Raúl Mendoza Cánepa
Los fariseos
La doble moral de los radicales

En marzo de 2020 muchos peruanos aplaudieron a los policías y militares que recorrieron las calles como héroes frente a una pandemia. Desde las ventanas resonaban las palabras de aliento para las patrullas. La peste había llegado avisando desde China y Europa luego, y el presidente Vizcarra se encargó de darle paso y facilitar la desgracia, no hay decisiones idiotas que no tengan algo de perverso; pero su mala gestión es otro tema.
En noviembre, solo unos meses después de los vivas ciudadanos, los policías pasaron a ser los malos, se les acusó de abusos, violencia y de la muerte de dos jóvenes, cuya autoría real vendría bien investigar hasta el forro. Los mandamos luego a controlar los desmanes de las carreteras, sin armas. Barrimos la carrera policial, pasando por encima el natural ascenso de los altos mandos. Así tratamos o maltratamos a los que nos cuidan, como así tratan muchos ciudadanos a los militares y policías que se inmolaron en los ochenta y noventa frente a los grupos terroristas, nada menos que votando (de alguna manera) por los otros. Ese tramo de la historia también se olvida. Difícil ponerse hoy en la cabeza de un veterano que perdió una pierna o un brazo cuando ve que un caudal de votos va hacia ese modelo de sociedad contra el cual batalló y se desangró.
La dignidad sirve para encubrir el odio, pero nunca sirve a la gratitud. A esa gratitud que le debemos a las Fuerzas Armadas y Policiales que salvaron al Perú para que, treinta a cuarenta años más tarde, se les ponga a tiro de cañón de nuevo por un voto en el que pesa más las extrañas pulsiones internas que el Perú.
A finales de 2017 la selección de fútbol clasificó al Mundial luego de casi cuatro décadas y les respondimos con cantos y con aplausos, pero ahora fueron muchos los que celebraron su derrota ante Colombia en estas eliminatorias porque en el individual cada seleccionado expresó como ciudadano por qué sistema político iba a votar.
Quien es radical es lo suyo y quien ignora por quién vota es lo suyo; pero nada supera la entraña vil de quien –sabiendo, discerniendo y provisto del intelecto creador y del conocimiento histórico– se juega la suerte de todos sin ser radical ni ignorar lo que hace. Probablemente entre artistas e intelectuales pervivan logrando espacios en un gran diario, escribiendo libros para las grandes editoriales o vendiendo cuadros a los idiotas que terminan recompensando el fariseísmo y la tibieza. Allí seguirán, siendo argollas, vacunándose en una potencia capitalista el mismo día de la elección y anunciando su voto como un “jodánse hoy, yo estoy fuera… y todavía me vacuno con Pfizer”. La doble moral. Si González Prada no es de este siglo habría que reinventarlo. Las horas de lucha deben ser reescritas.
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