Eduardo Zapata
El bosque de Nemi
Una manera de entender el poder

Por preocuparnos legítimamente de estar al día bibliográficamente y con el conocimiento, lamentablemente nos hemos olvidado de releer, descubrir y aun citar obras fundacionales en diferentes disciplinas. Libros y autores que vueltos a mirar –o mirados por primera vez– constituyen referentes culturales indispensables para situar el nuevo hallazgo. Más que obvio que todo esto se vuelve triste cuando ausencias y presencias bibliográficas obedecen a la moda de lo ´políticamente correcto´: entonces, la negación del conocimiento.
Vienen a mi mente, por ejemplo, Arnold Hauser y su Historia Social de la Literatura y el Arte; así como el monumental trabajo del antropólogo escocés James George Frazer titulado La Rama Dorada. Me parece increíble que esos dos autores hayan hasta desaparecido de sílabos en cursos en los cuales se trataría de lecturas indispensables.
Precisamente al inicio de La Rama Dorada, Frazer nos hace un brillante relato sobre el bosque de Nemi. Este bosque, cercano a Roma y dedicado a la diosa Diana, tenía la particularidad de contar con un guardián o ´rey´ permanente, que gobernaba sobre un reino donde no había nadie más. Básicamente él cuidaba del árbol donde se encontraba la rama dorada, simbólica figura del poder. La particularidad se acentuaba cuando leíamos que desde que el guardián aludido asumía su cargo solo pensaba –tal vez hasta la paranoia– en que habría de venir algún aspirante cuyo objetivo era matarlo para acceder a su acariciado puesto. Si ese aspirante lograba apoderarse de la rama dorada, el primer y celoso cuidador de ella era ya un hombre muerto. Uno vivía entonces pensando en que lo iban a matar y el otro pensaba en matar.
Se trata de una tradición que dio –y da– lugar a múltiples interpretaciones. Pero una de ellas nos parece singularmente interesante porque el bosque de Nemi y la consecución de la rama dorada nos dicen mucho acerca del Poder, la lucha por él y su carácter efímero. Yerran quienes piensan que la rama dorada la podrán retener eternamente.
Todo lo anterior viene al caso para que contextualicemos nuestra comprensión de las luchas políticas que nos signan hoy a los peruanos. Que, aterrizadas no en el bosque sino en el páramo de la no virtud, nos llevarían a hablar de canibalismo político. Apenas electa una autoridad esta tiene el temor de ser eliminada y los adversarios luchan efectivamente por la eliminación.
Cierto que Frazer no nos está aconsejando. Está haciendo simplemente una alegoría de una manera de entender el poder. Y en las horas que vive la República es bueno que no olvidemos lo errada y perniciosa que es esta concepción del poder. Y que extraigamos lecciones.
Cuando ocurre que el guardián original no respeta su sino –y en nuestro caso, no respeta la institucionalidad democrática– se requiere que los aspirantes al poder no solo den lecciones de desprendimiento uniéndose, sino que sean conscientes de que si el adversario juega con la democracia con fines protervos, ellos deben acudir aún a los recodos que les ofrece la institucionalidad democrática. Sin medias tintas ni temores, sin pensar en el qué dirán. Porque de por medio está la suerte de 33 millones de personas.
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