Raúl Mendoza Cánepa
El Perú y el Apocalipsis
¿Hacia dónde fue el grueso voto viciado?

No ganó nadie. Fueron triunfos relativos, como el del Frepap, que articuló los votos de los márgenes provinciales, de la red mesiánica que Ezequiel Ataucusi multiplicó y de los hartos limeños que prefirieron jugarla a la joda. ¿Si no, hacia dónde fue el grueso voto viciado convertido en “voto por partido”?
Así como los “israelitas”, Unión por el Perú no hubiera logrado arrasar en el sur si Antauro Humala no se hubiera aupado en el número 1, a sabiendas de que sería excluido. El Perú está más allá de las murallas de Lima, murallas que tapan la visibilidad de esos movimientos sociales que –sin el viejo y organizado aprismo hayista, el acciopopulismo descentralizado esencialmente belaundista y sin el fujimorismo que enraíza en el recuerdo de un señor de ojos rasgados que con botas y tractor pavimentaba el interior en los noventa– está abierto a lo que venga. Sin las organizaciones tradicionales, el Perú de adentro es campo virgen para alguno que proponga cualquier cambio.
En ese Perú virgen, tentado por extremismos políticos y religiosos, quien embandere la pena de muerte asegura votos, tanto como aquellos que predican una vuelta al Levítico. Cuenta también una coincidencia: el 2020 fue de los que ganaron un buen número de alcaldías. ¿Alianza por el Progreso tiene 260 autoridades subnacionales? ¿Quién vio eso?
Quizás algunos líderes de Acción Popular (AP) crean que el “triunfo” se debe a ellos y posen para la foto (sirve más para Cosas que para el análisis). Pero en AP y el Perú ganó el voto de la memoria histórica moral de Fernando Belaunde, en medio de ese vacío de referentes vivos. Fue una victoria del halo que Belaunde pasó como una antorcha a sus jóvenes y “desconocidos” candidatos. No necesitaron notables para superar la valla e ir primeros. Por cierto, AP es uno de los pocos partidos que no tiene aparición en Lava Jato. Quizás sea el momento de belaundizar a AP y de volverla a su doctrina, porque AP no puede ser más una escisión de sí misma.
El Partido Morado creyó que el Perú era organización, como debiera serlo en la modernidad, pero ignoró que en el Perú la política es una conexión real con una base social real y a veces invisible o remota para los que miramos el Perú desde el Cercado a Miraflores. Frepap no gastó, no tuvo pantalla ni prensa, pero la hizo mejor. El Partido Morado podría tentar mejores lugares el 2021 si se mira en el espejo ¿Sin los votos de Alberto de Belaunde qué hubiera sido? A la inversa, quizás muchos de sus votos no hubieran migrado sin el remezón final y sin ese abrazo acrítico para la foto.
El fujimorismo fue herido y no por los nacos ni por la odisea de Keiko, sino por los errores ciertos o solo imputados que cometieron siendo mayoría. Lo escribí el 2016: “Lo peor que le podía pasar a los naranjas era ser mayoría parlamentaria sin ser gobierno, lo mejor era ser oposición ruda y minoritaria”. Su drama es la pérdida de capacidad para movilizar la calle, la pérdida del voto escondido y un grave desencuentro familiar que impide, por el momento, un recambio de liderazgo de cara a la ciudad, al campo y a esas anchas y pobladas zonas que rodean Lima y que Urresti parece haberles arrebatado por el momento. “El que se fue a Barranco…”. Ya saben. ¿Querrá Kenji pasarse la vida vendiendo huevos o tentará ser cabeza dinástica? Sí, en política la lealtad absoluta es el principio y el fin. Lleva a la cumbre o al abismo. Poco que decir de la izquierda, siempre partida, cercada y perdida en sus propios laberintos.
Ese es el Perú que podría jugarla el 2021 entre dos o tres extremos, y por algunos pasados signados por Odebrecht ¿Algo nos queda? Dependerá de si dos o tres partidos que “no dan tanto miedo”, eligen bien a sus líderes. Un error y podríamos ya estar juntando para el pasaje de ida.
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