Una o varias verdades

La verdad oficial no debe cerrar el paso a lo que otros puedan aportar o preguntar. No cuadra decir que llegamos al final de la cuarentena (sin precisar qué actividades productivas se abrirán gradualmente) y decir, a la vez, que estamos tocando el pico, cuando no se sabe cuánto falta por subir. Si tocamos pico y si los sistemas de salud están colapsando, la lógica llama a ser más rigurosos aún y el “quédate en casa” es la única garantía del derecho a la salud y la vida. 

La verdad oficial puede ser A o B, pero un tema es el dato en la pizarra y otro la interpretación y el análisis. Por ejemplo, ¿por qué debo creer que las pruebas rápidas fallan solo en el 10% si leo que adquieren certeza a varios días del contagio? Tendría que saber lo improbable: cuándo se contagió realmente quien es probado. Los hechos mandan, unas pruebas rápidas practicadas en algunos congresistas y en un excongresista fallecido por Covid-19 arrojaron falsos negativos. Si un grueso de las pruebas es “rápidas”, o si estas se mezclan en la estadística con las pruebas moleculares para saber en qué tramo estamos de la curva, es razonable creer que un cálculo donde uno de los procedimientos no es fiable arroja un resultado general incierto. Solo con pruebas moleculares y en alta escala se puede saber cuan subdimensionados estamos como para decir que la punta real del contagio la estamos tocando ahora y no en mayo otoñal. 

¿Por qué los crematorios ya no se dan abasto? ¿Por qué se escucha de zanjas para inhumaciones? y ¿por qué cada día es más común ver a personas ahogarse en las calles o en las puertas de los hospitales? Si muchos creen que la cuarentena realmente se acaba con la emergencia, saldrán a las calles a enfermarse. Vale precisarles que aún es mejor guardarse. No se trata de alentar el pánico, sino de ser realistas. Por tal, no estuvo mal cuando el Ministro de Salud se franqueó al decir: “Un grupo va a morir en la calle y otros en sus casas". Tampoco estuvo mal el gesto de sinceridad de la jefa del Comando de Operaciones Covid 19, Pilar Mazzetti, cuando exclamó: “¡Todo falta, maldición!”. Carajear es, de vez en cuando, una práctica sensata. También hizo bien el presidente Vizcarra cuando recriminó la indisciplina de la gente, porque aún en la necesidad de adquirir suministros o vender, siempre hay lugar para sujetarse la mascarilla encima de la nariz y para guardar el orden. 

Mal se haría en minimizar el riesgo y relajarse. Este es un virus real que se transmite tan fácilmente que ni te imaginas cómo lo contrajiste. Quizás no te parezca poco un 2% o 5% de muertos entre infectados, pero si se convierten en decenas de miles o millones ya suena diferente, ¿verdad? No es gratuito que el Gobierno haya prohibido las concentraciones públicas y prolongado la educación virtual hasta fin de año. Con la misma lógica, lo racional es que el lugar más seguro es siempre la casa. El 27 no es el portón abierto a la salida del colegio. Conviene decir que la cuarentena debe prolongarse con algunas excepciones necesarias. El virus no se ceba sobre ancianos o enfermos.

No interesa el optimismo. Las crisis se combaten con los sistemas de alarma prendidos. El esfuerzo económico no tiene precedentes y hasta muchos liberales parecen haberse convertido en keynesianos. Pero la salida debe ser muy gradual, selectiva, de largo plazo, y solo allí donde es estrictamente necesario para la producción y el alimento. Un relajo, dice la OMS –dentro de lo poco que ya le creo–, y podríamos tener muchas muertes que lamentar.