Raúl Mendoza Cánepa
¿Y los liberales?
La usurpación ideológica es un engaño al ciudadano

No existe una “bancada liberal” en el Perú, es una etiqueta que esconde el sesgo fundamental del nuevo progresismo. Ser liberal, según ellos, es “promover el ejercicio de las llamadas libertades civiles, más allá de eso toda injerencia estatal es válida, sobre todo cuando se trata de los contenidos educativos y las agendas de corta base”. Un liberal formado en la escuela clásica política y en la línea de los austriacos lo puede decir con claridad. La usurpación ideológica nunca es válida porque es un engaño al ciudadano, que entiende literalmente lo que se le ofrece.
Se es liberal en todo o en nada, decía Benjamin Constant. No sé es “un poco” o en las materias que calzan con algunas de nuestras convicciones. Difícilmente algún integrante de la “bancada liberal” podría asumir la filosofía hayekiana. No han leído a Mises ni a Rothbard, y quizás no estén conectados con la tradición de los liberales políticos y económicos clásicos y actuales (en la PUCP nunca oí mencionar los nombres de Hayek o Mises en los cursos de economía). Mientras les hurtan el nombre desde una bancada, ¿dónde están los auténticos liberales? No los conservadores ni los mercantilistas, que con el rótulo de “derecha” elaboran leyes que más tienen de centroizquierda que de un genuino liberalismo. Sí, así a secas, porque cuando al liberalismo se le coloca un adjetivo, deja de serlo. “Liberalismo social”, “liberalismo humanista”, “neoliberalismo”…
Desde luego ser liberal no es políticamente atractivo, aunque en materia de ejecución política sea eficaz. La gente no vota por lo que teme (si gustan usar la frase de Fromm, “el miedo a la libertad”), vota por quien se encargue de sus cosas. Por paradoja, esto ocurre en un país en el que el ingenio emprendedor para salir de la pobreza es ya, de por sí, un capital. Si observamos bien, el Perú es un país liberal en los hechos, no obstante difícilmente admitiría la libertad como filosofía de vida. Se dice que es un país paternalista, pero brega día a día contra ese Estado “paternalista” que trata de multarlo, decomisarle, cerrarle el negocio, perseguirlo. El “padre bueno” de sus teorías deviene (como ocurre casi simpre) en el “padre malo”, ese que lo cerca y lo presiona para controlarlo y para que le ceda sus ganancias.
Una informalidad registrada podría sumarle varios puntos al PBI porque es mayoría. Sobrevive al margen de la ley y no contra ella, porque formalizarse tiene un costo tan difícil de pagar que ni el mejor plan de negocios impediría que la empresa fracase. Lo he visto. Más del 50% de las mypes cierran antes de los tres años y muchas de ellas resisten poco la fiscalización municipal, la tributación excesiva y la rígida formalidad laboral. Si una empresa tiene a todo el Estado encima, la salida es vivir sin Estado, que es lo mismo que vivir en libertad.
Me pregunto si la “bancada liberal” dialoga sobre estos temas, si ha propuesto alguna norma para restringir el exceso legiferante, si ha presentado alguna propuesta de reforma estatal que racionalice los procesos administrativos. Si es liberal en el trato igualitario en materia de impuestos, si promueve la formalidad y la recaudación por crecimiento o si ha puesto el ojo en el siempre descuidado artículo del reglamento que obliga a los legisladores a elaborar un análisis de costos y beneficios de sus proyectos. A la luz de los engendros que muchas veces pasan la valla para la autógrafa, pareciera que no.
Grave pecado político, si vale el término, el de Vargas Llosa, cuando creyó que el Partido Libertad, de los noventa, sería una franquicia y lo deshizo, quitándole a las nuevas generaciones la posibilidad de tener un verdadero partido liberal para el futuro. Pagó las consecuencias: muchos de sus seguidores se tornaron en devotos seguidores de la década que dio inicio con su derrota, precisamente aquella que más terminaría por odiar.
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