Heriberto Bustos
Verdades que ofenden o elevan la dignidad
Un país que aplaude y a la vez sangra

Como si la vida quisiera enseñarnos el límite entre la falacia y la verdad, en menos de cuatro días, a propósito de los festejos por el aniversario patrio, hemos presenciado actitudes contrastantes de representantes de los poderes del Estado, de la Iglesia católica y de personas verdaderamente heroicas que nos dan lecciones sobre el verdadero significado de estar o no comprometidos con el país.
El 26 de julio, pese a ser de conocimiento público que José Jerí enfrenta una investigación por el presunto delito de violación sexual a una trabajadora —hecho que ha negado reiteradamente— tras una fiesta de Año Nuevo en Canta, y pese a que el Juzgado Civil correspondiente admitió la demanda, dictó medidas de protección y ordenó tratamiento psicológico obligatorio sustentado en un informe que advertía impulsividad y conducta sexual patológica, fue elegido presidente del Congreso. Un cargo de suma importancia, donde la práctica de valores resulta esencial. En su discurso afirmó: “Me dirijo a ustedes con el mayor respeto y el más profundo sentido del deber. Hoy asumo, con honor, humildad, voluntad y resiliencia el encargo de presidir el Congreso de la República en este último año del actual periodo parlamentario”; y, como si nos tomara el pelo, en relación con el Ejecutivo, declaró: “Ejerceremos un control político estricto, firme y responsable, tal como lo exige la Constitución”.
El 28 de julio, la presidenta Dina Boluarte pronunció su mensaje a la Nación bajo el título “Estabilidad, progreso y futuro para el país”. Sin caer en la necedad y reconociendo avances importantes en obras realizadas o en curso, así como ciertos niveles de estabilidad económica en medio de una profunda inseguridad social y moral, lo que el país necesitaba —para sembrar esperanza— era una verdadera autocrítica frente a los desaciertos marcados por la frivolidad, que tanto daño han causado a la vida nacional. No solo por su relación con la ética, sino también por el desencanto que han generado. Sin embargo, lo que se percibió fue arrogancia. Un poco más, y habría dicho algo como: “La historia se encargará de juzgar a quienes jamás creyeron en la capacidad de conducción de una mujer que se sacrificó por el Perú, recuperó la democracia y dejó un país estable que camina hacia el progreso”. Tal vez, algún día, víctima de sus propios errores, recuerde las palabras del poeta italiano Silvio Pellico: “Cuando hayáis cometido un error, no mintáis para negarlo o atenuarlo. La mentira es una torpe debilidad. Acepta que te has equivocado; en ello hay magnanimidad”.
Ese mismo día, pocas horas antes, el arzobispo de Lima, cardenal Carlos Castillo, durante la Misa y Te Deum por Fiestas Patrias, a propósito del comportamiento de muchas autoridades como las mencionadas —y quizá intentando corregir el propio derrotero de su Iglesia— afirmó: “Nuestro pueblo no calla porque es un pueblo digno, consciente de que la República es para todos. Reconozcamos que una amplia capa de dirigentes nacionales vive de espaldas a la mayoría y solo ve sus propios intereses. Nuestro pueblo percibe que son pocos los que actúan por vocación de servicio, como María, y percibe claramente que el espíritu mafioso se ha apoderado de nuestros corazones”.
El 29 de julio, durante la Gran Parada y Desfile Cívico-Militar, entre comparsas, escolares, instituciones diversas y fuerzas armadas, destacó la presencia de la Compañía de “Veteranos con huella de guerra”, sobrevivientes de la guerra con Ecuador y de la lucha contra el terrorismo. Dignos peruanos mutilados —sin piernas, sin brazos, en sillas de ruedas— que mostraban en su rostro la fuerza moral, el respeto por la patria y por sí mismos. Un ejemplo de vida. Para ellos, y para nosotros, las palabras eran lo de menos. Allí estaban, tarareando en silencio lo afirmado por Descartes: “Es prudente no fiarse por entero de quienes nos han engañado una vez”.
Cuatro hechos ocurridos en un brevísimo lapso que resumen la verdad que transitamos como país, tras haber optado por la continuidad de la mentira y la farsa promovida por Pedro Pablo, Martín, Manuel, Francisco, Pedro y su sucesora. Aunque hayamos mostrado buena cara ante tanto mal tiempo, no olvidemos que “para mentir y comer pescado hay que tener mucho cuidado”. Y de aquella sabia afirmación de nuestros abuelos, “decir refranes es decir verdades”, rescatemos: “Al pan, pan, y al vino, vino”. A pocos meses del cambio de gobierno, conviene recordar al que tiene rabo de paja: “que no se arrime a la candela”.
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