Raúl Mendoza Cánepa

La pandemia que fue

Las dos olas de la gripe española

La pandemia que fue
Raúl Mendoza Cánepa
04 de abril del 2021


De pronto llegaron los tiempos dorados, el mundo se desbarató en una fiesta. La peste se había ido. Así opera el miedo, nunca terminamos siendo los mismos. Joaquín sabía de antemano lo que iba a ocurrir. Creía que el Renacimiento fue la consecuencia de la Peste Negra que devastó Europa en 1348 y que los dorados años veinte tenían en su alegría el gen de la mortal gripe pandémica que mató a treinta millones… y de aquella gran guerra que mató a veinte. “Nueva York tenía toda la iridiscencia del comienzo del mundo”, escribió Scott Fitzgerald. El tiempo de Joaquín no sería la excepción.

Corrían voces de un posible origen asiático, quizás eran las reminiscencias de 1348, pensó. La primera ola espantó al mundo, tanto que se iniciaron las cuarentenas. Por ellas los picos en cada país se convertían luego en mesetas, creyó. Sin ellas solo serían curvas infinitamente ascendentes. Los científicos parecían las voces de un alocado mercadillo. Surgían decenas de teorías y remedios. Leyó que el monstruo había llegado a todos los continentes y que algunos bobos culpaban a las estaciones frías o al relajo de las festividades.

Visto desde allí, mientras veraneaba feliz en Europa, tres años después de aquella oscuridad, recordó que la primera ola fue solo un aviso y que la segunda fue mucho más feroz y aterradora. Tres cuartas partes de los contagios y muertes se produjeron durante esa segunda ola que los “sabios” atribuyeron al descuido. La ciencia, muy tarde, reparó en que el tamaño de la ola se debió, en realidad, a un cambio en la estructura interna del monstruo. Joaquín, deductivo, creía (a la luz de la revisión histórica) que las segundas olas son más grandes porque el monstruo parece querer adaptarse al cuerpo. Entonces, ¿por qué luego se debilita? Todos creían que el mejor remedio era inyectarle a la gente una sustancia que ataque a la fiera, pero esta se multiplicaba, se rearmaba y se diversificaba para superar a la ciencia.

Nadie encontraba una explicación a la magnitud de la segunda ola. No se puede vivir con el alma en vilo. “La esperanza es solo esa sustancia de laboratorio”, dijo su sobrino. Joaquín se sonrojó por la candidez del muchacho. “La mayor esperanza es el cambio que se produce en el propio monstruo, ese cambio sucesivo, descontrolado e imparable que, tras potenciarlo al inicio, posiblemente lo desarme al final en cualquiera de sus diversificaciones”. La tercera ola llegó y fue más pequeña, la señal que Joaquín esperaba. Fueron dos años. En los dorados 20 pocos recordaban acaso esa gripe (injustamente llamada “española”) que arrasó el mundo, treinta millones de muertos, una segunda ola que contagió y mató tres veces más que en la primera, pero que así tan súbitamente como llegó se fue. No lo mató la ciencia, mudó a una forma que ya nadie lo reconoció, ni aún mucho después cuando se tornó en la base histórica de esa pequeña gripe que a veces nos echa a perder la tarde. La Historia, dice Joaquín, te enseña a dominar las guerras, a comprenderlas y a sospechar cuándo probablemente llegue su fin.

Raúl Mendoza Cánepa
04 de abril del 2021

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