La comisión de Constitución del Congreso de la R...
La macroeconomía y la falta de estado nacional
Una de las cosas que más ha llamado la atención y ha desatado críticas de los opositores en la conformación del Gabinete que presidirá Fernando Zavala es la excesiva cantidad de economistas y tecnócratas. Sin embargo, el hecho no debería causar mayor sorpresa. Casi todos los gobiernos democráticos posfujimorato, de alguna manera, han encumbrado a una tecnocracia económica y liberal en las principales funciones del Estado —continuando la práctica instaurada en el régimen de los noventa— y, gracias a ello, el Perú ha alcanzado los mejores logros económicos y sociales de su historia: reducir la pobreza a solo un quinto de la población, configurar una sociedad de clases medias y expandir el bienestar.
Y aunque los amigos de “la izquierda académica” se resistan a reconocerlo, el crecimiento económico es la única explicación de una democracia que hoy avanza hacia su quinta elección nacional sin interrupciones. Es decir, de la democracia y de las libertades que hoy disfrutan los peruanos.
En ese sentido, la presencia de tecnócratas —como el propio Zavala, Alfredo Thorne, Eduardo Ferreyros, José Hernández, Alfonso Grados, Cayetana Aljovín y profesionales como el embajador Ricardo Luna, entre otros— debe ser saludada. Aplausos. Es seguro que el nuevo Gabinete restablecerá la confianza de los mercados y de la inversión privada, muy deteriorada por la administración nacionalista, y que el horizonte de la economía mejorará considerablemente.
Sin embargo, tal como lo hemos sostenido en este portal, la macroeconomía no puede continuar siendo el eje de una sociedad que reduce la pobreza y expande las clases medias. Quizá otra manera de decirlo sea que la macroeconomía no es suficiente para organizar una sociedad en la que la mayoría deja de ser pobre y otros sectores crecen a velocidades inimaginables, enganchados con la formalidad y la globalización de la economía.
El problema del Perú no es de más pobres, sino de las nuevas clases medias que desean crecer como los sectores altos y que se irritan ante la falta de oportunidades. En otras palabras, el Perú es una sociedad en la que los sectores sociales se diferencian aceleradamente, en la que el marxismo diría que se está estructurando una sociedad de clases. De allí que en las elecciones nacionales del 2006, del 2011 y del 2016, hayan colisionado dos países. Uno moderno y formal, y otro emergente que demanda las mismas oportunidades.
A nuestro entender esta situación se presenta por la ausencia de un Estado nacional, y se expresa en la debilidad de las instituciones de la democracia, los enormes déficits en la infraestructura del país, la ausencia de reformas en la educación y la salud. La ausencia de un Estado nacional, pues, es la única explicación de que en el Perú existan dos sociedades, dos economías, no obstante los mayores logros de nuestra historia republicana.
Si el Perú no se lanza a construir un Estado nacional, tarde o temprano se desencadenará la reacción anticapitalista de los propios sectores que dejaron de ser pobres por el capitalismo. En otras palabras, se cumpliría la prédica marxista.
En el nuevo Gabinete de PPK está todo lo mejor que hemos tenido en los últimos quince años (al margen de nuestra abierta oposición a la continuidad de Saavedra en Educación y las interrogantes en la cartera de Defensa). Pero falta la política, el puente, que conecte a los dos países, a las dos sociedades. Semejantes objetivos requieren de una voluntad social y política muy poderosa, que no parece existir en la administración pepekausista.
De allí la enorme responsabilidad que tiene el fujimorismo de otorgar la suficiente gobernabilidad a la nueva administración, sin renunciar a su voluntad de liderar la oposición. El movimiento naranja tiene el deber de poner una mano para apoyar a PPK y con la otra criticar y liderar a la oposición. Una dialéctica de ese tipo es la única que puede evitar que el país se aproxime a la profecía marxista.
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