Eduardo Zapata
La voz
Conversar nos hace sentirnos más humanos

La voz es una suerte de huella digital acústica. Cada quien tiene su propio timbre, tono, intensidad, línea melódica. Y finalmente, entonces, es el lazo empático que nos permite decirle al interlocutor “Yo soy”, anhelante de escuchar del otro lado un “tú eres”.
Pero me temo que esta huella indeleble y humana –que nos hace próximos– se va evanesciendo a pesar de que las tecnologías de la información modernas nos permiten hablar. Y entonces decir. Y entonces ser nosotros.
Los celulares inteligentes –llamados antes teléfonos– nos dan hoy la posibilidad de textear vía Whatsapp y jugar a través de la aplicación. Envolviéndonos en el anonimato y frialdad que hasta hace no mucho significaban en las oficinas las comunicaciones con copias múltiples. “Para todos”, también para un tú impersonal. Por fortuna muchos usuarios están acudiendo a los mensajes de voz o a las telellamadas.
No pretendo hacer aquí una evocación de lo que Umberto Eco llamaba Cahier de Doléances, a propósito de los medios masivos de comunicación. Nada más lejos de ello, pero de ese libro Apocalípticos e Integrados ante la Cultura de Masas retengo siempre –hoy más que nunca– las palabras del mismo Eco:
Se ha establecido en la historia contemporánea una civilización de mass media, de la cual se discutirán los sistemas de valores y respecto a la cual se elaborarán nuevos modelos eticopedagógicos. Todo esto no excluye el juicio severo, la condena, la postura rigurosa: pero ejercitados respecto al nuevo modelo humano, no en nostálgica referencia al antiguo.
Dicho de otro modo, se nos urge a comprender antes de juzgar.
Tengo amigos en Washington DC y en Parma. Amigos. Y por fortuna ellos optan por la aplicación de grabar su voz o por las telellamadas. Con lo cual me siento y los siento humanos. Los acaricio, pero a distancia.
¡Claro que el Whatsapp es útil! Pero creo que lo es para cosas puntuales o para compartir un divertimento visual.
Extraño la voz. Extraño las conversaciones interminables alrededor de una taza de café. Me perturba la usurpación innecesaria de la voz porque acentúa el aislamiento y –aun cuando sea colectivo– la individualidad. Y la extraño.
Refiriéndose a aquellos que habían nacido inmersos en el mundo de los medios masivos de comunicación, ya el mismo Eco nos decía respecto a ellos: “Otras deberán ser sus vías de formación y de salvación…”. Y conste que aún Eco no estaba pensando en la influencia de la electronalidad digital sobre el formateo y cableado cerebral de los millennials y sus sucesores.
Para no sumergirnos en el anonimato de una sociedad sin rostro, hagamos sentir nuestra voz. Sobre todo a aquellos a quienes decimos querer y respetar.
El texteo nos hace parecer siempre emisores en trance de apuro. Y la amistad y la cercanía implícitas en esa amistad y esa cercanía nos deben hacer evocar y revalorar la marca de nuestra huella digital acústica. La voz. Somos nosotros, no una prótesis artificial de ella.
COMENTARIOS