La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Escritor dice que Verónica Mendoza salvó democracia
En el artículo “El Perú a salvo” el nobel peruano, Mario Vargas Llosa, lanza una afirmación que merece grabarse en bronce: “la izquierda, actuando de esta manera responsable —algo con escasos precedentes en la historia reciente del Perú— salvó la democracia”. Más allá de las aproximaciones y enfoques sobre las razones de que el fujimorismo perdiera la elección (a nuestro entender, solo se explica por el affaire Ramírez) y de la retahíla de descalificaciones del movimiento “No a Keiko” (hasta el asunto del narcoestado) que repite Vargas Llosa en contra del fujimorismo, vale detenerse en la frase “La izquierda salvó a la democracia”.
No vamos a discutir el valor del respaldo de Verónica Mendoza en el triunfo de PPK, que hoy la ha convertido en heroína democrática en el panteón vargallosiano, sino qué representa la propuesta del Frente Amplio para el futuro de la democracia. A un movimiento político se le enjuicia por diversas razones, una de ellas es el programa. Y el programa del Frente Amplio buscar derogar la actual Carta Política, se opone al Acuerdo Transpacífico y se pronuncia a favor de todos los yerros del Estado empresario. ¿Es posible organizar una sociedad abierta con todas las recetas económicas que han hundido a Venezuela y Brasil? Creemos que no.
Pero no solo se trata de programas sino de la práctica. El Frente Amplio es la fuerza política que, utilizando el fracaso del Estado que cobraba impuestos pero no hacía obra, ha cavado trincheras en Conga y Tía María para bloquear proyectos mineros, con el objetivo de profundizar la desaceleración de la economía y propiciar la resurrección del recetario estatista. Vale señalar que, en recientes declaraciones, PPK no considera a los grandes emprendimientos mineros entre los diez proyectos que la nueva administración debería relanzar. Una clara demostración del papel del Frente Amplio. Demás está recordar los detergentes que usa Verónica Mendoza para lavar la cara del autoritarismo chavista. ¿Puede entonces existir la certeza de que el Frente Amplio apuesta por la democracia? ¿Cuál entonces sería la principal razón de Mendoza para haber apoyado a PPK?
La cosa es más simple de lo que parece: cálculo político. Un triunfo del fujimorismo habría relativizado las posibilidades de la izquierda, sobre todo considerando las tendencias populistas del fujimorismo que suelen apostar por alianzas entre el Estado, las comunidades excluidas y las empresas. En los noventa, más allá de las condenas al autoritarismo, la izquierda fue barrida, borrada del mapa político, por la acción social del fujimorato. Quizá esa sea una de las razones del porqué el Perú no se desbarrancó en la fórmula chavista.
Felizmente las pasiones y emociones de Vargas Llosa tienen pocas posibilidades de prosperar. Escuchar a la mayoría del país abogando por un entendimiento entre el pepekausismo y el fujimorismo es la mejor expresión de que la elección nacional está produciendo movimientos tectónicos de consecuencias inimaginables. Sin embargo siempre despertará curiosidad la grandeza artística de un escritor como Vargas Llosa y la pequeñez para enjuiciar al adversario. Repetir los adjetivos del movimiento “No a Keiko” —como lo hace el nobel peruano— para descalificar al fujimorismo es desconocer que el Perú está a punto de concretar el sueño republicano, avanzando a la quinta elección nacional sin interrupciones, reduciendo la pobreza a un quinto de la población y configurando una típica sociedad con mayoría de clases medias. Y, bueno, el fujimorismo es uno de los protagonistas de uno de los mejores momentos republicanos. Algo bueno debe tener, ¿no es verdad?
Pero no solo allí reside la pequeñez. En el afán de demonizar al fujimorismo Vargas Llosa canoniza al chavismo embozado. Y semejante yerro es olvidar que el Perú, desde las elecciones del 2006, del 2011 y del 2016, se debate entre la sociedad abierta y la fórmula antisistema que siempre llegará envuelta en autoritarismo.
COMENTARIOS