Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
Reflexiones sobre el autogolpe fujimorista
Es evidente que desde el punto de vista de la democracia y la libertad, el autogolpe del 5 de abril que marcó para siempre al fujimorato de los noventa resulta injustificable. Si bien los defensores del mencionado autogolpe suelen esgrimir diversos argumentos a favor de la medida, los valores democráticos jamás pueden ser relativizados a menos que decretemos la defunción de la propia democracia.
Una sociedad abierta se construye con el respeto a la voluntad de la mayoría, el equilibrio de poderes, el control del poder político, y el cumplimiento de los plazos constitucionales. Cualquier alteración del calendario democrático es herir de muerte a la democracia.
Sin embargo, en la medida que en una sociedad abierta no hay interpretaciones oficiales ni relatos únicos sobre la historia —menos sobre un cuarto de siglo reciente—, los peruanos de buena voluntad tenemos que acostumbrarnos a discrepar, a defender nuestros puntos de vista; pero también a tolerar interpretaciones diferentes sobre hechos históricos. Quizá allí resida una de las diferencias principales de una sociedad abierta con respecto a las monarquías absolutas o los sistemas soviéticos que pretendían organizar “historias oficiales”.
En este contexto, lo que parece injustificable es lo que suele hacer la izquierda y un grupo de medios de comunicación —encabezados por El Comercio— cuando echan mano de la historia, no para extraer las conclusiones necesarias para seguir organizando una sociedad tolerante, sino para profundizar la polarización y volver a hacer sangrar heridas que apenas cicatrizan. Estamos hablando de la clara voluntad de mantener la polaridad fujimorismo versus antifujimorismo, que ha envenenado la democracia de los últimos quince años, ha bloqueado el surgimiento de un nuevo sistema de partidos y ha deteriorado a las instituciones.
Al movimiento fujimorista se le refriega —con justicia— los sucesos del 5 de abril, pero se olvida olímpicamente la experiencia de Fuerza Popular en los últimos quince años de experiencia democrática. A estas alturas, si tuviésemos que poner una balanza el pasivo y el activo del movimiento naranja es evidente que la democracia y la economía de mercado salen ganando en el país.
La oposición a los gobiernos de Toledo, García, Humala y ahora a PPK, le extiende una credencial democrática al fujimorismo —más allá de graves yerros como la reciente ley sobre la prensa— que solo la mezquindad y las pasiones pueden negar. Y si reflexionamos sobre el enraizamiento del fujimorismo en los sectores populares, una especie de muro contención en contra de las propuestas chavistas, es evidente que los peruanos deberíamos sentirnos gratificados que en el país exista una derecha, plebeya, que evita el avance de las propuestas antisistema.
¿Cómo entender esta virtual guerra de religiones a la que pretenden llevarnos los grupos de izquierda y algunos sectores mediáticos? Existen varios y diversos intereses que, inevitablemente, deben colocarse sobre la mesa y discutirse racionalmente. Es la única manera de abandonar esta polarización patológica que, por momentos, evoca reacciones fundamentalistas del Medio Oriente.
Algunos señalan que oponerse a la polarización fujimorismo versus antifujimorismo, de alguna manera, es ponerse del lado naranja. En este portal no aceptamos ese chantaje, ese oscurantismo ideológico. Aquí condenamos el 5 de abril y exigimos que se retiren proyectos que pretenden legislar absurdamente sobre la prensa; pero igualmente nos oponemos al veto que pretende excluir al fujimorismo de la comunidad política que debemos construir en democracia.
En una sociedad abierta no hay vetos clasistas a las expresiones populares, a menos que la democracia termine bloqueándose, como sucedió en el siglo XX por el veto oligárquico al Apra.
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