Jorge Varela
Futuro de la democracia e inteligencia artificial
Entre la sobrevivencia y el socavón
La inquietud por el futuro de la democracia continúa en aumento. Académicos, periodistas y políticos, muchos de ellos integrantes de las élites acostumbradas a orbitar los centros de poder, escriben, opinan y pontifican, compungidos por el rumbo incierto de este sistema. Y no les faltan motivos: su propio destino está ligado a la vigencia, vitalidad o eventual degradación de la democracia.
La proliferación de artículos, ensayos y libros que alertan sobre su posible colapso es, en sí misma, una evidencia contundente de la magnitud de esta preocupación.
La visión de Yuval Noah Harari sobre la democracia
En su más reciente libro, Nexus (Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2024), Yuval Noah Harari dedica varios capítulos a analizar la historia de la democracia y el totalitarismo. En ellos aborda el impacto de las redes de información y su relación con la verdad y el poder. Harari reflexiona sobre la supervivencia de la democracia en el siglo XXI, cuestionando su proyección frente a las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial (IA), y su compatibilidad con las estructuras informativas contemporáneas.
Para Harari, la democracia es “una conversación con numerosos participantes en la que muchos hablan al mismo tiempo”; un intercambio constante entre múltiples fuentes de información. A su juicio, “a medida que aumenta el porcentaje de personas que toman parte en la conversación, la red se vuelve más democrática”. Además, sostiene que “mantener una conversación da por sentada la existencia de varias voces legítimas” y que la democracia es “un sistema que garantiza una serie de libertades para todos, que ni siquiera la mayoría puede requisar”.
Sin embargo, advierte que las democracias no solo son falibles y corruptibles, sino que también pueden fatigarse, enfermarse, erosionarse, desmoronarse y, en última instancia, morir.
El retroceso democrático
El sociólogo chileno José Joaquín Brunner ha señalado un preocupante retroceso de la democracia global, basado en el Reporte de 2023 del Instituto Variedades de la Democracia (V-Dem) de la Universidad de Gotemburgo, Suecia. Según este estudio, en los últimos 20 años (2003-2023), el número de países en proceso de democratización cayó de 35 a 18, mientras que los regímenes autoritarios aumentaron de 11 a 42 (El trumpismo como metáfora: reflexión sobre el fin de la democracia liberal, El Líbero, 20 de noviembre de 2024).
El diagnóstico es desolador: la democracia formal, muchas veces vista como mentirosa y corrupta, ha dejado de ser sinónimo de progreso humano, seguridad y bienestar general. Desacreditada y debilitada, yace en un rincón oscuro, incapaz de emprender el vuelo.
¿Podría ser que “la democracia liberal representativa tiene sus días contados”?
Las democracias también mueren
Para Harari, “la democracia nunca es una cuestión de todo o nada. Es un continuo”. Como cualquier construcción humana, las democracias están sujetas a crisis, ataques externos e internos, retrocesos e incluso a su extinción. Estas mueren no solo cuando se restringe la libertad de expresión, sino también cuando se impide a las personas escuchar. Esto último es característico de los sistemas totalitarios, donde el poder busca un control absoluto sobre la sociedad.
En contraste, mientras que la democracia reconoce su falibilidad, los sistemas totalitarios se proclaman infalibles, subordinando todo a la concentración de poder. Según Harari, el totalitarismo opera bajo la premisa de evitar cualquier separación de poderes autónomos, utilizando herramientas como la vigilancia, la represión policial y el manejo de la información. Este sistema busca ejercer un control total a través de un aparato estatal único, que elimina cualquier consideración moral en aras de su dominio.
Desafíos para la democracia liberal
Los defensores de la democracia liberal argumentan que, a pesar de sus defectos, este sistema ofrece mecanismos de autocorrección y la capacidad de emprender reformas para garantizar una vida mejor. Sin embargo, ¿podrá sobrevivir frente a los desafíos del siglo XXI? Harari se pregunta si las nuevas tecnologías de la información podrían hacerla impracticable.
¿Qué sucedería si una inteligencia artificial insondable socavara las bases democráticas? Por ejemplo, la vigilancia informática estatal, diseñada para aumentar la seguridad, podría convertirse en una amenaza grave para las libertades individuales. En lugar de proteger, podría terminar erosionando la autonomía de las personas y consolidando sistemas de control autoritario.
El desafío es claro: ¿cómo impedir que estas herramientas se transformen en instrumentos de manipulación y opresión? Este es un problema urgente, cuya solución requiere tanto honestidad como voluntad de acción.
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