Raúl Mendoza Cánepa

Derecha sin manual

Poco dada a organizar la calle o pararse frente al adversario

Derecha sin manual
Raúl Mendoza Cánepa
06 de diciembre del 2020


Vemos que, en el espectro político, a la derecha no le va bien (pese a los éxitos objetivos de gestión), porque si algo no sabe hacer la derecha es movilizar ni agitar (agitar emociones, porque no se agitan razones). Si asumimos que el catolicismo, como fenómeno conservador, puede amontonar a muchos miles (más que cualquier manifestación juvenil, alrededor de una procesión), ¿entonces por qué no puede romperla en las calles? ¿La rompería si se publicara una ley pro aborto? Quizás movería un par de avenidas, algunas familias con bebés en los brazos y globos rojos; un día, todos sin coraje, sin rabia, sin pasión. 

Ocurre que la lucha entre la derecha y la izquierda se ha dado más allá de la política, y la izquierda ha ganado porque sabía dónde ir y qué fibras tocar. Existe una razón que explica la derrota política de las derechas y los avances de la izquierda. Esta se fragmentaba, se rompía en pedazos en la política partidaria, siempre eran facciones que se destruían entre sí, pero en el campo social logró expandirse transversalmente durante décadas conquistando medios, academia, organizaciones de base, oenegés, colectivos temáticos, redes sociales, sectores de la Iglesia, educación. Fabricaron sus propias perspectivas teológicas, culturales y filosóficas, y las dirigieron a los vasos vacíos, a los jóvenes, aquellos que como los turcos o los del mayo francés, siempre guardan lugar para la rebelión y la rabia.

El socialista, el intelectual orgánico que no tuvo la derecha liberal, Antonio Gramsci, cumplió su objetivo estratégico, hacer la revolución socialista desde la cultura, desde las ideas, llevando la lucha de clases a otros campos. Era obvia la debilidad del sindicalismo y la clase obrera para impulsar la vieja lucha de clases en una sociedad moderna ¿Cuánto impacto tendría hoy una marcha de la CGTP? Quizás una revuelta no saldría de la Plaza 2 de Mayo. En un contexto en el que una adormilada clase media y un sector emergente centrado en sus negocios ganaban terreno, solo la 'toma cultural' podía dar una ventaja para crear vectores de movilización, esa movilización que los partidos fueron perdiendo, precarizados y sin perspectiva para el análisis. 

La movilización y agitación (¿saben que se agita desde la emoción política y no desde el fervor religioso?) de los partidos pasó a los rabiosos colectivos, sensibilizados por sus temas; y a las redes sociales, siempre a flor de piel. En la Era de la indignación no se requiere fuegos, apenas pequeñas chispas (el pasaje del bus, un plus de pago en una universidad, una frase inapropiada) para desencadenar un incendio que los viejos marchantes obreros de los albores del siglo XX nunca lograron encender más allá de una plaza.

Mientras la izquierda corría con sus dinámicas de manual, la derecha no se expandía transversalmente, no se juntaba con neutrales ni con chicos malos, sino con sus iguales. A ellos premiaba, elogiaba, seducía. No se filtraba en la academia, y por eso jugaron a formar núcleos solo para chicos buenos, porque los malos eran rojos, rosados o sin posición; lo hicieron desde universidades liberales o conservadoras, desde partidos sin calle, desde redes sociales para ellos mismos. Poco dados a organizar la calle o pararse frente al adversario; solo dados a comunicarse entre ellos o a callarse para no ser linchados. 

Mientras la izquierda tomaba los flancos y hasta conciliaba posiciones con quienes podía (por edades, géneros, ideas... hasta los liberales), la derecha se miraba el ombligo pagando la ausencia de un líder “comunicador” (¿que lo tiene?); pensando que si llenaba pacíficamente alguna avenida dos veces al año solo con sus iguales, ganaba la batalla y que un milagro en urna le daría la victoria.

Raúl Mendoza Cánepa
06 de diciembre del 2020

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