Rocío Valverde

Memoria musical

Las iniciativas “Música para la demencia 2020” y “Playlist para la Vida”

Memoria musical
Rocío Valverde
26 de mayo del 2019

 

Hace una semana estaba posando para la cámara de mi esposo frente a uno de los cientos de canales de Amsterdam, cuando de repente vi a un hombre con la barba negra que por su camisa estampada destacaba entre la multitud de gigantes holandeses. ¿Ese es Yannis Philippakis, el vocalista de Foals? pensé haberle preguntado con total discreción a mi esposo. En realidad, la pregunta fue más bien una exclamación acompañada de muchas palabrotas, y solo quería que alguien me confirmara que el humo de los coffee shops de la ciudad no me había nublado los ojos. Mi esposo, a pesar de haber ido a uno de sus conciertos, no tenía ni la más remota idea de sobre quien le estaba hablando.

Ninguno de los dos hemos sido tocados por la lira de Apolo. La carrera musical de mi esposo acabó cuando tenía ochos años. Él practicó día a día con su flauta dulce, reventándole los tímpanos a sus padres y perros, con el objetivo de lograr un espacio en la banda del colegio. A pesar de su titánico esfuerzo, luego de su audición los profesores le dijeron que tenía un mejor futuro como percusionista de triángulo. Yo le puse fin a mis aspiraciones musicales cuando caí en cuenta de que era parte del coro de la iglesia del colegio porque probablemente era una de las pocas personas que querían pasar sus tardes aprendiendo el Ave María de Schubert.

Las personas con talento musical me parecen dioses caminando entre mortales, seres que vibran en una frecuencia distinta. Aun habiendo estudiado una carrera de ciencias, la música para mí es como la magia negra, pues mi mente no llega a comprender cómo una persona puede crear una melodía de la absoluta nada; o cómo alguien puede naturalmente tocar el piano sin que nadie se lo haya enseñado. Dado que desde pequeños nos programan a pensar que las personas pueden ser de ciencias o de artes, a veces cuestiono la mortalidad de seres como Brian May o Mira Aroyo, que son científicos y músicos.

La ciencia y la música están más unidos de lo que nos dictan nuestras ideas preconcebidas. Las investigaciones neurológicas realizadas en la última década han demostrado que la terapia musical es capaz de aliviar la agitación y la ansiedad, que son síntomas de las personas que padecen de demencia. Quien haya tenido un abuelo o padres encerrados en sus propias mentes podrá afirmar que a veces la música es la última línea de comunicación que queda intacta. Quizás mi abuelo no podía recordar si había ya comido, pero la voz de Antonio Machín lo transportaba a épocas mozas, en las que bailaba “cachete con cachete” con mi abuela.

En el Reino Unido la iniciativa “Música para la demencia 2020” se ha puesto como meta que casi el millón de personas afectadas por este mal tengan acceso a la música. Por estos lares también hay una ONG llamada Playlist para la Vida, que busca que las personas afectadas por la enfermedad tengan una lista de canciones que las mantengan conectadas a su realidad. Probablemente recordemos con claridad las canciones que escuchamos entre los 15 y 30 años, las que se encuentran en nuestro pico de recuerdos.

¿Qué canciones formarían parte de tu lista? En la mía estará seguramente la canción “Diviner” de Hayden Thorpe, a quien tuve la suerte de escuchar el pasado sábado en la tienda Rought Trade de Londres. Si algún día mi mente se va de paseo a otros lados, espero que quien esté a mi lado me haga vibrar con discos de Queen, Foals, Friendly Fires, Wild Beasts, Hayden Thorpe, Soda Stereo, Mago de Oz y Marc Anthony.

 

Rocío Valverde
26 de mayo del 2019

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