Horacio Gago

Venados en la PUCP

Amor por la belleza y la genialidad antes que por las cifras

Venados en la PUCP
Horacio Gago
12 de diciembre del 2017

 

En el campus de la PUCP en Lima antes pastaban al menos quince venados cola blanca (llegaron dos del Parque de las Leyendas y se reprodujeron). Hoy están a buen resguardo porque en el fundo Pando el cemento fue ganando a los jardines, y los pobres y hermosos animalitos ya no tenían donde retozar (en el zoocriadero sumaban 22 hasta hace un año). La PUCP se ubica a pocas cuadras del campus de San Marcos. En San Marcos jamás han pastado venados, o si lo han hecho habrá sido por muy poco tiempo. En San Marcos se atrincheró Sendero Luminoso durante varios años, los terroristas se apoderaron de comedores, habitaciones y hasta de rectores. La vida no florecía.

¿Qué es lo que quiero decir? La vida aparece ahí donde existen condiciones para ello. Ambiente, oxígeno, temperatura, cierta tranquilidad, cierta sostenibilidad (durabilidad para que los procesos puedan completarse). Y la vida, lógicamente, es biológica y también social. Y en este último caso también jurídica. Las personas somos seres sociales para interactuar y realizarnos, y parte de las relaciones que entablamos tienen contenido obligatorio, son jurídicas; es decir nos ligan seriamente, casi sin escape. Entonces, en la vida jurídica proliferan las reglas y estas deben ser reglas claras. Qué es de cada quien. Qué puede y qué no puede hacer una persona en un espacio determinado.

En el campus de la PUCP los pasadizos, los corredores, los espacios comunes son eso: comunes. A nadie se le ocurre hacer una parrillada de venado. Los venados son seres libres que están ahí para ser observados, para agregar valor al paisaje, para hacernos más humanos en un espacio ordenado. Ese campus es bendito no porque Dios vague en sus pasadizos, sino porque todos entienden sus derechos y también sus límites. Las aulas son para estudiar, los jardines para admirar, los campos de deporte para eso, las butacas de la biblioteca lo mismo. Cada cosa tiene sentido, espacio y momento.

Un premio Nobel (D. North) explicaba que la democracia se sostiene en instituciones y que estas no son nada menos que las reglas de juego, la “señalética” imprescindible que nos guía por el terreno. Otro mejor, un gran jurista alemán, F. V. Savigny, sostenía que del hecho surge la norma y de la norma el sistema. ¡Qué genial! Por eso, dirigir la mirada a la disección de los hechos es la mejor fórmula para acertar cuando tienes que construir una propuesta de soluciones, cuando tienes que medir el sistema. Prefiramos los hechos y no los dogmas, la realidad y no las supersticiones, porque en el hecho, así como en la célula, se encuentra el ADN de la vida jurídica.

Adam Smith, Max Weber y Alexis de Tocqueville (tres autores que todos deberían conocer antes de morir) fueron sujetos con una moral clara. Moral cristiana. No estoy hablando de dogma cristiano, sino de moral cristiana. Mesura, responsabilidad, cierta dosis de austeridad, cierta dosis de prodigalidad. Y cada uno de ellos, desde su punto de observación, comprendió el prisma de los precios, la expansión, los mercados, las tribulaciones de la oferta y la demanda. De este modo sentaron cimientos fundamentales para entender al capitalismo como un sistema de soporte de la creatividad y del espíritu humano. No como el vil saqueador y extorsionador que muchas veces ha sido en la historia. Por eso se necesita un ideal moral para enfrentar los problemas de desarrollo de nuestros pueblos. Algo de lo que los economistas, por formación, carecen.

Desafío y creatividad, curiosidad sin límites, amor por la belleza y la genialidad antes que por las cifras frías o el Excel cuadriculado. A esos venados de la PUCP probablemente les debamos esta defensa cerrada del sistema de reglas, del sistema moral básico de la sociedad peruana.

 

Horacio Gago
12 de diciembre del 2017

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