Cecilia Bákula

Benedicto XVI, teólogo y gran defensor de la fe

Sobre la vida y obra del recién fallecido Papa emérito

Benedicto XVI, teólogo y gran defensor de la fe
Cecilia Bákula
09 de enero del 2023


Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, nació en Marktl am Inn, Alemania, el 16 de abril de 1927, y falleció el 31 de diciembre de 2022. Fue el 265º Sumo Pontífice de la Iglesia Católica​ y el séptimo soberano de la Ciudad del Vaticano, desde el 19 de abril de 2005 hasta su renuncia el 28 de febrero de 2013. No cabe duda de que su renuncia, luego de muchos siglos de una situación similar, será juzgada y estudiada por la historia. Lo que sabemos es que, tal como lo expresó en el documento, sin duda profundamente meditado, que leyó ante los atónitos cardenales, esa decisión encierra en sí misma no sólo una renuncia a un cargo, sino una humilde autopostergación en beneficio del triunfo de la Iglesia de Dios en la tierra. Él ofreció sus “rodillas”, porque si las fuerzas humanas le flaqueaban la oración de rodillas ante Dios se convertiría en su auténtica fortaleza.

En estos momentos en que la Iglesia atraviesa una peligrosa crisis de identidad y de fe, cuando la sombra del cisma se cierne sobre nosotros, la partida de un gran defensor de Dios, de la existencia de Dios, nos obliga a darnos cuenta de que las ideologías pretenden imponerse y hacernos ver que es conveniente, para los intereses del mundo, matar a Cristo. No se trata de volver a crucificarlo, sino de dejar de creer y afirmar que Jesús es Dios. Y en esa defensa, Ratzinger nos dio un ejemplo de honestidad, firmeza y rigor intelectual, así como de humilde y fiel heroísmo.

En él, el mundo y la Iglesia han tenido uno de sus más brillantes inteligencias y quizás al más destacado teólogo de los últimos tiempos. Tenía una formación extraordinaria, una auto exigencia destacada y una humildad orientada a servir y a no sobresalir; virtudes poco comunes, sobre todo, cuando se dan pocas veces juntas y en grado tan alto.

Fueron sus cualidades intelectuales y su formación doctrinal las que llevaron al arzobispo de Colonia, cardenal Josef Frings, a invitarlo como su asesor en el Concilio Vaticano II (1962-1965), en donde su participación, discreta pero sustantiva, se hizo notar. Desde entonces se convirtió en una humilde pero clara voz en defensa de la puridad de la doctrina, y se le encomendó la presidencia de la Comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia Católica, que luego de seis años de trabajo presentó al Papa, el texto fundamental que recoge lo sustantivo de nuestra fe.

Desde muy joven tuvo una clara vocación por servir a la Iglesia; no solo en el sacerdocio, que abrazó en 1951, sino en todos los encargos y distinciones. Fue el 27 de junio de 1977 cuando, siendo arzobispo de Múnich y Frisinga, Pablo VI le concedió el capelo cardenalicio que le permitió participar en el Cónclave que en 1978 eligiera a Juan Pablo I; y en octubre de ese año, a Juan Pablo II. Fue este Pontífice quien lo convocó y designó como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quizá el más importante de los Dicasterios de la Curia Romana, responsable de la ortodoxia y pureza de la fe.

Estando en ese cargo, en agosto de 2000, Ratzinger suscribió un importantísimo documento, que fue aprobado por el Sumo Pontífice titulado “Dominu Iesu o Declaración sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia”. Si bien sus escritos teológicos fueron abundantes, sus encíclicas fueron solo tres: “Caritas in veritate” (2009); “Spe salvi” (2007) y “Deus caritas est” (2005).

Su pontificado fue relativamente breve; fue elegido en 2005 y presentó su sorpresiva renuncia en febrero de 2013, leyendo un texto escrito luego de horas de meditada oración y leído en latín. Este acto será estudiado y juzgado por la historia. Lo cierto es que Benedicto se enfrentó y desenmascaró sin miedo a problemas graves que vio que trataban de socavar a la Iglesia, como los casos de pederastia, los escándalos de malos manejos financieros y la penetración masónica e inclusive del lobby gay, lo que se filtró a través de la delación de documentos secretos de su propio despacho.

Todo ello minó sus fuerzas y prefirió, ante Dios, evaluar sus propias capacidades. Y una vez hechas las denuncias, dejó la lucha en manos de personas más jóvenes y con energías más renovadas. Si esa actitud fue exitosa y otros tomaron adecuadamente la posta, no le correspondió a él ver el éxito. Solo Dios juzgará.

Por todo ello, a Benedicto se le denostó y atacó de manera despiadada. Se le acusó de “abandonar” a la Iglesia y de otros tantos cargos; y quienes así lo hicieron, no se percataron de que, como señalé líneas arriba, él ofreció sus “rodillas” por y para la Iglesia. Ratzinger fue claro, clarísimo en la defensa de la fe contra toda forma de ideología, pues la fe no puede acomodarse ni adecuarse a forma alguna que no sea la que se interpreta de acuerdo a la Sagrada Escritura y la Tradición.

Esto no significa que la fe católica no sea moderna; es modernísima, pues el mensaje de Cristo es siempre actual, siempre moderno. Siempre tiene vigencia porque no estuvo dirigido a un hombre en particular ni a un tiempo singular, sino al ser humano de todos los tiempos. Al ser humano de siempre,, que siempre busca la plenitud y solo la encontrará cuando se encuentre con Dios.

Algún “vaticanólogo” expresó que Benedicto XVI podría ser considerado como el "rottweiler de Dios". Si esa expresión se refiere a la firmeza con que defendió Su existencia, y la seriedad con que asumió esa defensa, aun a costa de su propia vida, estaría de acuerdo, aun cuando puede sonar un poco dura ese enunciado. Pero si se refiere a la posibilidad de que se entienda que Dios necesita un mastín para mantener alejados a los creyentes o a quienes desean acercarse a Él, lo que implica sin duda asumir su existencia, manifiesto mi desacuerdo con esa expresión, porque Dios no necesita ni busca que lo defiendan de quienes se acercan de corazón, pues siempre nos acoge.

Cecilia Bákula
09 de enero del 2023

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