Raúl Mendoza Cánepa

Buenos y malos

Vale más la palabra del acusador que del acusado

Buenos y malos
Raúl Mendoza Cánepa
12 de enero del 2020


Pueden decir lo que quieran: que se lucha contra el mal, que este lo corroe todo, que es ubicuo (menos en tu casa, claro). Lo curioso es que se viven tiempos en los que la sospecha es delito por anticipo y en los que interesa con quién hablaste más que la pertinencia del asunto que hablaste. Si se suma un sistema en el que “igual vas preso antes de dilucidar tu tema”, la sociedad ha perdido la libertad. Allí, la sombra y el abismo son chantaje, el miedo un instrumento de manipulación y la justicia linchamiento. Medio Perú cholea, pero quien cholea en cámara ya está sentenciado por la masa que cholea. Peligroso decirlo en un país de santos, donde Santa Rosa, San Martín, Santo Toribio y otros son los precursores de una generación que recién asoma. Las redes se han convertido en herramientas de beatificación.

A nadie le hubiera gustado siquiera salir grabado en una pichanga con Montesinos en 1990 (aunque no lo hubieras visto antes ni en pelea de perros) porque la psique social asume siempre que eres con y como aquel con quien te juntas. Si tienes el infortunio de ser invitado a una embajada y en la foto social tu vecino es un narcotraficante que nadie sabe que lo es (menos tú), “ya eres narco”, te graduaste; se presume (la culpa por delante) que hasta estás organizado y ocupas una jerarquía.  Si se la exhibe en un noticiero, morbo manda, el director colocará circulitos en las cabezas de los “presuntos bandoleros”; sí, así como asaltantes de banco en los chillones noticieros mañaneros. La reputación es lo que menos vale en este país de guardianes de la moral. 

El honor es un balón de fútbol dispuesto al pie de quien quiera patearlo. Las sospechas se tramitan hoy ante un juez que es masa y que por masa es idiota y sentencia en sumario. Mundo de pecadores, tantos como fariseos que pecan a oscuras, pero juzgan en la luz. En el mundo de lo impoluto, de lo políticamente correcto, vale más la palabra del acusador que del acusado; el testimonio a sola firma, que el honor. 

En una sociedad punitiva, fiscal y tecno espía hasta un celular puede servir “al juicio de Dios-Gente” en lo que hace una década no hubiera pasado de un vulgar intercambio de adjetivos. Aquí la libertad se hace trizas, la hipocresía hace su agosto. El mundo se divide a capricho, así, entre los buenos y los malos. Quienes arman el juego de posiciones son los que se asumen “buenos”. Hobbes y Maquiavelo hubieran saltado hasta el techo, porque bueno ninguno, ni tu abuelita. Como ocurre en la Historia, las volteretas del tiempo cumplen su fin, no hay sepulcros blanqueados para siempre ni vueltas de tuerca que muchos no tengan al final que lamentar.

Raúl Mendoza Cánepa
12 de enero del 2020

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