Juan C. Valdivia Cano

El marxismo liberal de Mariátegui

“Paradoja significa algo verdadero, que a primera vista parece falso” (J. L. Borges)

El marxismo liberal de Mariátegui
Juan C. Valdivia Cano
31 de julio del 2025


Un ejemplo de la autonomía mental, de la libertad de espíritu de Mariátegui, es que no decía que la religión era el opio del pueblo, como Marx, sino que él no había cambiado en Europa porque “desde muy niño mi alma había partido en busca de Dios”. Y en contra del cientificismo dieciochesco de Marx, que alucinaba con la cientificidad del marxismo, como todos sus discípulos, Mariátegui sostenía expresamente que el marxismo no era una ciencia sino una religión, una fe, una mística. Y que “sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico”. Me parece que eso quiere decir “ningún sentido objetivo”. Eso es una herejía. 

Mariátegui, un siglo por delante del marxismo ortodoxo que se atascó en el racionalista siglo XIX, ya era un existencialista avant la lettre. Recién después de la Segunda Guerra, como una de las consecuencias (metafísica o psicológica) de las catástrofes mundiales, el filósofo existencialista europeo llega a reconocer que la existencia del hombre no tiene un sentido objetivo, que es objetivamente absurda. Por eso hay que crearlo…subjetivamente. Y eso solo es posible a través de un mito. Mariátegui lo sabía ya en los años veinte. 

No puede haber actitudes más opuestas frente a la religión que las de Marx y Mariátegui. Y no es su única herejía. Pero lo que hay que rescatar no es la insubordinación sino la autonomía, la independencia, la libertad de espíritu de José Carlos. Es un marxista del siglo XX, lo que ni Marx ni sus discípulos dogmáticos pudieron ser. Y eso explica su originalidad y su actitud francamente herética, crítica de todo dogmatismo, es decir heterodoxa, es decir, única y singular. Solo él podía sostener que “la herejía es la salud del dogma”. Dicho y hecho. “Heterodoxo” es el nombre elegante de “hereje”.

Sabía por qué lo decía. Su postmodernismo es muy claro también en el peso de Nietzsche en toda su obra, en su espíritu, que él reconoce expresamente dos veces en la Presentación de “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, al confesar que sigue el querer de Nietzsche: “meter toda mi sangre en mis ideas”. Eso está más allá de la razón, de la lógica, de la ciencia y es eso lo que emparenta a Mariátegui con el espíritu de Nietzsche y Unamuno, más que con el del positivista Marx. En algunas ediciones comunistas, eliminan esta Presentación en la que Mariátegui cita a Nietzsche dos veces, y eso no es todo. Nunca se había visto tanta vileza editorial . 

Incluso por el método de exposición es nietzscheano, y lo reconoce al citar en alemán una frase de “El viajero y su sombra” de Nietzsche, en la primera cara de 7 Ensayos, antes del título (que las ediciones comunistas también eliminan). Nietzsche: primer filósofo postmoderno. Mariátegui no escribía libros, sino artículos y ensayos que se convertían después, inadvertidamente en libros, como Nietzsche. 

Y eso explica su interpretación del marxismo como método y, el método, como guía para la acción creativa, no como dogma religioso, no como ideología. Esto es más auténticamente marxista que la de los discípulos ortodoxos y dogmáticos que siempre se creyeron los verdaderos marxistas. Mariátegui estaba más cerca del espíritu agónico de Marx, que los obispos bolcheviques. 

Para entender a Mariátegui hay que recordar que Marx, como Nietzsche, no querían discípulos, repetidores dogmatizantes. Alguna vez Marx le dijo a su amigo Kugelman en una carta, que lo único que sabía es que él no era marxista. No quería seguidores. Quería mentes críticas, creadores heroicos, seres autónomos. 

Mariátegui también es herético en el mundo marxista porque no niega ni el valor del individuo, contra el colectivismo comunista, ni el papel de las elites, contra el igualitarismo resentido. Supongo que ya se habrá notado estos siglos el poco cariño del marxismo triunfante por el individuo, por la persona humana, calificando a sus defensores como “individualistas”, que para ellos – equívocamente– es un sinónimo de “egoísta”. Y egoísta una falta o pecado que solo puede ser absolutamente negativo, como si preocuparse por uno mismo fuera intrínsecamente malo. No lo es para el derecho, ni para la filosofía, ni para el sentido común.

Y por las razones del párrafo anterior se puede explicar también otra herejía mariateguiana en relación con el liberalismo, o por lo menos con el liberalismo radical de Piero Gobetti. Su inmenso reconocimiento y admiración por el filósofo italiano está en las antípodas del rechazo de la izquierda al liberalismo y a los liberales de cualquier especie. Y ese reconocimiento se expresa en tres artículos sobre Gobetti, como a ningún otro autor, ni siquiera a don Miguel de Unamuno a quien dedica solo dos, siendo su maestro preferido. 

Creo que la idea de Kierkegaard y Unamuno sobre el cristiano sin cristiandad, como reconocimiento de la singularidad de la persona humana, hace compatibles el marxismo heterodoxo de Mariátegui, con el espíritu liberal de Gobetti, y el cristianismo, como única religión que reconoce a la persona, que no niega al individuo de carne y hueso, al ser humano. Y Gobetti tenía a la libertad de la persona como fin y valor supremo. No hay incompatibilidad esencial. Como no la hubo entre Gobetti y Gramsci. Este publicó sus artículos en L’ Ordine Nuovo, el periódico socialista que él dirigía. 

El desarrollo educativo de la personalidad y el carácter, en serio, lleva a la disolución del artificioso Ego –que nos separa mentalmente como si estuviéramos aparte del universo, flotando en el vacío– y al posible encuentro con Dios. 

Juan C. Valdivia Cano
31 de julio del 2025

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