Raúl Mendoza Cánepa
Hacer televisión para morir en la pobreza
A propósito de la muerte del comediante Guillermo Campos

A nadie le importa lo que le pase a un artista al final de su existencia. Vimos hace poco al comediante Guillermo Campos morir de viejo, pero también de tristeza (nunca olvidaré el rictus ni la silla de ruedas). De ser una estrella a vender caramelos, nada menos. Como él, ¿cuántos? Un pequeño comediante (en estatura) que la hizo hace unos años se arquea para ordenar su mercancía ambulante en el jirón de la Unión. Las estrellas en el Perú siempre se caen. Es moneda corriente tal destino en un país cuyos actores, cantantes y escritores no tienen quien los defienda, porque se cree que deberían haber ahorrado y que sus regalías son dádivas que hay que agradecer. Como si cien soles les cubrieran la vida, porque en el Perú hasta morir cuesta. A la muerte del celebrado, quizás el Ministerio de Cultura publique la foto del artista con un crespón negro en sus redes, “luto por quien nos hizo reír”. O tal vez la Casa de la Literatura se preste como velatorio para el escritor “que no tiene cómo ni dónde” (recuerdo la mañana en que vi el cuerpo de Oswaldo Reynoso en un ataúd sin mayor pompa). Algún político “figuretti” esbozará algunas frases huecas al final; pero ¡ay!, el cadáver seguirá muriendo.
Guillermo Campos es solo uno más en la lista. Y no se diga que no invirtió, pues el mundo de antes no es el de hoy. Siempre es fácil abrir la boca. Probablemente una estrellita de “Esto es guerra” la vea mejor que un cómico de los años ochenta, y le alcance para un negocio, diez viajecitos y material para harta foto en Instagram. Probablemente una figura estelar actual sea tan remunerada que solo un año le cubra toda su jubilación. Los intelectuales mediáticos no están libres de esa mezquindad. Marco Aurelio Denegri vivía de un “sencillo” del Canal 7; comedido en su austera vida de libros pudo sobrevivir apenas. Aunque quizás como a Diógenes, poco le importará. No tenía ni el ingreso ni el lujo ni el vaivén de Magaly Medina, aunque ya sabemos lo que cada uno aporta.
Este artículo está dedicado a esos novecientos artistas sin defensor que se ven repetidos una y otras vez en los canales de televisión o en YouTube sin recibir regalías, un derecho que sirve para el papel oficial. Sin una pensión, en una pandemia, sin los cojones del canal del Estado para darles un lugar en pantalla o algo, sin la solidaridad de los canales privados… porque hablar de derechos es reiterarse. ¿Qué les queda, sino la angustia? ¿Saben lo que es la angustia? Los derechos de imagen en este país no son nada. Alguna empresa siempre gana por publicidad aunque el artista agonice sin antibióticos. “No firmes si el canal te obliga a ceder tus derechos de imagen”, sería el estribillo que habría que repetir en el oído del artista. Pero ¿quién se pelearía con un imperio económico sin recibir represalias por quejarse de una coma? ¿Qué fuerza tiene su sindicato? ¿Cuántas instituciones oficiales hay que vean realmente por ellos? Por cierto, ¿cuánto le debían a Guillermo Campos por regalías? ¿Le debían? Solo pregunto.
El artista en el Perú está solo, y un sindicato no le alcanza. No existe quien vele por ellos, aunque sí existen instituciones que finalmente los “velen”. ¡Y curiosamente hoy tenemos un Ministerio de Cultura! Vale decir que “cultura” no es solo pasado, huacos y bellas telas; es también vida latente, respiro, sufrimiento y humanidad.
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