La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Dos países que colisionan en las campañas electorales
A pesar del impresionante crecimiento de la economía que ha reducido la pobreza —del 60% de la población a solo un quinto—, y no obstante la continuidad de cuatro procesos electorales sin interrupciones, es evidente que en las elecciones nacionales del 2006, del 2011 y del 2016 votaron dos países que crecen y reducen pobreza con dos velocidades distintas. No solo a nivel regional sino dentro de los propios departamentos. Por ejemplo, las regiones del sur tuvieron tasas altísimas de crecimiento durante la década pasada —el PBI del Cusco se incrementó en 59% entre el 2008-2013, superior a las expansiones económicas de la China, India y Panamá—; sin embargo, los cusqueños en las tres últimas elecciones han votado a favor de propuestas antisistema.
La única explicación de esta situación es que el crecimiento cusqueño no ofrece las mismas oportunidades a todos por igual: unos crecen y reducen su pobreza a velocidad crucero y otros lo hacen con lentitud. Y, de alguna manera, en cómo resolver esa diferencia de velocidades de crecimiento y reducción de pobreza está una de las claves de esta elección y del próximo gobierno. En otras palabras, en cómo se conectan los dos países para avanzar en la construcción de un Estado y una sociedad integrada.
PPK ha priorizado la disyuntiva entre democracia y autoritarismo para desarrollar su campaña. Está en su derecho. Keiko Fujimori pone el acento en la representación social de los de abajo, de los mototaxistas, de los mineros informales. Es decir, una candidatura social versus el “candidato de los ricos”. También está en su derecho. Pero ambos no pueden abstenerse de decirnos cómo van a conectar a los dos países que colisionan en cada elección nacional. Un ejemplo: la izquierda propone derogar la Constitución, y restaurar el proteccionismo y el Estado empresario para vincular a las dos sociedades. Aunque la mayoría del país rechaza categóricamente esa fórmula, es evidente que la zurda se atreve a proponer algo.
A nuestro entender —lo hemos afirmado una y otra vez— las reformas económicas que liberalizaron la economía en los noventa destruyeron el estado colonial, pero no organizaron un nuevo sistema estatal. Más allá de algunas islas de eficiencia —el BCR, la Superintendencia de Banca, el MEF, entre otros—, el Estado peruano continúo siendo el Estado con expedientes amarrados con pita. La libertad económica permitió que el piloto automático funcionara relativamente, el crecimiento redujo la pobreza como nunca en nuestra historia y se engrosaron las clases medias; pero en el país, en las regiones y en los propios vecindarios, la diferenciación social creó una reacción nacional a considerar contra el Estado y el establisment.
Siempre se debe recordar que las revoluciones y las propuestas antisistema no nacen de los menesterosos e indigentes, sino de los nuevos propietarios y de los pequeños empresarios que no encuentran las mismas oportunidades para prosperar que los grandes inversionistas. Y, de alguna manera, eso es lo que está sucediendo en el Perú ante el fracaso del Estado con los problemas institucionales, los déficits de las infraestructuras y la reforma educativa.
Si en el curso de la campaña y en el desarrollo del próximo gobierno no surge una propuesta para conectar los dos países que colisionan en cada elección, el piloto automático no será suficiente para seguir creciendo a tasas altas que permitan seguir reduciendo la pobreza en un contexto internacional en el que se reducen los precios de los commodities.
Si continúa el piloto automático la profundización de la desaceleración producirá la ilusión de los atajos fáciles y, sin lugar a dudas, Gregorio Santos convertirá su encierro por corrupción en un martirologio político que le abrirá las puertas del 2021.
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