Raúl Mendoza Cánepa

Los desahuciados de siempre

La generación del bicentenario y los viejos lesbianos

Los desahuciados de siempre
Raúl Mendoza Cánepa
13 de diciembre del 2020


Bastante joven inicié mi vida columnera con un artículo titulado “Los desahuciados de siempre”. Fue en la página editorial de
El Comercio. El editor de Opinión de entonces era Hugo Guerra, quien sin conocerme me publicó por primera vez sin saber que me abría un trayecto allí mismo y en otros medios. Los “desahuciados” eran los viejos, esos jubilados que solo aguardaban los “centavos” que le pagarían el agua y la luz. Por entonces no se decía y con tal desparpajo “viejos lesbianos”, sino “viejos” a secas. Eran igual, el pasado que había que abandonar como los esquimales a sus ancianos en los hielos.

Lo escribí porque veía proyectos que se referían a las poblaciones vulnerables invocando a las comunidades, las mujeres, los niños, los discapacitados... Bien por ellos, pero ninguno tocaba la vejez, como si ya no fuera una vulnerabilidad que a ellos les roben la vida ya sin vuelta. 

Lo escribí sin saber que años luego habría una “generación del bicentenario”, que de llegarla a idealizar hubiera tenido nombres como los tuvieron las generaciones de 900 o del centenario en el Perú (los García Calderón, Víctor Andrés Belaunde, Riva Agüero…y luego Raúl Porras, Luis Alberto Sánchez, Jorge Basadre…). Sí, los “viejos lesbianos” de una generación lectora. No había TikTok ni Instagram, nadie andaba pegado a una pantallita con retocador de foto, sino a una página con letras ¿Y qué decir de la “generación del 98” en España? Unamuno, Azorín, Machado. Claro que todos esos jóvenes, dados a crear ideas (o paradojas, como Unamuno), serían “viejos lesbianos” alguna vez. Unamuno enfrentando a los militares franquistas como rector de la Universidad de Salamanca, tremendo viejo lesbiano de enorme palabra. 

Primero crea algo, inventa, muestra un cum laude, un libro, un texto escrito sin negro literario, una gran idea, un gran debate, un logro intelectual, físico o profesional que no dependa de cómo luces en la fotito o de cuánto invirtió tu viejo lesbiano en tu educación; y luego diles a tus mayores que son eso que canturreas sin concordancia. Déjalos en los hielos, en ese final de la cola de los empleos, bésalos al llegar de tu fiesta Covid y al inhumarlos suma sus resabidos consejos en la urna de polvo, que eso también serás, si lo has olvidado. Te será más útil su memoria que un meme. 

“El ser humano caduca hoy a los cuarenta y cinco”, dicen los que vienen, esos que no podrán escribir con la ironía de Palma o esbozar una idea con la lumbre de Cotler o la panorámica del viejo Sánchez. Mientras, las universidades son empresas y no como antaño, centros del espíritu de universalidad que arranca en Bolonia, alma mater studiorum, no se jacten, yo nunca lo hice ni lo hago aún, mejor lee a Séneca. Lean, estudien, representen a la inteligencia de una generación, sean interdisciplinarios, gánense el empleo por sabiduría y no por bajarle costos al empresario; de verdad, tómensela en serio, respeten la experiencia, no sean eco y escuchen a quien vivió. Y si la arrogancia estorba al ojo bien vienen los versos de Gil de Biedma para bajarles un poco la llanta: (…) como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. / Dejar huella quería / y marcharme entre aplausos / –envejecer, morir, eran las dimensiones del teatro. / Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, / …es el único argumento de la obra”.

Raúl Mendoza Cánepa
13 de diciembre del 2020

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