Eduardo Zapata

La tarea del tío Donald

Defender a los estadounidenses y brindarles seguridad

La tarea del tío Donald
Eduardo Zapata
22 de febrero del 2018

 

El entrañable personaje de dibujos animados de Walt Disney era, por cierto, algo malhumorado y acaso renuente a las tareas. El menos entrañable (para muchos) Donald de la política norteamericana suele también tener sus arrebatos de mal humor, pero parece acometer sus tareas con disciplina.

Así como en los primeros caucus republicanos del 2016 —celebrados en Iowa— tuve oportunidad de seguir con atención a un Donald Trump al que daban por perdedor, este año también tuve oportunidad de ver el discurso del Estado de la Unión, ya como Donald Presidente. Recuerdo que en febrero del 2016 escribí un artículo sobre él. Su firme candidatura y sus ventajas sobre Hillary Clinton.

La noche del 30 de enero seguí con atención a Trump dando cuenta ante el Congreso de las tareas cumplidas y por cumplir. Lo hice en Georgetown, con una amiga demócrata norteamericana y con Juan Biondi. Recuerdo que mientras yo analizaba mentalmente palabras, gestos, actitudes y escenario, mi amiga politóloga hablaba desde un principio sobre la pobre y desairada Melanie y sobre las supuestas ausencias del discurso.

Desde un principio —así como había ocurrido en Iowa— era claro que las ideas-fuerza del Presidente no se dirigían a un sector específico, sino al corazón mismo del pueblo americano y a sus problemas concretos.

“Este es nuestro nuevo momento estadounidense. No ha habido nunca un tiempo mejor para empezar a vivir el sueño americano. De modo que a todos los ciudadanos que estáis viendo la televisión esta noche os digo que, independientemente de dónde hayáis estado, o de dónde vengáis, este es vuestro momento. Si trabajáis con ahínco, si creéis en vosotros mismos, si creéis en Estados Unidos, podréis soñar con cualquier cosa, podréis ser cualquier cosa, y juntos podremos conseguirlo todo. Esta noche, quiero hablar sobre el tipo de futuro que vamos a tener y sobre el tipo de nación que vamos a ser. Todos nosotros, juntos, como un equipo, un pueblo y una familia estadounidense…”.

Enumeró logros y propuestas. Pero ciertamente lo que más nos impresionó fue que se atreviese a decir en la propia Cámara de Representantes —emplazando a sus propios seguidores republicanos— que si bien en el D. C. hay monumentos a Washington, a Jefferson y también monumentos a la sangre joven de norteamericanos caídos en el mundo, para él la libertad se erguía sobre un monumento más: el Capitolio, según él “Este monumento viviente al pueblo estadounidense”. Ya había dicho antes: “En Estados Unidos sabemos que el centro de la vida estadounidense no son el Estado ni la burocracia”.

Los representantes ante el Congreso, pues, eran simples intermediarios. El mensaje y la tarea estaban relacionados con las preocupaciones reales de la auténtica soberanía popular… “dejemos a un lado las ideologías políticas y cumplamos por fin nuestra tarea”.

“Todos los estadounidenses merecen responsabilidad y respeto, y eso es lo que les estamos dando. Por eso esta noche pido al Congreso que dote a todos los secretarios del Gobierno de autoridad para recompensar a los buenos trabajadores y destituir a los empleados federales que socaven la confianza de la ciudadanía o le fallen al pueblo estadounidense”.

Terminado el discurso, los comentaristas de televisión —casi al unísono— lo criticaron. Los demócratas presentes en los sets aludían a la ausencia de los “grandes principios” —como los derechos humanos, por ejemplo—, el buenismo y el asistencialismo. Frente a ello, Trump había sido firme: “Podemos elevar a nuestros ciudadanos de la asistencia social al trabajo, de la dependencia a la independencia y de la pobreza a la prosperidad”.

Para mí había sido una gran puesta en escena sobre los problemas concretos que afronta el pueblo estadounidense, acompañada por un emplazamiento al rol de los propios congresistas.

Transcurrida una hora, confieso que creí que mi análisis era el de un simple extranjero ignorante. Sin embargo, una encuesta telefónica de amplia cobertura, hecha por una cadena poco afecta a Trump, señalaba que tres de cada cuatro personas que habían escuchado el discurso estaban de acuerdo con él.

Al parecer, allá también la prensa está un poco desconectada de los problemas de la gente y antepone sus intereses al verdadero decir de aquellos que se alejan de esas corrientes. Como le decía a un amigo peruano —también politólogo y crítico de Trump—, muchos parecen haber olvidado que Donald es presidente de los Estados Unidos y no del Perú.

“Mi deber, y el sagrado deber de toda autoridad elegida para esta Cámara, es defender a los estadounidenses y proteger su seguridad, sus familias, sus comunidades y su derecho al sueño americano. Porque también los estadounidenses son soñadores”.

 

Eduardo Zapata
22 de febrero del 2018

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