Eduardo Zapata

La burocracia de la nada

La Sunedu y el licenciamiento de las universidades

La burocracia de la nada
Eduardo Zapata
15 de julio del 2020


El Estado –lo sabemos– es una construcción simbólica. Símbolos que expresan los modos y haceres que la organización política de un pueblo dado supuestamente ha institucionalizado. Es evidente, entonces, que el símbolo y lo simbolizado no pueden ser inmutables. Pues las sociedades cambian y con ello cambian también los requerimientos de los usuarios del Estado.

Si habitualmente la organización política de un Estado –normalmente copiada de modelos vigentes en otros pueblos– sufre de anacronismo respecto a los tiempos en los que opera, es obvio que su burocracia esté aún más lejos de esos tiempos al haberse abandonado al confort del trámite rutinario, al empleo fijo y al sueldo inercial. Abandonado entonces a no sentir el pulso y urgencias de los usuarios de ese Estado.

Todo esto se vuelve más evidente y dramático –en lo que se refiere a sus consecuencias– en tiempos de cambio cultural o de sucesos inesperados. Tiempos en los que desde la estructura misma de las instituciones oficiales, pasando por instancias, opiniones, sellos y plazos la acción de la burocracia deviene en una nada. Pues su sino es llegar tarde a la solución.

Lo anteriormente dicho es particularmente válido para el mundo del empleo y la educación; que deberían evocarse recíprocamente. Vemos hoy cómo muchas profesiones y oficios del ayer se evanescen con una prontitud acaso inesperada. Así como vemos surgir la urgencia de trabajos para los cuales no existe una oferta formulada a tiempo y con seriedad.

Decimos todo esto a propósito de la Sunedu, por ejemplo. Que ya viene licenciando más de 90 universidades supuestamente bajo el pretexto de garantizar la calidad de la educación superior. Pero bien miradas las cosas no hemos hecho sino añadir más burocracia para la nada. Peor aún, más burocracia para que la falsificación de los estudios superiores conlleve el nihil obstat del Estado y su respectivo aval.

Por supuesto que todos sabíamos que teníamos universidades indignas de dicho nombre. Sabíamos también de la corrupción subyacente para obtener autorizaciones. Pero ahora tenemos una institución supuestamente remedial que no solo licencia universidades ´como cancha´, sino que licencia un par de universidades existentes solo en la mente de sus promotores. Con el añadido de que nos enteramos también de que muchos de los funcionarios encargados de validar instituciones que otorgarán brados y títulos, carecen de ellos. Un bachiller termina autorizando y fiscalizando un doctorado.

Necesitábamos un sinceramiento de la educación superior, pero hemos errado el camino. Para comenzar no hay suficientes profesores en el Perú como para tener seis o siete universidades de verdad. Un buen profesor universitario no puede ganar 25 soles la hora y tener que correr de una universidad a otra. Tampoco es dable universidades que tengan muchos campus regados por distintas zonas, pero sus autoridades –rectores, vicerrectores, decanos, directores de carrera, profesores a tiempo completo– habiten todos en una torre de marfil alejada de los estudiantes.

Lo hemos dicho y lo reiteramos: cada universidad debe ser libre de atender con oportunidad y eficiencia las demandas del mercado sin tener que pedir autorizaciones a la nada. Cada universidad debe ser libre de plantear su propia propuesta curricular sin dirigismos ulteriores. Cada universidad, en suma, debe hacer valer sus grados y títulos, y no bajo el escudo de ´En nombre de la Nación´.

La Sunedu debería limitarse a decirnos cuál es la oferta de cada institución educativa y sistematizar semestral o anualmente el número de egresados, si han obtenido un empleo en su especialidad y cuánto ganan en promedio. Para que el ciudadano sepa a qué atenerse.

Hay varias instituciones, entre las licenciadas, que forman buenos profesionales. Y deben ser alentadas en libertad. Pero si su misión es estrictamente formar buenos profesionales, aquello –sin desmerecerlo– no amerita el nombre de universidad.

Fortalezcamos la universidad pública y alentemos universidades privadas de verdad. No desatentas del mercado laboral, por cierto, pero atentas esencialmente a producir conocimiento y a contribuir con lo que en la Edad Media se llamaba cultura general, y que hoy necesitamos actualizar para nuestros tiempos. Entendiendo por cultura general –siguiendo a Ortega y Gasset– al sistema de ideas sobre el mundo y la humanidad. Terrible ausencia de nuestros días.

Eduardo Zapata
15 de julio del 2020

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