La comisión de Constitución del Congreso de la R...
El mandato electoral impone la convergencia
Puede tener algo de utópico considerar la posibilidad de un acuerdo nacional en medio de una segunda vuelta electoral cuando, precisamente, Keiko Fujimori y PPK, los dos protagonistas del balotaje, tendrían que herirse de gravedad para alzarse con la victoria. Sin embargo, liderar una especie de convergencia sobre determinados aspectos políticos y económicos podría convertirse en un arma efectiva para el triunfo electoral.
Por ejemplo, el candidato que verbalice, que sistematice, la voluntad del 70% del electorado que se expresó en la primera vuelta podría posicionarse con gran ventaja. Dos tercios del electorado votó en contra del programa estatista y proteccionista —que pasa por derogar la Carta de 1993— del Frente Amplio. ¿En qué propuestas se expresa esa voluntad? ¿No es posible establecer una agenda para el gobierno y la oposición en el próximo lustro?
No es una ingenuidad pensar de esa manera. Por ejemplo, los adversarios del fujimorismo señalan que, en la medida que los naranjas tienen la mayoría absoluta del Congreso, elegir a Keiko “pondría en peligro el balance de poderes de la democracia”. No se trata de temores infundados al integrismo antifujimorista, es parte de una reflexión racional. ¿Qué sucedería si el fujimorismo propone un acuerdo nacional y, como parte de la agenda, ofrece a la oposición el manejo del Legislativo de manera alternada? ¿No se levantarían las sombras de posibles amenazas autoritarias? Claro que sí.
¿Cómo va a hacer PPK para convencer a los electores de que su virtual elección no debilitará la gobernabilidad, considerando la mayoría absoluta del fujimorismo? Bueno, esos temores se disipan con la construcción de un acuerdo nacional. En otras palabras, un hipotético gobierno de PPK no es viable sin una confluencia con el fujimorismo. ¿O, sí? Cualquiera sea el ángulo del análisis es evidente que la racionalidad de la mayoría electoral, por angas o por mangas, está demandando un acuerdo nacional. O para ser más enfáticos: casi es imposible la permanencia de la democracia al margen de un pacto político.
Paradojas de la historia. Cuando se derrumbó el fujimorato, los demócratas victoriosos, ensoberbecidos e influenciados por el pensamiento excluyente de la izquierda, se negaron a un acuerdo nacional y cultivaron el antifujimorismo. Quince años después, en la cuarta elección nacional consecutiva con la Carta de 1993, el fujimorismo regresa victorioso y convertido en la primera fuerza nacional. Una fuerza política sin la cual no se puede imaginar la gobernabilidad ni la democracia.
Si el movimiento naranja actúa con perspectiva histórica asociará su nombre a la República y la consolidación del sueño republicano por primera vez en la historia del Perú. Para ubicarse en ese cauce de la historia tendría que liderar un acuerdo nacional, tendría que convocar a los pepekausas, acciopopulistas, apristas y socialcristianos, a un gran pacto por la gobernabilidad y las reformas del país. Y si los pepekausistas pretenden alzarse con la victoria electoral deben ofrecer gobernabilidad, y eso es imposible al margen de un pacto nacional.
La historia a veces parece tener una racionalidad implacable. Después del fujimorato, todos los actores políticos se negaron sistemáticamente a un pacto nacional. En la transición se sacrificó la política y primaron los tribunales y exclusiones; entonces, no hubo una verdadera transición. Hoy los resultados electorales nos indican que el acuerdo es inevitable. La convergencia subordina a los extremos.
No existe otro camino si queremos salvar la democracia, el mercado y las libertades. En el 2006, el 2011 y el 2016 las elecciones nacionales enfrentaron a dos países, dos sociedades. Hasta hoy se preserva la libertad por azar y por voluntad de una mayoría. Quizá en la quinta elección nacional sin interrupciones no exista otra oportunidad si no llevamos el Estado hasta las punas más escarpadas, si no subimos la democracia y el mercado hasta los Andes y la llanura de la selva; es decir, si los éxitos del mercado y la inversión privada de los últimos 25 años no tienen al lado un Estado nacional.
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