Raúl Mendoza Cánepa

El destino del héroe

Un mundo sin heroísmo se deja regir por las tinieblas

El destino del héroe
Raúl Mendoza Cánepa
25 de abril del 2021


Sobre los héroes escribió Carlyle, pero lo suyo es más una pieza poética. Para construir un héroe en cualquier narrativa (incluyendo el cine) hay que leer a Joseph Campbell y darse cuenta de que hay un tiempo en el que todas las voces reclaman a un salvador frente a la insurgencia del mal. El villano, como en toda historia, solo lucha para él, para su placer. En la serie
Breaking Bad vemos a Walter White transformarse en un villano, pero solo por él y para él mismo, por esa sensación de poder que le ofrece el mal. En un primer momento utiliza como justificación la humillación y saberse ya un químico fracasado, además con cáncer y que morirá sin dejar nada a su familia. Es solo la pantalla, pues al final confiesa que el motivo esencial de todo lo que hizo (desde matar hasta elaborar drogas sintéticas) fue su propia satisfacción. Es no solo el villano sino el descubrimiento del demonio interior.

El villano destruye porque se satisface dañando y medrando, el héroe no. Incluso, el poderoso Thanos, de Infinity War, hace de su vida un deber puro, aunque maligno. No se satisface mientras mata, lo hace con un rictus de desagrado. Es la paradoja del héroe del mal, tan peligroso como el villano, solo que aquel no disfruta de la destrucción y este carece del sentimiento del deber. 

Frente a ellos sobresale el héroe del bien, que es aquel que da la vida por algo superior a él, por algo que no es él, pero que supone la salvación y el bienestar de los demás. Por lo general es cautelar a todos, preservar a la Patria, resguardar lo que es sagrado. En la narrativa se comprende en ese concepto a todos los personajes de Marvel, a esos seres dotados de un poder benefactor que salen en nuestra ayuda. Lo vemos en toda narrativa, se lee en El Señor de los Anillos, en Star Wars, en las grandes historias de personajes extraordinarios. En las viejas historias griegas es el héroe trágico, el que lo deja todo; y en mucho es el héroe que desciende al inframundo (Orfeo, Eneas). Ulises hace un gran viaje porque es su deber. En general, como en los mitos o como en la historia real (los soldados que asumen la guerra como un deber salvífico para los demás) no se trata de una elección personal o placentera sino de un imperativo esencial. Jesús se entrega a la cruz porque hay un deber más allá de su transcurso humano.

Campbell define bien (es muy útil para crear una novela épica) los pasos del protagonista en lo que se denomina “el viaje del héroe”: el mundo ordinario se remece por el llamado a la aventura. Ocurre un rechazo inicial por el predominio de la zona de confort. En la historia ocurre un hecho extraordinario, como el que desencadena la furia de Aquiles (la muerte del amigo), que lo anima por fin a la guerra. En esa línea aparece el mentor y se cruza el umbral con coraje. Concurren las pruebas y se avanza hacia el fondo de la oscuridad y, dependiendo del valor y de la inteligencia, se vence y llega la compensación.

El problema inicial es cuando el protagonista prefiere el viejo y natural confort que lo mantiene a salvo. Un mundo sin heroísmo se deja regir por las tinieblas. Es la derrota de quien teniendo por sino la grandeza, renuncia a ella por él mismo, abandonando para siempre aquello que le era superior.

Raúl Mendoza Cánepa
25 de abril del 2021

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