Eduardo Zapata
Instrumentos culturales espejos
Volvamos al libre pensamiento y a la creatividad

Con las modas de las publicaciones académicas –entre ellas aquella de la ´actualidad´ de fuentes– hemos dejado hoy libros de veras importantes. Conversaba con un amigo biólogo y otro médico acerca de que si ellos descubrieran la cura del cáncer y no cifrasen su artículo en Arial 12, nadie se lo publicaría. ¡El club de las publicaciones académicas!
Vamos encerrando nuestras vidas cada vez más en formatos que nos impiden pensar y expresar libremente. Negaríamos así la vieja admonición del gran antropólogo escocés James George Frazer en su obra La Rama Dorada: “El avance del conocimiento es una progresión infinita hacia una meta en constante alejamiento… Estrellas más brillantes que las que lucen sobre nosotros se elevarán sobre algún viajero del futuro. Algún Ulises ilustre de las regiones del pensamiento…”. Citar y re-citar en frondosos marcos teóricos parece reemplazar la argumentación y el pensamiento serio, cualquiera sea hoy su formato.
Pero esta nota no es para hablar de mentes formateadas, sino libres, y de un libro que ha sido víctima –pese a su vigorosísima actualidad– de las modas. Me refiero a la obra de S. I. Hayakawa titulada El Lenguaje en el Pensamiento y en la Acción.
Pese al éxito que tuvo en los Estados Unidos cuando fue publicado por ed. San Diego: Harcourt Brace Jovanovich en 1939, y a pesar de la rigurosidad de las fuentes, cometió un error visto desde la perspectiva actual: aplicar la lingüística a la vida cotidiana.
Hayakawa nos hablaba del papel que había cumplido el lenguaje –como instrumento cultural– en la cooperación humana. En alejar al hombre del solipsismo destructivo y hallar en el instrumento lingüístico un vital instrumento de cooperación. Sin él seríamos poco menos que archipiélagos humanos destinados al conflicto permanente.
Lo más objetable de quienes se han alejado de este principio es, particularmente en las ciencias sociales, la formulación de una narrativa ´formalmente correcta´ que se ha ido urdiendo en la agenda mundial de las políticas públicas. Hoy hablamos de género como primerísima prioridad, o de las desigualdades del índice GINIS (que dan pie a la nueva lucha de clases). En fin, sin siquiera haber discutido rigurosamente sobre las dimensiones y sus repercusiones hemos terminado por imponer temas en una agenda pública de los organismos internacionales, copados por organizaciones de izquierda. ¡La finalidad del lenguaje puesta al revés!
Haríamos bien en tomar la iniciativa de proponer una agenda –y lo reiteramos desde aquí– francamente argumentada y alejada de las modas ´nice´. Marcar agenda pública con decisión soberana y argumentación sólida. Obvio, acompañada de propuestas.
Volvamos al libre pensamiento. A la creatividad y dejemos de lado las recetas carcelarias, enemigas del conocimiento. Basta de los ´académicos´ concebidos como impolutos hombres de saber que se convalidan entre ellos y marcan agendas. Escribamos con la soltura del libre pensador.
Y ya que hablamos de esta maravillosa tecnología humana que permitió construir –nos referimos al lenguaje desde la visión de Hayakawa– tal vez sea el momento explícito de aludir a una segunda tecnología humana también hecha para cooperar y construir. Construida a partir de los principios de intercambio lingüístico y casi como un instrumento cultural reflejo de aquel: el mercado. Donde los hombres, siguiendo las pautas del lenguaje, intercambian bienes y servicios sin intervención de autoridad externa alguna. Pueda que lo transado –como la palabra– sea arbitrario en el origen, pero si es convencionalizado por acuerdo exclusivo de los intercambiadores de productos habrá de funcionar. La oferta y la demanda, y allí donde cualquier autoridad externa pretenda intervenir terminará por sobrar y propiciar sobornos y corrupción. Podrá durar algún tiempo con medios coercitivos, pero al final será la libertad la decisora.
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