Raúl Mendoza Cánepa
Justicia propia
Las rondas no son guardias de Pedro Castillo

Primero: el Estado peruano es unitario. No hay dos o tres o más, como tampoco hay más de una Constitución Política. A esa confusión lleva la politización de las rondas campesinas, que no son guardias de Pedro Castillo ni garitas de pase en el territorio nacional. Cualquier ciudadano puede transitar libremente por el Perú. El único imperativo de inviolabilidad es la propiedad privada. Nadie puede ser detenido, sino por orden judicial o en flagrante delito. No hay más opciones para la Constitución. No existe la figura de la retención. Según la RAE es: “Impedir que algo salga, se mueva, se elimine o desaparezca”.
Aún con esas, alguien preguntará: “¿Y cuándo un policía de tránsito me retiene en la ciudad para pedirme mi brevete?”. Vale decir lo que nadie dice, sin falta ni justificación válida, es inconstitucional, salvo que se siga la línea de razonabilidad de un estado de emergencia, que es excepcional. Cuando los periodistas de América Tv son “retenidos” por supuestas rondas, lo son arbitrariamente o por una razón inválida: la represión de la libertad de informar. Se vulneran varios derechos fundamentales. Lo que llaman “retención”, es privación de la libertad con coacción, lo que tiene otro nombre. Se obliga a emitir un mensaje en la televisión bajo amenaza. Se impide un trabajo de investigación, todo lo contrario de lo que una ronda debería hacer. Me explico.
Usar políticamente a las rondas es desnaturalizarlas, con lo que dejan de ser aquello para lo que nacieron en 1976, precisamente en Cuyumalca, Chota (Cajamarca). Ocurre que durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado las haciendas desaparecen y con ellas las autoridades y redes de seguridad frente al abigeato. Los campesinos no podían capear el delito; los tenientes gobernadores de los caseríos no sabían cómo actuar, por lo que el robo de ganado se hizo frecuente. El bandolerismo ganó terreno en una suerte de territorio liberado precisamente cuando Sendero Luminoso hacía su entrada en escena. Nadie ha puesto atención a los estudios de seguridad ciudadana en el campo durante los sesenta y setenta. Las rondas campesinas surgen para protegerse del hurto y, así, cubrir al Estado colaborando con la justicia. Adquieren visos de “jurisdicción” propia cuando se percatan que los delincuentes entregados a las comisarías eran prontamente liberados. En efecto, las rondas fueron eficientes para controlar el delito, lo que el Estado no era capaz de hacer.
Gestionaban la justicia y organizaban los trabajos de la comunidad, resolvían disputas. Su sustancia era ética. Durante el gobierno de Alberto Fujimori se crean los comités de autodefensa frente a Sendero Luminoso. Fujimori, a través del Ejército, les confía armas. Los ronderos de Cajamarca impidieron la infiltración senderista, fueron las ronda smás autónomas, pero siempre en la línea de defender a los ciudadanos del delito.
Politizarlas, usarlas contra la prensa o las investigaciones, es hacer lo contrario de aquello por lo que nacieron. Si la coherencia sirve o si el tiempo no las ha envejecido, las rondas deberían colaborar siempre con la verdad, no trabar el trabajo que hacen los periodistas para encontrarla.
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