Neptalí Carpio

Una elección sin ilusiones

Por lo menos la mitad de los electores piensa votar en blanco o viciado

Una elección sin ilusiones
Neptalí Carpio
17 de agosto del 2018

 

Desde 1981 —año en que el entonces presidente, Fernando Belaunde, restableció el derecho de los ciudadanos para elegir sus alcaldes y regidores— no he conocido una elección tan opaca y con porcentaje tan alto de indecisos, en el caso de Lima metropolitana, y a solo 50 días de realizarse el escrutinio. Según la última encuesta de DATUM, el 36.1% de los ciudadanos se muestran indecisos votarían en blanco, viciarían su voto o simplemente no tienen la menor idea de por quién votar. El propio Manuel Saavedra, de CPI, ha señalado que en los estudios de campo realizados por esa encuestadora, por lo menos un 50% de ciudadanos estarían pensando en votar en blanco o viciar su voto.

La situación es más grave por la alta atomización que se expresa en un promedio de 15 candidaturas para cada distrito y de la veintena para la propia alcaldía de Lima. Esto podría dar lugar a que el próximo alcalde de la capital sea elegido por menos del 25% de los electores, algo que sería más grave en los 42 distritos. Recordemos, en contraste, que en los años 2010 y 2014 tanto Susana Villarán como Luis Castañeda fueron elegidos por el 38.3% y 50.7% de los electores, respectivamente y que el recordado Alberto Andrade fue reelegido por el 94% de los votos válidos en el año 1998, el alcalde más votado de la historia de las elecciones en Lima.

Hay tres explicaciones para que estas elecciones no ilusionen a los electores. En primer lugar, Lima aparece como la ciudad recinto de la corrupción, donde habitan los cuestionados poderes del Estado y donde actúan los personajes más corruptos del país. Eso está generando un extremado hartazgo y escepticismo, situación que actúa como un manto que opaca el proceso electoral.

En segundo lugar, esta elección, a diferencia de otras, es la que expresa una inusitada angurria de miles de candidatos, quienes desarrollan una campaña realmente agresiva para la inteligencia media de los limeños. Como aquellos alcaldes que no quieren dejar el poder y han colocado a sus familiares, hermanos o hijos como candidatos, o ubicándose ellos mismos debajo de los candidatos a la alcaldía. Para amplios sectores de la ciudadanía, el actual espectáculo electoral solo anuncia que todo seguirá igual o peor. No hay que ser adivino ni tremendista para prever que la corrupción municipal en Lima proseguirá.

En tercer lugar, el escepticismo de los limeños crece porque el sistema electoral no ha mejorado, sino empeorado. No hubo elecciones democráticas para elegir candidatos, con honrosas excepciones; los tímidos cambios realizados por el Congreso han sido largamente rebasados por la viveza de quienes quieren, a como dé lugar, seguir en el poder local y utilizar la municipalidad como un botín, mientras la ciudad es arteramente bombardeada con publicidad mediocre y sin ideas innovadoras.

La ONPE, por decisión del Congreso, no puede exigir a los candidatos que rindan cuentas de sus gastos. La tramposa ley ahora señala que esa rendición se deberá hacer cuando termine la elección. Y ya sabemos que, por un sentido de oportunidad, después todo quedará en nada, aun cuando a vista y paciencia es evidente que la gran mayoría de candidatos realizan gastos que no se condicen con su condición económica. Hay mafias que están financiando numerosos candidatos en los distritos a cambio de apoderarse luego de la administración municipal, para utilizarla como un botín.

Se trata ya de una elección bajo sospecha. En el imaginario de la gran cantidad de indecisos, votos en blanco o nulos que muestran las encuestas, hay el raciocinio que todo el statu quo municipal, que exhibe una corrupción sistémica por décadas, seguirá igual. Es sintomático que ninguno de los candidatos a la alcaldía de Lima haya realizado, hasta la fecha, una propuesta integral y radical de reforma institucional para revertir la corrupción en el ámbito de Lima Metropolitana. Todos ofrecen el oro y el moro, pero ninguno se atreve a proyectar un liderazgo que genere confianza para revertir la cultura del dolo en el mundo municipal. Ni siquiera han emulado la audacia del presidente Vizcarra, quien sí ha tenido la virtud de subirse a la ola de la indignación ciudadana contra el latrocinio y frente a un sistema político en el que el compadrazgo, las prebendas y los favores campean en entredicho con la ley, como los audios han demostrado en los casos de la Fiscalía y el Poder Judicial.

Cuando el próximo 7 de octubre la ONPE se pronuncie sobre los resultados electorales, otra vez la fórmula que permite que los votos blancos y nulos (los llamados votos válidamente emitidos) favorecerá al candidato ganador y terminará, muy probablemente, ocultando la escasa votación del candidato ganador a la alcaldía de Lima y en los distritos. A tenor de las tendencias actuales, lo más probable es que el nuevo alcalde Lima y los de muchos distritos serán elegidos por una minoría electoral. Es previsible que en la Asamblea Metropolitana de Alcaldes se produzca una pronunciada fragmentación que impediría el ejercicio de una gestión metropolitana fuerte, para desatar una agenda de cambios, como urge en el caso del transporte, la seguridad o en el relanzamiento de un programa de inversiones para echar a andar los megaproyectos que necesita la ciudad.

No hay que ser adivino para saber que, en el periodo del mandato municipal (2019-2022), aparecerán nuevas señales, y con pronunciado dramatismo, de la ingobernabilidad de la ciudad. No hay ningún indicador que nos muestre lo contrario.

 

Neptalí Carpio
17 de agosto del 2018

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