La comisión de Constitución del Congreso de la R...
La responsabilidad histórica de los líderes del balotaje
Ha culminado la segunda vuelta, el soberano ya expresó su voluntad y, al margen de las heridas de un balotaje extremadamente polarizado, hoy solo queda restituir los fueros de la política, que se inventó en la Antigua Grecia para evitar que los rivales desarrollen la guerra entre sí. Pero antes de hablar de posibilidades de convergencias, es necesario que PPK y Keiko Fujimori, invocando su dimensión de estadistas, llamen a la prudencia, a evitar los pronunciamientos adelantados, sobre el virtual ganador de las elecciones, para cerrarle el paso a las pasiones de algunos desbocados que empiezan a hablar “de fraude electoral”.
Cuando el cómputo de la ONPE se estrecha a niveles nunca vistos en la historia electoral del Perú, los dos candidatos del balotaje deberían esperar el cómputo de la última acta para que se produzca la proclamación del ganador. Y semejante voluntad debería verbalizarse de cara al país, sobre todo porque un sector de opinólogos desde el lunes pasado señalaba que las cosas estaban definidas y que uno de los candidatos debería reconocer una victoria que las estadísticas, las matemáticas y los conteos rápidos de las encuestadoras todavía no se atrevían a proclamar (con el 98% de las actas computadas las cosas parecen definidas, pero igual la reflexión vale)
Imaginemos un escenario lamentable. La mayoría de medios había comenzado a hablar de un ganador, pero las diferencias entre PPK y Keiko se estrechaban a mínimos impensados. ¿Qué hubiera sucedido si esas tendencias que casi se juntan se terminaban cruzando? ¿Cómo hubieran reaccionado los activistas del antifujimorismo en las calles? Y, ¿cómo hubiese reaccionado el fujimorismo obligado a demostrar su potencia en la convocatoria de masas? ¿Masas contra masas en una fiesta democrática? Allí residía el peligro y la necesidad de una prudencia extrema. Los estadistas entienden, perciben, cuando las sociedades se tensan al punto de que algo puede quebrarse.
Al margen de cualquier resultado, aunque parezca mentira, señora Keiko Fujimori, los reflectores de la historia y del país estarán focalizados en la conducta del fujimorismo, habida cuenta de la fragilidad y lo efímero del pepekausismo. Todos saben que la izquierda lideró el antifujimorismo, porque un gobierno fujimorista sería la némesis de las propuestas radicales y antisistema.
Ante un eventual gobierno de PPK, la ofensiva social en contra del Estado inevitablemente provendrá de la izquierda. En este contexto, el fujimorismo tiene la responsabilidad de convertirse en soporte de la gobernabilidad, y también de liderar la oposición política y social para cerrarle el paso al radicalismo que casi consigue la victoria en las elecciones del 2006, del 2011 y del 2016. Si el fujimorismo actúa en ese sentido, asociará su identidad a la actual democracia que ha consolidado cuatro elecciones sucesivas y avanza hacia la quinta. Los relatos antifujimoristas sobre vínculos con el pasado y el autoritarismo quedarán en el olvido.
Para que el fujimorismo actúe con sentido histórico, señora Fujimori, usted está en la obligación de renovar su compromiso político de cara hacia el 2021, tal como lo hizo luego de la derrota electoral del 2011. Solo una voluntad de este tipo garantizará que la abrumadora bancada del fujimorismo mantenga su unidad y coherencia y, por supuesto, también que el fujimorismo avance a institucionalizarse como un partido democrático. De alguna manera, señora Fujimori, usted ya forma parte de la historia del Perú (dos balotajes y una abrumadora mayoría legislativa) y está obligada, como los líderes históricos, a persistir en su voluntad política.
El caso de Joaquín Ramírez nos ha desvelado la precariedad de la institucionalización del fujimorismo. Si las cosas no cambian, la posibilidad de que surja un nuevo partido del pueblo —representado hoy en el fujimorismo (el primero fue el Apra)— se frustrará y, en este contexto (con las debilidades del Apra, de AP y del PPC), tarde o temprano, llegará la hora del radicalismo y el antisistema, tal como nos enseña la historia universal y la reciente experiencia latinoamericana. Existen momentos en la historia, al margen de las victorias o derrotas, en los cuales los líderes no tienen escapatoria.
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