Raúl Mendoza Cánepa
La autoridad soy yo
¿Es hoy el peruano más libertario que antes?

Son dos los fenómenos que resaltan en el Perú durante la pandemia: uno es la rebeldía frente a la autoridad y el otro el desborde. Son varias las escenas de peruanos liándose a golpes con la policía para ser finalmente reducidos. No es novedad, ya antes del virus los infractores se resistían como si la libertad fuera un bien intangible. Nadie tolera el grito, ni cuando es de rigor. “No sabes quién soy yo” es una frase de más uso común que antaño ¿Es el peruano más libertario?
Pareciera que ser libertario es un tema, pero serlo hasta la insolencia solo es un patrón de conducta. Es fácil ubicar a un díscolo en cualquier lugar. En la combi, cuando el cobrador ruega abrir espacio, el peruano se atiesa como si la solicitud fuese una orden que no debe acatar. Poco importa si el vehículo está repleto. Hace unos días un sujeto respondió casi con violencia a dos soldados que lo intervenían. Botella en mano fue él quien quiso amedrentar a los militares que lo apuntaban con sus rifles y que (como lo haría un policía bien formado) no lo pudieron reducir ¿El peruano perdió el miedo? ¿Es esa una virtud? Desde luego que no, porque se ha confundido la libertad con el desacato ¿Se ha perdido el principio de autoridad? Pareciera que sí.
Es una condición ser libertario para protegerse y proteger la democracia. Así como se ven las cosas, es inimaginable en un hipotético golpe que un general logre el dominio de una sociedad arisca que entiende por prioritario defender su libertad, la de movilizarse para trabajar y sobrevivir. Miles de peruanos que viven el día a día colman, aún en cuarentena, los mercados y las calles. Si pudieran, aún entre tanques, ocuparían los patios de comidas. La informalidad supone vivir al margen de las reglas, y quien vive al margen de ellas solo conoce de hechos, no de Derecho. La ley es la ley de la calle, y la ley de la calle es suicida, transgresora e irresponsable. El 70% de los peruanos son informales, han vivido con la convicción de que el Estado es un obstáculo. Lo es el fiscalizador municipal que lo cierra, lo es la Sunat de la que huye, lo es Defensa Civil que lo restringe. No entiende por qué lo asedia la ley, no conoce las funciones del Estado ni le interesan.
El desborde es una consecuencia del hacinamiento y los malos espacios urbanos, y lo es de la informalidad. Los alcaldes asumen su gobierno sin un verdadero plan de desarrollo urbano. Los mercadillos estrechos, los paraderos y el transporte son la representación de lo poco dispuestos que estamos a la planificación. Y la nota saltante de por qué los asientos de los ediles sirven para calentarse.
Desborde, pero también dispersión. El Perú no está hecho de grandes empresas formales, esas que tantos tributos le deben al Estado; está hecho de pequeños negocios o emprendimientos informales que se sustentan día a día. Un taxista no espera una semana, tampoco un puesto de comida. La economía peruana es la economía de los pobres, esa (precisamente) donde cualquier virus se ceba fácilmente. Esa economía vende y consume, no ahorra, no tiene una renta, no puede tributar. Es grande pero frágil.
Cuando falta un año para las elecciones, es de temer que los políticos sepan poco del Perú y se pierdan en lo adjetivo, cuando construir una nueva república es ahora lo esencial.
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