La comisión de Constitución del Congreso de la R...
En democracia los rivales colaboran entre sí
Hoy debe desarrollarse una movilización de ciudadanos en contra del golpe del 5 de abril de 1992, que interrumpió la democracia en nuestro país. A quienes marchan les asiste el pleno derecho de recordar ese momento adverso para el estado de derecho y de protestar en contra de los autores de los hechos. Sin embargo, que la protesta y el antivoto se conviertan en los elementos definitorios de una identidad política dentro de una democracia, de una u otra manera, siempre será un peligro para esa democracia.
Para simplificar las cosas señalaremos que la democracia y la política moderna se inventaron para evitar que los enfrentamientos entre adversarios políticos terminen convirtiéndose en una guerra. En eso reside todo el secreto de las sociedades modernas. Si surge un movimiento o una movilización política con el único objeto de evitar que el rival llegue al poder, entonces los mecanismos de la democracia no pueden funcionar, porque es absolutamente impensable el pacto o la colaboración entre rivales. De alguna manera es lo que se vislumbra que pasará con la polarización fujimorismo versus antifujimorismo.
La mencionada polarización lo único que nos recuerda es que la transición a la democracia luego del Fujimorato de los noventas todavía no ha terminado. Peor aún, existen sectores interesados en que se perpetúen los enfrentamientos de entonces. Hay muchas maneras de explicar la crisis del sistema político peruano, la debilidad de los partidos y la ausencia de derechas e izquierdas modernas; una aproximación absolutamente válida tiene que ver con la falta de un acuerdo nacional y la continuidad de la polarización fujimorismo versus antifujimorismo.
En países en los que hubo transiciones de regímenes autoritarios a la democracia, con acuerdos y pactos de los adversarios, los sistemas políticos y partidarios se renovaron y florecieron, con nuevas derechas e izquierdas. Es el caso, por ejemplo, de los herederos del franquismo en la península ibérica y de los epígonos del pinochetismo en el vecino del sur, que gestaron derechas liberales y modernas.
Si se tuviera que desarrollar un análisis del actual proceso electoral habría que decir que los accidentes del cronograma eleccionario tienen mucho que ver con la sobrerregulación de los procedimientos que otorga excesiva discrecionalidad a los jueces electorales; pero también con la preeminencia del antivoto antes que el voto “a favor”, el voto en respaldo de una propuesta. Al margen de los errores de la autoridad electoral, fenómenos políticos como el de Julio Guzmán, César Acuña y VeróniKa Mendoza serían difíciles de imaginar sin el antivoto que predomina en algunos sectores del electorado.
En este contexto, vale preguntarse, si la estabilidad de las instituciones y de las propias organizaciones políticas puede surgir del voto en contra. Es evidente que no. Del antivoto solo nace un resultado que no puede perdurar en el tiempo y con el que es imposible organizar la gobernabilidad; es decir, la viabilidad de las instituciones que organizan la democracia.
En las democracias los rivales proponen alternativas para que los electores decidan y para que se establezcan los mecanismos de colaboración a través de las instituciones. En la guerra los adversarios buscan eliminar al contrincante, buscan eliminarlo del campo de batalla. El antivoto se parece entonces más a una herramienta de guerra que a una práctica democrática.
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