Raúl Mendoza Cánepa

Covid-19 y sentido común

Se cometieron muchos errores, el peor fue el negacionismo

Covid-19 y sentido común
Raúl Mendoza Cánepa
06 de abril del 2020


Para la mayoría el Coronavirus era una infodemia más que una pandemia real y peligrosa. Al Gobierno chino le debemos el descuido de soltar al monstruo sin avisar; no es un secreto que el totalitarismo comunista es proclive al secreto. Se sospecha hoy que no solo escondieron la gravedad del asunto, sino también el número de sus muertos. 

Los bobos de siempre se adelantaron luego a minimizar los cuidados en Occidente. Era suficiente con mantenerse un metro alejados, pero para qué usar mascarillas, trapos o cualquier objeto artesanal que cubriera la cara. Nos ganó un error lógico: “Ninguna mascarilla, salvo la N95, es segura; e igual te puedes contagiar”. El punto de vista era el equivocado, el de quien se podía contagiar. Desde luego que se pasaron por alto a los potenciales y silenciosos vectores de contagio, los asintomáticos (a los que tampoco se les hacían pruebas). Las mascarillas, sean cuales sean, son barreras de contención desde el interior que todos (sin excepción y aún a peso de multa) deberían usar, pues relativamente evitan que las micropartículas que salen de nuestro organismo –al estornudar, toser, respirar o hablar– sean expulsadas al exterior. Se privilegió el aislamiento social voluntario al uso de cualquier tapadera en los ojos y la nariz. Se dijo, peor aún, que la mascarilla es solo un refuerzo psicológico. 

Se cometieron muchos errores, el peor fue el negacionismo: “es solo una gripe o no existe”. En ese juego cayeron López Obrador, Trump, Johnson (el de la inmunización de rebaño que hoy lamenta tantas muertes) y otros, quienes creyeron que la disyuntiva era la salud o la economía. El Perú reaccionó mejor, pero no en lo óptimo. Fue un error no tapar la coladera aeroportuaria desde el inicio, o creer en la disciplina de los ciudadanos peruanos, como si no viviéramos en la anomia. La gente sabía, pero se apretujó en los mercados, las calles y las plazas. Cuando se ajustaron las medidas, los peruanos resistieron a la autoridad con golpes. 

Un error que podríamos cometer en lo inmediato es minimizar el riesgo y adelantar el relajamiento en el supuesto dudoso que el Covid-19 vaya de bajada. En realidad, es muy difícil lograr una contabilidad real de casos asintomáticos, y la ilusión puede ser muy engañosa sin data real. Las pruebas son pocas, las muertes no registradas podrían llegar a sumar igual o más que las oficiales y podría ser que mientras se relajan las medidas por optimismo, la curva real vaya de subida y la crisis mayor nos encuentre con los brazos abajo. Visto lo del sábado en los mercados del país, atestados y sin distancia social, las cifras podrían tocar su pico entrando a mayo. El invierno no ayudaría y la indisciplina, por lo que la meseta más alta de la crisis podría cursar su línea de enfermedad y muerte hasta mediados de aquel mes o más, para tocar piso recién en junio. Y ni aún entonces podríamos bajar la guardia, sino progresivamente ¿Estamos preparados para ese escenario? No en sistema sanitario (tenemos menos respiradores que Ecuador) ni en conciencia social. 

Las consecuencias económicas son obvias. No obstante, el Perú es uno de los pocos países que se ha tomado en serio la reactivación, con serenidad y decisión, pero sobre todo con décadas de disciplina fiscal heredada. Las consecuencias psicológicas por shock postraumático serán visibles: agorafobia, miedo social, hipocondría, un cambio en la relación social. Será la hora de la segunda línea, la de los psicoterapeutas y la de los planes de salud mental. Por un tiempo nada podrá ser lo mismo, aunque unos hayan perdido capital y destino, y otros hayan encontrado una ventana de oportunidad. 

Aunque conviene recordar que estamos en el Perú, y quizás todo siga como si nada hubiera pasado.

Raúl Mendoza Cánepa
06 de abril del 2020

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