La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Fujimorismo y pepekausismo obligados a pactar
Luego del triunfo de PPK, en una elección polarizada, el jefe de Estado, el primer magistrado del país, tiene la palabra: prefiere mantener a un país dividido en dos mitades o apuesta por restablecer el mandato electoral de la primera vuelta, en la que el 70% del electorado se pronunció a favor de las propuestas promercado. Semejante decisión no solo tiene que ver con el sentido común, sino también con la propia viabilidad de la democracia. Si PPK no establece líneas de convergencia con la mayoría parlamentaria del fujimorismo, la actual República se bloqueará y rondará la crisis de gobernabilidad.
Si el nuevo jefe de Estado decide restablecer la mayoría nacional promercado, entonces, el Perú —posiblemente al margen de un cogobierno— encontrará los espacios para lanzar las reformas que nos permitan sortear la conocida “trampa de ingresos medios”, a la que parece deslizarse el Perú y que ha bloqueado a países como Argentina, Venezuela y Brasil. Negarse a las reformas haría más lento el crecimiento, lo que resucitaría al estatismo y al radicalismo.
El Perú necesita un plan nacional contra la informalidad que nos ahoga, restablecer la autoridad para enfrentar el desborde de la criminalidad, considerar reformas tributarias y laborales audaces para agregar competitividad a la economía, implementar un plan de emergencia para resolver los problemas de infraestructuras, desarrollar una movilización contra el Estado burocrático de las sobrerregulaciones, y reformar el sistema de justicia, la educación y la salud. Ninguno de estos objetivos se puede conseguir sin una colaboración entre Ejecutivo y Legislativo. PPK entonces tiene la palabra.
Por su lado, el fujimorismo, de alguna forma, está vinculado al futuro del gobierno de PPK. Si en los próximos cinco años continúa el piloto automático y la mediocridad del crecimiento sigue deteriorando a las instituciones, el 2021 será el momento más propicio para la propuesta radical. ¿Cómo podría tentar la victoria en el Bicentenario una propuesta promercado como el fujimorismo? En ese caso, la lluvia mojaría a todos, a menos que el movimiento naranja evolucione a una propuesta abiertamente estatista. Y eso no parece posible. En otras palabras, con la posible fragilidad y mediocridad de un gobierno de PPK, todos los peruanos de buena voluntad pagan los platos rotos. En evitar ese terrible escenario reside la grandeza que deben demostrar el pepekausismo y el fujimorismo.
Algunos creen que la historia es lineal y desbordan optimismo con el hecho de que el estatismo haya sido relegado en esta ocasión. Se equivocan. La propuesta marxista y las fórmulas antisistema, en realidad, tienen enorme posibilidad de prosperar en las sociedades en que se ha reducido pobreza y se ha engrosado las clases medias, especialmente aquellas en las que se ha producido una gran diferenciación social, por la ausencia de un Estado y de reformas para desarrollar la competitividad en la economía y la sociedad. Si a esa situación le agregamos la crisis del sistema político, el cóctel explosivo está completo. Argentina, Venezuela y Brasil eran sociedades con mucha más clase media que el Perú; sin embargo, hoy enfrentan las lacras del estatismo y el proteccionismo.
Hablar de formas de convergencia para el pepekausismo y el fujimorismo, entonces, no es un saludo a la bandera. Es una necesidad imperiosa para las dos fuerzas que disputaron uno de los balotajes más cruentos en la historia del Perú.
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