimos teléfonos celulares.
Hoy esos mismos padres comienzan a entender que la educación virtual –a pesar de haberse presentado en circunstancias de default ante lo presencial– capturan el interés de sus hijos y no son motivo de ´distracción de lo viejo´, como temían inicialmente. De hecho, las protestas iniciales han ido diluyéndose gradualmente. Salvo que –repetimos– la clase se haya convertido en una simple grabación del profesor que explica y el alumno el consumidor pasivo de siempre.
Me pregunta un amable lector cómo trabajar con esta simultaneidad de ventanas cuando se está acostumbrando –para decirlo metafóricamente– a la tiza y el pizarrón. Les ruego leer una próxima columna que nos permita comprobar que el reto supone mucho más trabajo creativo para el profesor, una dinámica diferente de cada clase; seguimiento personalizado de cada alumno y mejores resultados. No nos quedemos en metodologías –y propuestas curriculares– que nos han colocado en los últimos lugares de las evaluaciones de rendimiento escolar, nacionales e internacionales.
No hablamos pues de default, sino de futuro.
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