Silvana Pareja

Martín Vizcarra y la política del engaño

El sistema no le exige responsabilidad por las vidas perdidas durante la pandemia

Martín Vizcarra y la política del engaño
Silvana Pareja
28 de noviembre del 2025

 

En la historia política universal existen figuras que, más que estadistas, encarnan el arte de sobrevivir, manipular y reescribir su propio relato. Joseph Fouché, el camaleónico ministro de policía que sirvió indistintamente a la revolución, al Imperio y a la restauración francesa, fue célebre por su capacidad de conservar poder sin asumir jamás las consecuencias de sus actos. En el Perú contemporáneo, Martín Vizcarra parece caminar por esa misma línea: la del político que se presenta como reformista, austero y moralizador, mientras un país entero soporta las secuelas de decisiones que nunca enfrentaron verdadero escrutinio.

Vizcarra llegó al poder no por mandato popular, sino por una cadena de circunstancias y maniobras que Maquiavelo describiría como “oportunidad acompañada de astucia”. Fue vicepresidente de un gobierno golpeado por escándalos; cuando el país se sumergía en una crisis política, él emergió como el “salvador”, construyendo cuidadosamente la imagen del outsider ético. Pero la ética, como enseñó Maquiavelo, es un instrumento maleable para quienes buscan conservar la apariencia mientras ejercen el poder con cálculo frío.

Ese cálculo se volvió evidente durante la pandemia, mientras miles de peruanos morían sin oxígeno, sin camas UCI y sin una vacuna que nunca llegó a tiempo, Vizcarra repetía en conferencias diarias que “no escatimaría esfuerzos” para salvar vidas. Pero tras ese discurso se escondía una realidad mucho más cruda: el expresidente no aseguró contratos oportunos, no negoció con la urgencia necesaria y no transparentó los procesos. El resultado fue devastador: el Perú terminó con una de las tasas de mortalidad más altas del mundo. Y, sin embargo, a Vizcarra no se le juzga por esas muertes.

La revelación de que él se vacunó en secreto, mientras el resto del país enfrentaba la incertidumbre y el dolor, se convirtió en el símbolo perfecto de su verdadero liderazgo: uno que predica sacrificio mientras se protege a sí mismo. Maquiavelo habría dicho que la apariencia de virtud es más útil que la virtud misma. Vizcarra llevó esa máxima al extremo, construyendo un personaje moralizador que, en la práctica, no dudó en anteponer su bienestar personal al de millones.

Como Fouché, también supo manipular el clima político para presentarse como víctima. Alimentó la narrativa de que era perseguido por “enfrentarse a la corrupción”, cuando los hechos muestran que fue él quien terminó rodeado de actos irregulares, falsos testimonios, interferencias y beneficios ocultos. Su estrategia, la de convertir su caída en un acto de martirio republicano, es calcada de los manuales del poder que Fouché dominó en Francia hace dos siglos.

Hoy, Vizcarra enfrenta procesos, acusaciones y un rechazo social profundo. Pero lo verdaderamente incomprensible es que el sistema no le exija responsabilidad por lo esencial: las vidas perdidas, las vacunas que no llegaron, la negligencia que costó lágrimas a miles de hogares. Su historia política sigue siendo, hasta ahora, un relato incompleto. Y mientras ese capítulo permanezca impune, Vizcarra seguirá siendo el Fouché moderno que sobrevivió a todos, menos a la verdad.

Silvana Pareja
28 de noviembre del 2025

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